EL NIÑO DE LA CÁRCEL…
Todo está preparado para una gran celebración en un lugar donde todo parece que no puede llegar ni vivirse la Navidad, donde uno no puede siquiera soñar con ella, ni con las cenas en familia, ni con las luces de la ciudad, ni con los alegres cantos de los villancicos de cuando éramos niños, ni con los abrazos reencontrados después de la pandemia que nos sumió en un tiempo de alejamiento de las personas que más queríamos. Parece que aquí la Navidad sólo puede ser un buen recuerdo lejano…
Hoy es 27 de diciembre de 2022 y me encuentro en el Centro Penitenciario de Pamplona, en la Colina de Santa Lucía. Hoy celebramos la misa de Navidad junto a las personas privadas de libertad, los voluntarios y capellanes de la Pastoral Penitenciaria.
Estoy exactamente en la capilla del módulo sociocultural de esta prisión. Observo el precioso Cristo, aquel que se encontraba en la capilla de la cárcel vieja de Pamplona… el más besado, acariciado y mirado del mundo; aquel que siempre cargaba con nuestras peticiones, tristezas, sueños, poemas, súplicas de perdón en forma de palabras en papeles de colores colocados tras sus pies clavados.
También está la figura siempre maternal, valiente y acogedora de la Virgen de la Merced, Patrona del mundo penitenciario. Además, hay estrellas de colores, murales con oraciones, bolas de Navidad y velas y, presidiendo el altar, una figura de un Niño Jesús sonriente, el Niño de la cárcel…
La capilla está caldeada, el coro de la Pastoral comienza a afinar sus instrumentos y sus voces. Felices, expectantes y queriendo transmitir la alegría de verdad, aquella que llena el corazón, lo esponja y lo ensancha.
Comienzan a entrar nuestros hermanos y hermanas presos. Saludos, besos, abrazos, sonrisas, apretones de manos y mucha emoción contenida porque estas fechas en esta Casa sin Nombre son días agridulces. La añoranza, las ausencias y la melancolía, se abren paso a gran velocidad y esto se refleja en las miradas y las medias sonrisas de los internos.
Javier Arbilla, el capellán del Centro Penitenciario, nos saluda con cariño a todos los presentes y comenzamos la Eucaristía. Los internos participan en las lecturas y el coro con sus cantos nos ayuda a rezar e interiorizar lo que estamos celebrando hoy: la venida a nuestra vida del propio Dios hecho Niño por ti y por mí; y no por muchos, sino por todos.
Transcurre la celebración y oigo alguna risa tímida, algún cuchicheo, veo alguna mirada traviesa, pero también escucho el silencio, el recogimiento, la unción y la fe que se respira en esta capilla.
Llega el momento de la comunión y con total libertad, vamos pasando a recibirla. Después, cuando el corazón se reencuentra con Cristo hecho pan por ti y para ti, Javier, el capellán, nos invita a adorar al Niño, pero no como estamos acostumbrados a hacerlo, sino de una forma diferente y muy especial. Debemos tomar la figura del Niño Jesús, así como estamos, sentados cada uno en su banco y ofrecérselo para pasárselo a la persona que tenemos a lado y así de uno en uno a quien está sentado junto a él. Seremos más de cien personas entre internos de los diferentes módulos, funcionarios y voluntarios de la Pastoral.
Voy notando cómo aparece en mí la emoción y no puedo ni quiero contener las lágrimas y así, con el corazón latiendo rápido, continúa este paseo del Niño por entre los brazos de todos los reunidos, para hacer nuestra ofrenda en silencio. Con cierto disimulo y no poca curiosidad, voy observando cómo cada persona recibe a este Niño que tanto nos ama.
Niño Jesús, veo cómo algunos te abrazan durante unos segundos, otros te besan, otros se ríen con nerviosismo, otros dudan, otros no quieren siquiera tocarte, tal vez por no saber qué decirte o acaso porque ya no esperan nada de ti, otros te cogen con cuidado y delicadeza, las mujeres ocupan estos momentos en acariciar tu cabello de piedra… Pero tú, Niño Jesús, naces para quien desea abrazarte o besarte, también para aquellos que ríen y los que no quieren saber nada de ti, o para los que han perdido toda esperanza y para aquellos que te reciben con alegría y delicadeza y también para aquellas mujeres que sonríen al tener a un niño en sus brazos, tal vez recordando a otros niños que sí son de piel que un día besaron y amaron y ahora añoran. Naces para todos.
