La diaconía, fermento de la Iglesia

“No podemos imaginar nuestras parroquias sin Diáconos…”

 

Diác. Albino Mauro, pssg

Referente Nacional del CIDAL en Guatemala

Especial para el Informativo del CIDAL

Ciudad de Guatemala, Guatemala, 3 de agosto de 2011

albino@donottorino.org

 

El autor de este articulo, es miembro de la Congregación Pía Sociedad San Cayetano, que fue fundada en Vicenza, Italia, el  24 de mayo de 1941 por el padre Ottorino Zanón. Al principio fue para dar respuesta a las necesidades de los jóvenes huérfanos y abandonados, víctimas de la guerra y de las precarias condiciones por la falta de trabajo, en los años subsiguientes, al segundo conflicto mundial.

Más adelante en 1961, el fundador imprimió a la Congregación la orientación definitiva: servir a la Iglesia como animadores de la cura pastoral en las parroquias y diócesis escasas de clero, privilegiando los ambientes populares y pobres, como sacerdotes y diáconos permanentes “unidos en la caridad”, y así promover la diaconía de Jesús en el pueblo de Dios.

 

Esta fue una de las expresiones más lindas que he oído de un cura en estos tiempos. Fue precisamente mientras iba a la conferencia de los diáconos hispanos en los Estados Unidos, celebrada en Chicago del 7 al 10 de Julio de 2011. ¡Sería bueno poder oír decir esto de parte de un cura también en nuestra tierra! Esta experiencia es una de las muchas que he vivido recientemente, primero en Brasil, en el Segundo Congreso Latinoamericano sobre el Diaconado Permanente celebrado en Itaici (23 al 29 de mayo de 2011) y, después, en Chicago, con los diáconos hispanos[1].

 

Algunos se preguntarán el porqué de mi participación en los congresos. Agradezco mucho a la Providencia que me lo permite. Lo he dicho en otras circunstancias y lo voy a repetir ahora: “Un congreso o una conferencia es como encender las luces en un estadio”. Esta gran luz y esta experiencia te permiten dar  una mirada única, porque es encontrándonos que se abre nuestro conocimiento a la experiencia eclesial y continental. Podemos decir también que los congresos continentales y los encuentros nacionales son verdaderos signos de que nos estamos organizando. Y eso es lo que la Iglesia pide en este momento. Me viene a la memora la linda relación de Mons. Vittorino Girardi, Obispo en Costa Rica, en Itaici, sobre el ser “llamados y enviados” como diáconos a un mundo con sus nuevas fronteras y desafíos.

 

Estoy convencido, como dije al comienzo, que los curas no solo se están dando cuenta del gran aporte humano que los diáconos permanentes casados ofrecen a sus comunidades, porque viven en medio de la gente, trabajan y mantienen a sus familias, de modo que el aspecto familiar y cotidiano se une muy bien al llamado de la Iglesia: servicio no sólo el domingo, sino también en cada día de la semana y afuera del templo.

 

Vivimos estas experiencias humanas y divinas en la Iglesia las cuales, por medio de nuestros ministerios presbiteral y diaconal, se encuentran entre sí. No olvidemos lo que dijo el papa Pablo VI en la visita que hizo a la ONU[2], de que él no venía como jefe de estado, sino como el Obispo de Roma y de aquella Iglesia que se define como “experta en humanidad”… Por eso es importante lo cotidiano.

 

Nada de nuevo. Así fue lo que pasó en las primeras experiencias de la Iglesia donde, mientras los Apóstoles se dedicaban a la predicación de la Palabra, los “siete” se dedicaban más al aspecto fraterno y humano del “ser comunidad”. Me parece que después de casi cincuenta años de su restauración, la diaconía y el diaconado están encontrando su propio lugar en la milenaria historia de la Iglesia, que cambia, se organiza y se estructura.

 

Después de la experiencia de las primeras comunidades, me atrevo a decir que se reestructuró el ministerio, pero también se organizó la Iglesia, modificando su estructura, insertando, después de tres siglos, la vida religiosa.

 

Seguramente la vida religiosa, con su presencia en múltiples actividades de caridad, quiso modificar la estructura original de la diaconía y del diaconado. Asimismo, con el edicto de Constantino en el 313 DC., obteniendo la libertad, se institucionalizó la Iglesia, modificando su experiencia original, dejando de lado la sencillez y la pobreza de sus orígenes, respecto a la vida de caridad en lo cotidiano.

 

Ahora nos podemos preguntar: ¿cómo se puede imaginar la vida de la Iglesia sin la vida religiosa? Es lo que hoy se preguntan los curas de la arquidiócesis de Chicago con sus más de 700 diáconos permanentes: ¿Se puede imaginar la Iglesia sin los diáconos?

 

Aquí está el punto central en este momento histórico: la Iglesia está en medio de la convivencia humana. Por eso, los congresos y las conferencias nos iluminan para poder afirmar que no hay iglesias sin obispos, presbíteros ni diáconos. De hecho no hay Iglesia sin el pueblo en el que nace la diaconía… en el que Jesús se hace diácono.

