En el Camino de Santiago "Las Señales"

Reflexiones de un diácono en el Camino de Santiago

Las señales

Durante estas vacaciones hemos comenzado mi mujer y yo el camino de Santiago; la experiencia está siendo tan especial que quiero compartir con ustedes mis reflexiones “Un diácono en el camino de Santiago”.

Cuando me ordené diácono, una cosa que tenía clara es que me ponía en manos de Jesús: “aquí estoy, Tú sabrás que hacer conmigo”. Era una actitud de escucha y de disponibilidad con la que empezaba mi camino como diácono permanente junto a mi esposa.

Cuando en Roncesvalles nos preguntaron el sentido de nuestro camino, pusimos que el nuestro tenía un contenido religioso, esperábamos un encuentro con el Padre en nuestro caminar.

Si se coge el camino, uno debe convertirse en peregrino, hay que estar abierto a lo que el camino te dice, hay que tener todos los sentidos en él; y cuando se hace así, es entonces cuando el camino comienza a hablar y se entra en sus profundos misterios.

Lo primero que uno nota cuando comienza, es que se le abren los ojos de peregrino. Los ojos de peregrino son los ojos que buscan las señales, una flecha amarilla o una concha amarilla con fondo azul, unas piedras… que marcan el camino

De repente aparecen y se hacen visibles y ante ellas uno se encuentra seguro, sabe que va por el camino, y es entonces cuando aparece el verdadero camino, un camino de encuentro con el Padre que se comunica con todo lo que tus sentidos pueden captar.

Cuando uno es ordenado diácono tiene que ponerse los ojos de diácono, una forma nueva de ver el mundo. Entre otras cosas somos los ojos del Obispo, de nuestra comunidad, para el servicio a los pobres, a los que sufren, en palabras de nuestro papa Francisco, de todos y todo lo que necesita de la misericordia del Padre.

Cuando un diácono mira al mundo debe ver esas señales que quizás no había visto nunca, pero que desde siempre estaban allí. Es nuestra misión descubrir para la comunidad las necesidades, los lugares donde es necesario el servicio al prójimo que sufre. Tenemos que hacer visible todo aquello que para la sociedad se ha convertido en invisible, son nuestros ojos los que los deben descubrir y mostrar el camino, que animados por nosotros, la comunidad en la que estamos debe recorrer junto a nosotros.

Las señales están, el Padre nos habla, Jesús sale al encuentro, son nuestros ojos de peregrinos los que deben descubrirle. Cuando uno se convierte en peregrino, son evidentes.

Ojos de peregrino, ojos de diácono para recorrer el camino donde el Padre sale al encuentro de los hombres y mujeres que caminan por él con los ojos abiertos.

Cuando uno abre los ojos, cuando realmente mira, ve y puede hacer ver a los demás, marcándoles la dirección a mirar. Y cuando uno mira y ve, no le queda otra opción más que actuar, de la misma manera que una señal te hace caminar a la siguiente, hasta que termina la jornada; una vez que vemos, tenemos que ponernos a servir para paliar la necesidad, para encontrarnos con el hermano que sufre y necesita de nuestro apoyo.

Lo más sorprendente es ver cómo pueden cambiar los lugares que creíamos conocer cuando nuestra mirada cambia; nos preguntamos cómo es posible que no las viéramos antes, si las señales, ahora, aparecen tan evidentes.

Nos tenemos que hacer peregrinos del servicio, a fin de descubrir las necesidades de los demás, para ver donde otros no ven, para sentir donde otros no sienten, para amar donde otros no aman porque no ven.

A veces las señales se hacen confusas, o no las vemos; es entonces cuando los ojos de otros peregrinos nos ayudan a descubrirlas y podemos continuar nuestro camino. Es aquí donde recobra su gran importancia la fraternidad diaconal, son nuestros hermanos y hermanas los que en muchos momentos nos pueden ayudar, cuando estamos despistados, cuando hemos cogido el camino equivocado, cuando estamos que no vemos; es la fraternidad la que nos puede poner de nuevo en el camino.

Pero cuidado, el camino necesita sus tiempos, si caminamos deprisa para llegar y no miramos como debemos mirar, perderemos las señales. En el camino hay tiempos, tiempo para el silencio, tiempo para dialogar, tiempo para alimentarse, tiempo para descansar, tiempo para orar, tiempo para revisar la vida, tiempo para caminar de la mano. Tiempo para alabar al Padre ante un bello amanecer antes de comenzar a andar.

Juan, diácono permanente de Bilbao, España, en camino con Raquel.

 
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