Son días de lluvia, tristeza, barro… y de una profunda soledad. Los muertos son enterrados solos, los responsos se llevan a cabo afuera, en la calle, con tres o cuatro familiares (si llegan, las autoridades no permiten más), separados por dos metros. Sin poder tocar el féretro. Sin poder siquiera abrazarse entre ellos.
Santiago Pérez es diácono permanente de Madrid. Viudo desde hace años, ahora es el responsable de las exequias en el cementerio de La Almudena, el más grande de España. Él, junto a sepultureros, personal de las compañías funerarias, limpiadoras… son parte de ese ‘ejército silencioso’ que cumple con el último de los ritos sociales de nuestra época: el de la muerte. Un rito que, en estos tiempos de coronavirus, es más solitario que nunca.
«Vemos muy poquitos miembros de las familias que vienen a acompañar a sus difuntos muertos por coronavirus» explica, en conversación con RD, Santiago, antes de acudir, como todos los martes, al cementerio. Hoy tocarán muchas exequias. «Hacemos el rito de despedida desde la puerta de la capilla, donde está el coche fúnebre. Rezamos sin acercarnos. Ahora la cercanía está en la voz», apunta el diácono, no sin cierto velo de tristeza en la suya.
Colapso en los crematorios
Santiago cuida de su madre en casa, y entiende el dolor de las personas que deben despedir, desde la lejanía, a sus seres queridos. Un dolor que también se extiende a su misión. «Hablo todos los días con sacerdotes, especialmente, con los que tienen mucha feligresía que está muriendo. Cada día citan, a cada uno de ellos por su nombre, en las misas».
Enterrados solos
En circunstancias normales, las exequias se celebran en la capilla, y antes Santiago tiene tiempo de conversar con los familiares del finado, conocer cómo era, tocar, abrazar, consolar. Las precauciones sanitarias, ahora, lo impiden. «Las familias están apenadas. Las que vienen. Hay muchos que están siendo enterrados solos».
Durante la pandemia, «los servicios religiosos se han doblado», admite Santiago, que deja que, en algunos momentos, algunos familiares puedan entrar en la capilla «para rezar y llorar», manteniendo una escrupulosa distancia. Que a veces uno quisiera romper con un gesto, un toque de manos, un abrazo, una palmada en el hombro. La frustración es evidente.
Entierro en La Almudena
«Hacemos todo desde el exterior, y también en el crematorio. No todos son muertos por coronavirus, pero el control es similar», explica el responsable de exequias de La Almudena quien, pese a todo, es optimista. «Creo que hay un sentimiento general de que, pese al dolor, vamos a salir reforzados. Nos estamos dando cuenta de lo pequeños que somos».
Y que la muerte iguala a ricos y a pobres, a albañiles y ministros. Todos reciben la bendición, son enterrados, bajo la lluvia y el barro. En silencio. En la distancia. En soledad. Y en la esperanza de que «hay quien nos lleva, nos conduce y nos protege». También en tiempos de coronavirus.
Fuente: religión digital