Relación obispo-diácono. Memoria y plegaria por el arzobispo cardenal Jubany
El diácono es un ministro ordenado de la Iglesia; mediante el rito de la imposición de las manos por parte del obispo, el diácono recibe el sacramento del Orden. La Lumen gentium, Constitución dogmática del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia, en el n. 29 dice «En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos, que reciben la imposición de las manos no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio».
Los diáconos son ordenados para el servicio del obispo (ROOPD 179). Los diáconos no son ordenados para el sacerdocio, sino al servicio del obispo:
«non ad sacerdotium, sed ad ministerium (episcopi) manus imponuntur» (LG 29).
Teniendo en cuenta las fuentes patrísticas (cf. Rito de ordenación en la Traditio Apostolica 8), en que se presenta al diácono ordenado ad ministerium episcopi, podemos considerar a los diáconos colaboradores natos del obispo. La institución de los diáconos estuvo vinculada a los obispos desde el comienzo, y así se refiere en el Nuevo Testamento (cf. Hch 6,1-6; 1Tm 3,1-13; Flp 1,1). El fuerte vínculo existente entre el obispo y el diácono se expresa en la liturgia de ordenación diaconal: A diferencia de lo que sucede en la ordenación de obispos y presbíteros, el gesto de la imposición de manos lo realiza solo el obispo sobre el diácono; esto significa que hay un vínculo profundo entre los dos, que los une bajo el signo de la única diaconía de Cristo.
En la comprensión del ministerio ordenado como jerarquía, los diáconos son el grado inferior respecto de obispos y presbíteros (LG 29). Cada grado participa a su manera del triple munus ministerial, en un esquema de gradación descendente. Se tendría que enfatizar la comprensión del diaconado en un sentido no jerarquizado, sino de Iglesia comunión y entender la Iglesia postconciliar como una Iglesia de comunión, toda ella de signo diaconal. Es importante subrayar la comunión entre los diferentes miembros del ministerio ordenado y con toda la comunidad: «Los diáconos, en comunión con el obispo y su presbiterio, sirven el pueblo de Dios» (LG 29).
El diácono asiste al obispo; el diácono participa suo modo del ministerio, en cumplimiento de la misión ministerial que el obispo le confía. La relación entre diácono y obispo debe ser de fraternidad, signo de comunión. El diácono debe ser obediente a su obispo, no debe estar sujeto a sumisión acrítica; el obispo debe actuar siempre como pastor, atender solidariamente las necesidades del diácono y su familia, no imponer sin diálogo su criterio.
De este modo de proceder, como pastor, fue ejemplo el arzobispo de Barcelona cardenal Narcís Jubany de quien hoy, día de San Esteban, diácono y protomártir, se cumplen 25 años de su muerte. El Cardenal Jubany fue persona decisiva en la restauración del diaconado como grado propio y permanente, en el Concilio Vaticano II, en las diócesis españolas y especialmente en la archidiócesis de Barcelona; en ella, después de una larga tarea sinodal, en 1978, firmó el Decreto de constitución del diaconado permanente y en abril de 1980 se hizo público el Directorio para la promoción del diaconado permanente en la archidiócesis de Barcelona; el 8 de noviembre de este mismo año tuvo lugar la primera ordenación diaconal de manos del Cardenal Jubany. Comenzaba así un camino de gracia y esperanza en la Iglesia española. Demos gracias a Dios.
Montserrat Martínez