Perspectiva actual de la teología del diaconado V

LA CONFIGURACIÓN CON CRISTO

La diversidad de los caracteres sacramentales no deriva del hecho de ser configurado con Cristo, sino de la finalidad a la que se dirige la configuración con Cristo. Cuando uno es bautizado, confirmado, hecho diácono, presbítero u obispo, ¿para qué queda configurado con el mismo Cristo? Se trata de una cuestión de finalidad: aquí el verbo “configurar” podría tener un sentido semejante al de la actual jerga informática cuando hablamos de programar un elemento de un sistema para que funcione de una determinada manera.

Esto nos ha de volver cuidadosos frente a un uso indiscriminado del tema de la configuración, la cual no se reduce a una mera semejanza con Cristo-servidor. Nos hallamos ante un tema que ha aparecido recientemente en la teología del diaconado y en documentos magisteriales (Congregación para la Educación Católica, Normas para la formación de diáconos permanentes, 1998, nº 5). Este es un lenguaje nuevo con respecto al Vaticano II y merece ser criticado teológicamente, ya que tiene el peligro de fomentar el “sacramentalismo” en boga recargando la cualidad de signo, por ejemplo, cuando se dice que “el diácono es signo de Cristo-servidor”. Esto puede llevar a pasar a una mera consideración del “ser” en detrimento del “hacer”, en una especie de ontologismo espurio. Al contrario, el ejercicio del ministerio supone una circularidad entre el ser y el hacer.

Otro peligro más subrepticio es el de la identificación o personificación, como cuando se dice que “el diácono personifica a Cristoservidor”. La noción de sacramento implica siempre una distancia, con respecto a lo que es significado y realizado, entre el sacramentum y la res: no se puede asimilar el ministro al mismo Cristo como si hubiera una dependencia personal anterior a la realidad eclesial; a lo más habrá una repraesentatio que ha de respetar siempre su fundamentación eclesial y el valor de la mediación de la iglesia, cuerpo de Cristo. Además del peso moral que la iglesia otorga al individuo (¿qué diácono podría soportar la exigencia de presentarse como
Cristo?), la configuración entendida como semejanza viene a apoyar ciertamente la dimensión cristológica del diaconado. Pero hay un doble riesgo: por una parte, el de la exaltación de estos nuevos servidores de la iglesia como si su ordenación los desmarcara de los demás ministros; y, por otra, el de subestimar el aspecto pneumatológico de este ministerio en orden a los diversos y complementarios carismas en servicio de la iglesia.

Vocabulario postconciliar

La Comisión Teológica Internacional recuerda acertadamente que el vocabulario de la “configuración”, y aun el del “signo”, surgió tardíamente en el período postconciliar. El tema se adivina en ciertos textos conciliares cuando dicen que los diáconos son “fortificados por la gracia” (LG 29a), o que “participan de una manera particular en la gracia del Supremo Sacerdote” (LG 41d), “fortificados por la imposición de las manos… para ejercer más eficazmente su ministerio mediante la gracia sacramental del diaconado” (AG 16f). Es patente que estos textos son sumamente sobrios y evocan más bien la gracia del sacramento.

El magisterio postconciliar evocará “el sello indeleble que configura al diácono con Cristo” (Catecismo, nº 1570), es decir, el carácter “que confirma la fidelidad de Dios a sus dones e implica que el sacramento no es reiterable, sino que tiene una estabilidad permanente en el servicio eclesial” (Comisión para el Clero, Directorio para los diáconos permanentes, 1998, nº 21 y 28). La configuración de los diáconos no se reduce a asemejarse a Cristo: a lo más se la puede entender como representación sacramental de Cristo (Directorio, nº 5.7), en la que, además de la referencia a Cristo se halla la referencia a la iglesia (cf. Catecismo, nº 1121). Como los obispos y los presbíteros, los diáconos son también destinados “al servicio” de sus hermanos y hermanas en la comunidad eclesial, remarcando que el don de Dios es irrevocable y definitivo.

Encuentro acertada la fórmula de Mons. Albert Rouet: “la ordenación diaconal conforma una persona al servicio que Cristo presta a la historia humana para llevarla a su culminación”. La palabra “conformar” evoca el latín configurare: la ordenación hace conformes con la obra de Cristo. Ahora bien, ella pide que pueda reconocerse “en el corazón del mundo”. La recepción del diaconado hace participar en la diaconía de Cristo siguiendo la lógica del don hasta el extremo. El diácono queda marcado para esto: su ordenación lo destina a la obra de Dios que está conduciendo el mundo a su culminación.

 

LOS DIÁCONOS ¿IN PERSONA CHRIST

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