Van pasando los minutos y el Niño sigue meciéndose en cada brazo, entregándonoslo como el mejor y mayor regalo que nos podemos ofrecer unos a otros. Esto sí es Navidad.
Cuando ya lo tengo entre mis manos, le miro y con tanta emoción, sólo puedo decirle: “¡Gracias!”. Nuestro Niño continúa este viaje transitando por una carretera tejida por manos y brazos emocionados, entregándoselo a quien se encuentra a mi lado. El coro sigue cantando y proporcionando más alegría a este único y precioso momento.
Después de muchos minutos, el Niño vuelve a la mesa del altar, yo sigo impactada por este gesto sencillo y profundo de un Niño que es donación total y que acabamos de vivir. Él no se entrega sólo a quienes creen en él y acogen su mensaje de amor, sino que es todo un Dios que se ha hecho Niño por ti y por mí, entregándose aun sabiendo que algunos o muchos lo rechazarán o le volverán la espalda no queriendo saber nada de él. A pesar de que alguien le pueda hacer daño, lo pueda tirar o caérsele sin querer y romperse, este Niño continúa siempre dejándose coger y abrazar hasta entregar su vida por la salvación de todos. ¡Y es que, en él, la Vida… habla!
El Niño de la cárcel lleva ahora en su cuerpo de piedra, todas nuestras huellas, lágrimas, caricias, sonrisas, miradas, nuestras oraciones, súplicas, anhelos, también nuestras negativas y alejamientos. Todo un Dios que se hace vulnerable como lo es cualquier niño para decirnos que no debemos temerle, que viene a darnos una alegría que nunca hubiéramos imaginado y a darnos la salvación y el perdón de nuestros pecados. ¿Hay alguien qué dé más por nada?
El Niño nace en un pobre establo para que acercarnos a él sea más sencillo y poder encontrarnos sin los impedimentos de unos altos muros, unas cortantes alambradas, o unas puertas con siete candados… Nace en una pequeña cuadra junto a María y José, sus padres, con sencillez y una pequeña lumbre encendida para poder calentarnos y alumbrar.
Así es este Niño, el Salvador del mundo que te pide, nos pide ser acogido en nuestra casa para cambiarla y hacerla más dichosa. Un niño nada lo puede, tan sólo entregarse con confianza, abrir los brazos para dejarse acoger… Todo donación y amor. Tú y yo también podemos ser en esta Navidad y siempre donación y amor, testimonio del Niño para quien nos rodea y comparte su vida con nosotros.
Después de veinticuatro años como voluntaria de Pastoral Penitenciaria y con lo vivido, escrito y experimentado a lo largo de todos estos años, creía que Dios ya no podía sorprenderme con un gesto nuevo y estaba muy equivocada, Él me esperaba para regalarme esta entrega llena de emoción y profundidad dándome el gozo de abrazarle de nuevo en el Niño junto con mis hermanos y hermanas presos.
El Niño no nos promete que junto a él irá todo bien, que no sufriremos, que no dudaremos, que no tropezaremos, sino que junto a él podremos afrontar todo lo que venga, todo lo que la vida nos ofrezca, sea lo que sea. Él nos ayudará a sobrellevar nuestras situaciones y, poco a poco, todo irá cobrando sentido.
“Un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado” (Isaías 9,6). Este Niño es la presencia y llegada del Señor al mundo, pero nadie podía imaginarse que llegaría de esta manera: en un establo porque no encontraron sitio para ellos en ninguna posada. ¿Encontrará un lugar donde morar en nuestra casa? El Niño representa a todos aquellos que se sienten vulnerables, marginados, pobres, necesitados, rechazados, desplazados, encarcelados, violentados, no amados ni valorados suficientemente por quienes les rodean. Pero a la vez rodeado de todo el amor y la ternura de una familia que lo acogía y que le brindaba lo mejor de ellos mismos, la familia de María y José, padres del hogar que Dios preparó para albergar a su Hijo.
Recuerdo unas palabras del Papa Francisco: “Para encontrar a Jesús es necesario saber alzar la mirada al cielo, no replegarse sobre sí mismo, sino tener el corazón y la mente abiertos al horizonte de Dios, que siempre nos sorprende, saber acoger sus mensajes y responder con prontitud y generosidad”.
¡Abre tus ventanas, tus puertas, tus oídos, tu corazón y tus brazos porque el Niño Dios quiere permanecer para siempre junto a ti en tus circunstancias actuales, sean las que sean, para llenarlas de sentido y de luz!
Hoy y más que nunca, podemos y debemos gritar entre estos muros: ¡Feliz Navidad!, porque para Dios nada hay imposible.
