Sí, hay diferencias… por eso, somos complemento

 

Diác. Albino Mauro, pssg

Referente Nacional del CIDAL en Guatemala

Guatemala, 1º de diciembre de 2010

 

El autor es miembro de la Congregación Pía Sociedad de San Cayetano, que fuera fundada en Italia el 24 de mayo de 1941 por el padre Ottorino Zanón. Al principio fue una respuesta a las necesidades de los jóvenes huérfanos y abandonados, víctimas de la guerra y de las precarias condiciones por la falta de trabajo en los años subsiguientes al segundo conflicto mundial. Más adelante en 1960, el sacerdote imprimió a la Congregación la orientación decisiva: la misión pastoral en las diócesis escasas de clero, en aquel país y en el extranjero.

Quiero empezar este artículo contando una pequeña anécdota que me pasó visitando el templo de Tikal en Guatemala. Le pregunté a la guía: “¿Hay diferencias y cuáles entre gringos, europeos y latinoamericanos?” Y me respondió con estas palabras: “Sí, hay diferencias. Los gringos tienen poder, dinero y estructuras. Los europeos tienen historia. Los latinoamericanos tenemos nuestra cultura”.

 ¡Madre mía! Y pensar que es a partir de estas diferencias que se construye la diaconía. Y también es a raíz de la cultura que se construye la diaconía. Es tiempo de rescatar la cultura de estos pueblos, es tiempo de devolverles sus raíces y no se trata de un acto de magia, ¡NO! se trata de un trabajo junto a la gente.

 El reto actual de la Iglesia latinoamericana debería ser “ir a las raíces” puras de este pueblo, allí encontraría dignidad, fuerza, coraje y mucho empuje de la propia gente.

 Gracias a Dios, para construir relaciones y construir la diaconía de Jesús no se necesita tanto dinero, ni tanto poder…ni tanta historia y me parece que los latinoamericanos y toda la gente del mundo han dado muestras de que para salir adelante solo se necesitan unidad, fuerza y muchas ganas de luchar. La experiencia de los mineros chilenos es un ejemplo. Recordemos que la diaconía de Jesús nace en los pueblos, vive en los pueblos y se hace fuerte en el corazón (en la cultura) de esos pueblos, que día a día trabajan por un solo ideal: VIVIR.

 Entonces podemos decir que todos tenemos mucho que aportar, todos tenemos “una diferencia” que nos hace complemento.

 

Hablar de diaconía dentro de la Iglesia católica no es fácil en este momento, por muchos motivos. La estructura y las funciones de la Iglesia han cambiado mucho en el curso de los siglos. Por ejemplo, se ha perdido en los últimos quinientos años la referencia a la Sagrada Escritura, recuperada últimamente por el impulso del Concilio Ecuménico Vaticano II. También en relación a la diaconía se perdió el sentido y significado profundo que tenía en los primeros siglos, y por eso ahora casi no se percibe su importancia en la vida y en la estructura eclesial.

 Me parece que la excesiva institucionalización de la Iglesia hizo perder la forma sencilla y auténtica de las relaciones en la comunidad de Nazaret y en las primeras comunidades cristianas, eliminando al mismo tiempo también la diaconía, que se constituye en base a las relaciones.

 Además, abandonando la referencia a la Sagrada Escritura se dejan las fuentes donde se originó la verdadera vivencia de la diaconía, transmitida de Jesús a los Apóstoles y de éstos a las primeras comunidades.

 Fundamentalmente, Jesús vivió la diaconía rehabilitando y devolviendo la dignidad perdida a todas las personas. La parábola del buen samaritano es el icono que expresa de forma más clara y profunda este concepto.

 Los apóstoles imitaron a Jesús constituyendo comunidades donde la dignidad cristiana daba importancia y sanaba la realidad humana herida. La Iglesia, en su larga historia, repitió lo mismo, especialmente cuando las órdenes religiosas se comprometieron y trabajaron para la promoción de la dignidad humana.

 Ahora, en los últimos tiempos, la Iglesia vuelve a retomar y a subrayar esta tarea que desde siempre ha sido suya, y lo hace especialmente por medio de su doctrina social y de las enseñanzas del Concilio Vaticano II.