 

Algunas veces me pregunto si la eficacia pastoral de un obispo se expresa mejor cuando todo funciona bien en el centro (catedral y curia) o cuando su presencia llega a las periferias por medio de sus diáconos y de la gente comprometida. Entonces hay que pensar seriamente en las palabras de San Pablo sobre el cuerpo místico. Se ve un corazón sano cuando la sangre llega bien a los dedos de los pies. No quiero expresar un juicio, sino dar respuesta al accionar de las sectas que en Guatemala llegan en muchos  lugares antes que los católicos.

 

Estos últimos e importantes acontecimientos en los cuales he participado recientemente me han demostrado que el diaconado se está organizando y estructurando, como lo deseaba el Concilio Vaticano II. Recordemos que el 15 de septiembre de 1964 fue aprobada la Constitución Dogmática Lumen Gentium, con la que empezó esta aventura. Podemos decir que no es ni tanto, ni tan poco, pero sí suficiente para hacer una evaluación, que es lo que estoy haciendo, reflexionando en voz alta y compartiendo cuanto he vivido.

 

Personalmente me he dado cuenta que el ser y el quehacer del diácono tiene que ver con la diaconía y el reino de Dios. Tomando en serio el evangelio podremos decir como el gran reformador, San Cayetano de Thiene: “Busca primero el reino de Dios y su justicia, y lo demás lo recibirás por añadidura” (Mt 6,33), y también lo que dijo el actual Papa sobre la diaconía en su primera encíclica.

 

Realmente creo que la buena fama y la credibilidad de la Iglesia se juegan también fuera del templo, con entrañas de misericordia. También creo que por medio de la diaconía se expresa mejor los conceptos de “Reino” y de “Iglesia” al servicio del mundo.

 

Lastimosamente tenemos experiencias, como la de Perú y de algunas  diócesis, que han tenido dificultades con el diaconado. Otras, como la de Chicago en Estados Unidos, se han adelantado en el tiempo. Y otras, que viven la prudencia en sus pastores. Esto me dice que detrás de todo esto hay una visión de Iglesia de la que depende mucho que se opte por los diáconos permanentes o por los laicos comprometidos. Esta segunda opción compromete la visión de una Iglesia más cercana a sus orígenes y juega un rol fundamental, más que su misma organización o eficiencia.

 

Después del Concilio Vaticano II, con sus proféticas intuiciones, hemos trabajado mucho en preparar ministros, consagrados y laicos comprometidos, además de definir mejor los ministerios, para trabajar dentro del templo y enfrentar los desafíos de nuestros tiempos.

 

Ahora sí, v
eo con mayor claridad que los diáconos somos llamados a trabajar dentro de esta humanidad tan querida y bendecida por Jesús, el gran servidor.

 

Sueño con un mundo en el que muchos problemas pastorales puedan resolverse fuera del templo, por medio de la diaconía, de modo que nuestros templos se llenen de personas agradecidas por los beneficios experimentados en sus propias vidas, trabajos y hogares.

 

La Eucaristía, como acción de gracias, sería el culmen de una presencia laical y diaconal vivida antes de la celebración y donde vive y lucha la gente.

 

Los líderes cristianos y los diáconos debemos interpretar mejor las palabras de Jesús: “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Creo que no se refería sólo a su presencia eucarística, sino a que ha llegado el tiempo de que la Iglesia envía a las calles y a las nuevas fronteras a sus ministros y testigos, dándoles herramientas aptas para evangelizar nuestros barrios, instituciones, el mundo de la salud, el mundo de la cultura, el mundo de la escuela… en general, el mundo afuera del templo.

 

Esto es un poco lo que quería decir. Lamentablemente, algunos diáconos hemos llegado a ser buenos sacristanes y súper acólitos. Pienso que este no es el plan de Dios ni los deseos de la Iglesia. Desde una visión de Iglesia como la que describe la Lumen Gentium, sueño futuros diáconos expertos en humanidad que sepan y sean aptos para trabajar en ella, aquí no hay límites de creatividad y de presencia profética, rica de profunda unión con Dios sobretodo mediante la oración, la meditación del evangelio y la eucaristía, además es importante la comunión con el obispo y su comunidad de origen que los envía y los sostiene.

 

No se puede imaginar el diaconado sin desafíos y sin ánimo profético. Tampoco podemos imaginarnos un buen trabajo sin las herramientas ni estructuras que nos permitan ejercer el ministerio con competencia y alegría evangélicas. Me gustaría ver a los diáconos en medio de las calles y a la gente con la sonrisa más abierta,  a ministros de la Iglesia que están en medio de esta humanidad sin miedo y con el Evangelio en sus manos.

 

Puede ser que  haya expresado mis convicciones con mucha poesía y sentimiento, pero sin polémica. Después de muchos años de vivir estas cosas he percibido que el diácono debe ser un “hombre profundamente humano y un ministro de esperanza”, porque si no fuera la figura de Cristo Siervo, no se cumpliría el sueño y el deseo de Jesús.

 

Nuestra vocación como diáconos es servir a Jesús por medio de su pueblo.



[1] Ellos son tres mil de los más de 17 mil que hay en ese país.

[2] Alocución del 4 de octubre de1965 a los representantes de los Estados.

 

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