Paloma Pérez Muniáin
Voluntaria de Pastoral Penitenciaria
Tudo está preparado para uma grande celebração em um lugar onde tudo parece que não pode chegar ou viver o Natal, onde não se pode nem sonhar com ele, nem com os jantares em família, nem com as luzes da cidade, nem com as alegres canções de canções de Natal de quando éramos crianças, nem com os abraços reencontrados após a pandemia que nos mergulhou em um tempo de afastamento das pessoas que mais amamos. Parece que aqui o Natal só pode ser uma boa lembrança distante…
Hoje é 27 de dezembro de 2022 e estou no Centro Penitenciário de Pamplona, na Colina de Santa Lúcia. Hoje celebramos a missa de Natal junto com as pessoas privadas de liberdade, os voluntários e capelães da Pastoral Penitenciária.
Estou exatamente na capela do módulo sociocultural desta prisão. Observo o precioso Cristo, aquele que estava na capela da velha prisão de Pamplona… o mais beijado, acariciado e olhado do mundo; aquele que sempre carregava nossos pedidos, tristezas, sonhos, poemas, súplicas de perdão em forma de palavras em papéis coloridos colocados atrás de seus pés pregados.
Há também a figura sempre maternal, corajosa e acolhedora da Virgem da Misericórdia, Padroeira do mundo penitenciário. Além disso, há estrelas coloridas, murais com orações, bolas de Natal e velas e, presidindo o altar, uma figura de um Menino Jesus sorridente, o Menino da Prisão…
A capela está aquecida, o coro da Pastoral começa a afinar seus instrumentos e suas vozes. Felizes, expectantes e querendo transmitir a alegria de verdade, aquela que enche o coração, o apimenta e o alarga.
Nossos irmãos e irmãs presos começam a entrar. Saudações, beijos, abraços, sorrisos, apertos de mão e muita emoção contida porque essas datas nesta Casa Sem Nome são dias agridoces. A saudade, as ausências e a melancolia, abrem caminho em alta velocidade e isso se reflete nos olhares e meio sorrisos dos internos.
Javier Arbilla, o capelão do Centro Penitenciário, nos saúda com carinho a todos os presentes e começamos a Eucaristia. Os internos participam das leituras e o coro com suas canções nos ajuda a orar e internalizar o que estamos celebrando hoje: a vinda à nossa vida do próprio Deus feito Criança por você e por mim; e não por muitos, mas por todos.
A celebração se pássa e ouço algumas risadas tímidas, alguns sussurros, vejo alguns olhares maliciosos, mas também ouço o silêncio, o recolhimento, a unção e a fé que se respira nesta capela.
Chega o momento da comunhão e com total liberdade, vamos passando a recebê-la. Depois, quando o coração se reencontra com Cristo feito pão por você e para você, Javier, o capelão, nos convida a adorar a Criança, mas não como estamos acostumados a fazê-lo, mas de uma maneira diferente e muito especial. Devemos pegar a figura do Menino Jesus, como estamos, sentados cada um em seu banco e oferecê-lo para passá-lo à pessoa ao nosso lado e assim, um de cada vez, a quem está sentado ao lado dele. Seremos mais de cem pessoas entre internos dos diferentes módulos, funcionários e voluntários da Pastoral.
Vou percebendo como aparece em mim a emoção e não posso nem quero conter as lágrimas e assim, com o coração batendo rápido, continua esta caminhada do Menino pelos braços de todos os reunidos, para fazer nossa oferenda em silêncio. Com certa dissimulação e não pouca curiosidade, vou observando como cada pessoa recebe essa Criança que tanto nos ama.
Menino Jesus, vejo como alguns te abraçam por alguns segundos, outros te beijam, outros riem nervosamente, outros duvidam, outros nem querem te tocar, talvez por não saber o que te dizer ou talvez porque não esperam mais nada de você, outros te pegam com cuidado e delicadeza, as mulheres ocupam esses momentos acariciando seu cabelo de pedra… Mas você, Menino Jesus, nasce para quem deseja te abraçar ou te beijar, também para aqueles que riem e aqueles que não querem saber nada de você, ou para aqueles que perderam toda a esperança e para aqueles que te recebem com alegria E delicadeza e também para aquelas mulheres que sorriem ao ter uma criança nos braços, talvez lembrando de outras crianças que são de pele que um dia beijaram e amaram e agora anseiam. Você nasce para todos.
Os minutos passam e o Menino continua balançando em cada braço, entregando-o a nós como o melhor e maior presente que podemos oferecer um ao outro. Isto é Natal.
