Un grito del corazón: ¡Viva el Papa!

 

Diác. Francisco José García-Roca López

Referente Arquidiocesano del CIDAL en Madrid

Madrid, España, 3 de septiembre de 2011

lerchundiong@hotmail.com

 

Al plantearme cómo informar en el Informativo del CIDAL acerca de la Jornada Mundial de la Juventud, la “JMJ”, pensé que, mejor que exponer un programa o resumen de actividades o discursos, podía ser el ofreceros el testimonio vivencial de un diácono en esas fechas.

 

La Archidiócesis de Madrid posee tres diócesis sufragáneas: La Metropolitana, la de Getafe y la Complutense-Alcalá. Con sus tres obispos titulares y cuatro auxiliares. Cuenta con 2000 presbíteros y 35 diáconos permanentes. La Archidiócesis Metropolitana de Madrid está bajo el patrocinio de Nª Señora de la Almudena y de un santo madrileño casado y padre de familia, San Isidro labrador.

El arzobispo cardenal Antonio Mª Rouco Valera es el actual presidente de la Conferencia Episcopal Española y es el único obispo que ha organizado dos Jornadas Mundiales, la de Santiago en 1989 y en la que el que escribe estuvo presente como joven que era por esas fechas, y la de Madrid 2011 en la que uno ya cuenta con algunas canas y es padre de tres hijas, pero con el deseo de conservarse “joven de espíritu”.

En Madrid llevábamos un año que no se hablaba de otra cosa: La JMJ. Todo era planificar, preparar, buscar ideas para tan gran evento. Y por fin llegó.

La fecha en que se iba a desarrollar, la tercera semana de agosto, hacían previsible el calor, pero un inusual julio fresco alentaba la esperanza de que las temperaturas no fuesen tan altas, pero lo cierto es que sí que lo fueron.

 

Los días previos a la semana de la Jornada los Peregrinos llegaron mayoritariamente al resto de las diócesis españolas, aunque en Madrid ya empezaron a verse muchos grupos por esas fechas. Y en esa semana llegaron a nuestra casa cuatro peregrinas, dos chinas (que nos hicieron ver las dificultades de la Iglesia en su país), una brasileña y una belga.

En esa semana previa tuvo lugar la inauguración y bendición por parte del cardenal de la Exposición sobre Madre Teresa de Calcuta y a la que acudí con mi mujer que salía en una de las fotografías que ella guardaba con Madre Teresa cuando vino a España, al Congreso de La Familia y que aportamos a dicha exposición.

En mi parroquia de San Fulgencio y San Bernardo recibimos a un gran número de peregrinos lituanos, para lo que se habilitó los locales de la parroquia y tres colegios. Fue sede de las catequesis de obispos. El primer día contamos con un antiguo párroco, actual arzobispo Primado de Toledo, don Braulio Rodríguez Plaza al que veo en fotografías de primeras comuniones de cuando era nuestro párroco en las casas de los enfermos a los que llevo la Comunión y con el que coincidí providencialmente la semana después de vacaciones en Santander.

 

Al día siguiente correspondió la catequesis al obispo más joven de España, a monseñor Xavier Novell, titular de Solsona, hijo de diácono permanente. No solo hubo lleno total de jóvenes en el templo, sino que ante la multitud se tuvo que salir al patio exterior y dar la catequesis en la calle con un interesante diálogo entre el joven obispo y los jóvenes que llenaban totalmente el exterior de la parroquia. Me hubiera encantado asistir en la Eucaristía, pero tuve que desempeñar mi papel diaconal: El servicio. Los sacerdotes de mi parroquia (son cuatro y todos más jóvenes que yo) se encontraban en el Aeropuerto de Barajas recibiendo al Papa por lo que tuve que oficiar unos responsos en nuestro cementerio de San Isidro.

Al día siguiente cerró las catequesis el segundo obispo más joven de España, monseñor Mario Iceta y fue una alegría encontrarme con los diáconos bilbaínos Gonzalo y Miguel Ángel, este último secretario del obispo.

Madrid estaba sumergido en la JMJ. Muchísimas ventanas y balcones colgaban banderas y retratos del Papa, todas las calles llenas de jóvenes de todos los lugares del planeta, alegría, cantos, constantes gritos de ¡Viva el Papa!..Vivimos también pequeños milagros, como el de nuestra amiga misionera de Madre Teresa de Calcuta que desde hace años se encuentra lejos de Madrid y acudió a la JMJ. Pudimos verla en la carpa de adoración del Santísimo y nos contó que le había pedido al Señor poder ver al sacerdote que fue su director espiritual y le acompañó en su discernimiento vocacional. Le comentamos que este cura se encontraba de peregrinación por Ucrania. Me despedí y se quedó con mi mujer y caminaba por el parque del Retiro, por la zona de los confesionarios, entre el centenar de sacerdotes administrando la Penitencia, cuando de repente descubrí la silueta del padre Enrique, que había llegado ya de Ucrania. Inmediatamente llamé con mi móvil a mi mujer la avisé y me quedé guardando la cola hasta que llegaron. Nuestra amiga salió con lágrimas en los ojos de la emoción de ver hecho realidad aquello de “para Dios nada hay imposible”.

La misa de apertura fue realmente multitudinaria. El Vía Crucis verdadera mezcla de arte y oración, pero eso sí, con gran calor. Estuvimos esperando por la noche el recorrido de los pasos con esas preciosas imágenes traídas de toda España, llevadas a hombros por sus cofrades ante riadas de jóvenes. Al día siguiente madrugué para acudir a la Carpa de Adoración del Santísimo en el parque del Retiro, donde fue el Papa a confesar, y aunque teníamos la esperanza de que pararía para hacer una visita, no fue así.

Fuimos toda la familia con otros amigos a la Vigilia y aunque contábamos con acreditaciones de zona cercana, nos quedamos en una zona muy posterior porque se habían desbordado todas las previsiones. Se habla de dos millones de personas. Tuvimos suerte porque se quedaron sin entrar cerca de doscientos mil peregrinos, entre ellos nuestros hermanos y primos, a los que habíamos animado y tramitado sus credenciales. Tuvimos la sorpresa de una tormenta con fuerte viento y rayos incluidos.

Al día siguiente pude acceder a la zona cercana y tuve la alegría de encontrarme con los hermanos diáconos para compartir la entrañable Misa de Clausura.

Doy gracias al Señor por todos estos momentos vividos en nuestra Iglesia local de Madrid para bien de toda la Iglesia Universal, y rezo para que sean muchos los frutos en la juventud.

Todavía resuena en mis oídos un grito que ahora hago mío, grito que no sale de mi boca sino del corazón: ¡Viva el Papa!

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