 Mi experiencia de vida y de trabajo entre los pobres de América Central me hace ver que, a diferencia de los ambientes de Europa y también de las naciones ricas de América, en este contexto es importante la valorización y la toma de conciencia que produce la diaconía; es un paso fundamental para la aplicación de esta doctrina y de las encíclicas sociales de la Iglesia.

 El aspecto comunional de  la Iglesia ha sido subrayado mucho en los últimos tiempos, y como natural consecuencia de ello, el ministerio sacerdotal y el sacerdocio común. El ministerio diaconal nació para favorecer el servicio común, y el primer servicio es donar dignidad a aquellos por los cuales Jesús manifestó predilección y peculiar atención. Mirando la situación de la mayoría de los pueblos de América Latina constatamos que hay mucho que hacer por nuestras comunidades, especialmente en el ámbito de la animación y de la promoción. Por eso, antes que el hacer, es importante el ser de la Iglesia.

 Desde los primeros siglos la Iglesia se presentó con un único sacramento del Orden sagrado, con los grados del episcopado, presbiterado y diaconado, en respuesta a las necesidades de los tiempos. Ahora, por evidentes razones pastorales y para formar verdaderas Iglesias locales, se necesita el ejercicio de la diaconía, siempre alrededor del obispo, que tiene el ministerio de la unidad y de la comunión. Los últimos documentos pontificios afirman claramente que si es indispensable la figura del obispo y del sacerdote para la comunión eclesial y la celebración de la Eucaristía, también es necesaria la presencia de la diaconía y del diaconado: es indispensable para formar una Iglesia abierta al mundo y atenta a sus necesidades.

 Así se expresa el Papa en la encíclica “Deus Caritas est.”:

 “…La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia”. (n..25).

 Ministerio y sacerdocio son dos caras de la misma moneda, y está bien que el ministerio se pueda vivir de forma distinta y complementaria, dentro y fuera del templo, sanando la fractura entre fe y vida, poniendo en práctica sacerdocio y diaconado ministerial, y sacerdocio y diaconía común. Es necesario crear una nueva mentalidad a partir de una correcta lectura de la palabra de Dios, e instaurar una forma diferente de vivir las relaciones con la gente y sus problemas.

 Los diáconos, que en su mayoría son casados y trabajan en profesiones civiles, pueden contribuir de una manera propia por su misma profesión para  acercar la Iglesia al mundo y el mundo a la Iglesia.

Creo que esta es una urgencia de nuestro tiempo.

 

  • La Iglesia como institución religiosa tiene principios que se fundamentan en la diaconía, sin embargo, necesita volver a sus raíces para que este sea el motor que guíe su caminar en el mundo.
  • Un semillero de Diaconía es la comunidad cristiana, es la cotidianidad de la vida. Dejarnos impresionar por Jesús Diácono que se hace sencillo y pequeño en los pequeños.
  • Los que se sienten llamados a la vocación de “servicio o Diaconía” necesitan una formación que los haga capaces de diferenciar que la diaconía no es un mini
    sterio como tal, sino una manera de vivir conforme a la voluntad de Jesús Diácono.
  • Favorecer y crear espacios de reflexión sobre las necesidades reales de la gente. Escuchar y vivir momentos que nos acerquen al verdadero sentido de la vida.
  • Nuestra tarea con los pobres no es seguir “asistiéndoles” sino creer en ellos, trabajar con ellos, salir adelante con ellos y con sus propios medios.
  • La diaconía es una novedad a la que la Iglesia está llamada a darle un espacio porque puede ser que ésta, bien vivida, sea la que le devuelva el sentido por la que fue creada.
  • No hay duda que la Iglesia está inmersa en todos los ámbitos de la vida y está en continua relación con el poder y con el servicio. Su misión entonces es estar en continua relación con su raíz que es Jesús y su opción por los pobres. Darle espacio a una Iglesia diaconal será la medicina contra la búsqueda del poder.

 Para finalizar quisiera decir que no quise hablar tanto del ministerio diaconal y de sus proyectos y dificultades, sino de “diaconía” -así como lo hace el papa Benedicto XVI en su primera encíclica- porque esta es la urgencia para la Iglesia. Y para expresar mejor esta urgencia me surge esta imagen. La golondrina vuelve cuando se crean las condiciones. Así es para el diaconado. Este florece cuando la diaconía (esta mentalidad) crea las condiciones.

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