Quando já o tenho em minhas mãos, olho para ele e com tanta emoção, só posso dizer: «Obrigado!». Nosso Menino continua esta jornada transitando por uma estrada tecida por mãos e braços emocionados, entregando-o a quem está ao meu lado. O coro continua cantando e proporcionando mais alegria a este momento único e precioso.
Depois de muitos minutos, o Menino retorna à mesa do altar, continuo chocado com este gesto simples e profundo de uma Criança que é doação total e que acabamos de viver. Ele não se entrega apenas àqueles que acreditam nele e acolhem sua mensagem de amor, mas é todo um Deus que se tornou Criança por você e por mim, entregando-se mesmo sabendo que alguns ou muitos o rejeitarão ou virarão as costas não querendo saber nada dele. Mesmo que alguém possa machucá-lo, jogá-lo fora ou deixá-lo cair sem querer e quebrar, este Menino continua sempre se deixando pegar e abraçar até entregar sua vida pela salvação de todos. E é que, nele, a Vida… fala!
O Menino da prisão carrega agora em seu corpo de pedra, todas as nossas pegadas, lágrimas, carícias, sorrisos, olhares, nossas orações, súplicas, anseios, também nossas recusas e afastamentos. Todo um Deus que se torna vulnerável como qualquer criança para nos dizer que não devemos temê-lo, que vem para nos dar uma alegria que nunca teríamos imaginado e para nos dar a salvação e o perdão de nossos pecados. Tem alguém que dá mais por nada?
El Niño nasceu em um pobre estábulo para que nos aproximarmos dele seja mais fácil e possamos nos encontrar sem os impedimentos de algumas paredes altas, algumas cercas de arame cortadas, ou umas portas com sete cadeados… Nasce em um pequeno quarteirão ao lado de María e José, seus pais, com simplicidade e uma pequena fogueira acesa para poder nos aquecer e iluminar.
Assim é este Menino, o Salvador do mundo que te pede, nos pede para sermos acolhidos em nossa casa para mudá-la e torná-la mais feliz. Uma criança nada pode fazer, apenas se entregar com confiança, abrir os braços para se deixar acolher… Tudo doação e amor. Você e eu também podemos ser neste Natal e sempre doação e amor, testemunho da Criança para quem nos rodeia e compartilha sua vida conosco.
Depois de vinte e quatro anos como voluntária da Pastoral Penitenciária e com o vivido, escrito e experimentado ao longo de todos esses anos, acreditava que Deus não poderia mais me surpreender com um novo gesto e estava muito errado, Ele me esperava para me dar esta entrega cheia de emoção e profundidade me dando a alegria de abraçá-lo novamente na Criança junto com meus irmãos e irmãs presos.
O Menino não nos promete que com ele tudo ficará bem, que não sofreremos, que não duvidaremos, que não tropeçaremos, mas que com ele poderemos enfrentar tudo o que vier, tudo o que a vida nos oferecer, seja o que for. Ele nos ajudará a lidar com nossas situações e, pouco a pouco, tudo fará sentido.
“Um Menino nos nasceu, um Filho nos foi dado” (Isaías 9,6). Este Menino é a presença e chegada do Senhor ao mundo, mas ninguém poderia imaginar que chegaria desta forma: em um estábulo porque não encontraram lugar para eles em nenhuma pousada. Você encontrará um lugar para morar em nossa casa? El Niño representa todos aqueles que se sentem vulneráveis, marginalizados, pobres, necessitados, rejeitados, deslocados, presos, violentos, não amados ou valorizados o suficiente por aqueles ao seu redor. Mas ao mesmo tempo cercado de todo o amor e ternura de uma família que o acolheu e que lhe deu o melhor de si, a família de Maria e José, pais do lar que Deus preparou para abrigar seu Filho.
Lembro-me de algumas palavras do Papa Francisco: “Para encontrar Jesus é necessário saber olhar para o céu, não se recuar sobre si mesmo, mas ter o coração e a mente abertos ao horizonte de Deus, que sempre nos surpreende, saber acolher suas mensagens e responder com rapidez e generosidade”.
Abra suas janelas, suas portas, seus ouvidos, seu coração e seus braços porque o Menino Deus quer permanecer para sempre ao seu lado em suas circunstâncias atuais, sejam elas quais forem, para enchê-las de sentido e luz!
Hoje e mais do que nunca, podemos e devemos gritar entre essas paredes: Feliz Natal!, porque para Deus nada é impossível.
Paloma Pérez Muniáin
Voluntário de Pastoral Penitenciária

