Dios es un Dios de historias mínimas. Con el paso del tiempo, Él me lo va haciendo comprender…
Todavía en nuestras parroquias, algunos de sus responsables continúan contando cuántas personas acuden a las misas. Nos interesa saber cuántas personas se bautizan, cuántas reciben la Primera Comunión, cuántas la Confirmación, cuántas parejas se casan por la Iglesia, cuántas personas son llamadas a vocaciones de especial consagración…
Nos complace ser muchos, cuantos más mejor, como si así lleváramos más razón y fuéramos más convincentes.
Pero el sábado por la tarde en el centro penitenciario de Pamplona ocurrió todo lo contrario y fue un momento sencillo, muy especial y muy de Dios lo que allí pasó. No olvidemos que Dios se encuentra en lo pequeño, en lo débil, en el margen, en el silencio…
Junto con el capellán diácono y otra voluntaria, entramos al módulo 3 a vivir una Celebración de la Palabra. De un módulo en el que conviven 140 personas presas, acudieron a la Celebración 4 personas. Según el mundo y, por desgracia, a veces también según nuestra Iglesia, este número de personas sería un auténtico fracaso. Tal vez alguno puede pensar que para tan pocas personas no merecería la pena de “emplearse a fondo”. Pero allí estábamos cantando canciones de Adviento y compartiendo nuestra fe.
Antes de comenzar, el capellán encendió una pequeña vela que parecía que apenas alumbraba puesto que contábamos con luz natural, aquella que entraba desde el patio del módulo.
Conforme iba transcurriendo la Celebración y pasando los minutos, se fue yendo esa luz natural y al no darnos desde el control la luz de la sala, íbamos viendo cada vez menos.
Pero ocurrió que la vela, con su pequeña llama, parecía alumbrar cada vez más, el silencio se hizo más íntimo, el momento más enriquecedor y el compartir más fraterno. Y es que cuando hay oscuridad una pequeña llama puede marcar la diferencia entre ver y no ver.
Esa pequeña vela representa a la gran luz, la Luz de Cristo, que nos hace caminar con menos miedo, con más seguridad, porque Él es quien va abriendo caminos nuevos y ahuyentando nuestras sombras.
También tú y yo llevamos dentro una pequeña luz, para iluminar corazones apagados, caminos difíciles, sendas estrechas, vidas sin sentido…
Jesús de Nazaret en momentos importantes y cruciales de su vida contó a veces con muchos seguidores e incluso muchedumbres, pero también con sólo unos pocos. Cuando Jesús nació en Belén, no fue precisamente recibido por muchas personas, sólo por unos magos llegados de Oriente y unos pastores que dormían al raso, al margen del resto del pueblo. Pero aquella familia de Nazaret, a pesar de ser pocos, los recibieron con alegría y agradecimiento.
En el momento de su muerte en la cruz tampoco hubo un gran gentío acompañándolo, al pie de la cruz se encontraban su madre María, María Magdalena, María de Cleofás y Juan, el discípulo amado. Jesús entregando la vida por la humanidad, pero cuando llegó su Pasión sólo unos pocos se encontraban a su lado.
Dejemos de contar, dejemos de sumar o restar, centrémonos en la dignidad de cada persona como alguien único e irrepetible que es.
A mí me gusta imaginar a Dios como un Dios de lo pequeño, que se hace niño con todo lo que conlleva de vulnerabilidad; que no habita en un palacio; que no tiene donde reclinar la cabeza; que viste de túnica y sandalias; que se queda fuera como un mendigo hasta que le abras la puerta; que se confunde con las personas en situación de frontera; que sólo cuenta corazones; que vuelve a nacer y a morir de amor cada día por ti y por mí.
Y es que Dios y también nosotros, estamos hechos para lo pequeño, para lo escondido, para realidades que se encuentran al margen, para la penumbra, para el silencio…
Dios es un Dios de historias mínimas…
Paloma Pérez Muniáin
Voluntaria Pastoral Penitenciaria
Diciembre de 2025

