La mirada retrospectiva de un diácono permanente
Diác. Miguel Ángel Herrera Parra
Referente Nacional del CIDAL en Chile
Santiago, Chile, 4 de agosto de 2011
miguelangel.herreraparra@gmail.com
Desde su creación, en 1561, la Iglesia de Santiago ha sido, desde una pequeña iglesia de pueblo colonial dependiente del Arzobispado de Lima, a transformarse en una diócesis autónoma, inserta en la nueva república emergente, y finalmente a ser una gran arquidiócesis, cuya organización, orientaciones y estilo pastoral ha servido de inspiración a otras diócesis y arquidiócesis del continente americano y del mundo.
Desde los tiempos en que los curas, que no tenían templos, visitaban -a caballo- a sus fieles, dispersos en grandes extensiones de terreno; pasando a los tiempos de las encomiendas, en que la voz de la Iglesia se alzó -ante el rey de España- para defender a los indios, de la crueldad de los encomenderos y patrones; hasta los tiempos en que la Iglesia se transformó en la voz de los sin voz, cuando en Chile arreciaba el autoritarismo y su doctrina de seguridad nacional, en la que los opositores a la dictadura eran considerados como peligrosos enemigos internos. “Todo hombre tiene derecho a ser persona”, fue el lema del año internacional de los Derechos Humanos, que promovió, con valentía, el Cardenal Raúl Silva Henríquez, desde la Vicaría de la Solidaridad.
Ayer, hoy y siempre, en la colonia, en la independencia, en los inicios de la república y en la sociedad moderna, nuestra Iglesia de Santiago, ha querido ser fiel a su tarea fundamental de evangelizar y de servir a nuestra sociedad, aún en tiempos, en que era muy difícil hablar, o en que muchos aconsejaron no meterse en problema con las autoridades de la época.
Defender a los indios, denunciar la esclavitud y los malos tratos a los trabajadores del campo y de la ciudad, apoyar y fortalecer la creación de sindicatos, proponer un sueldo ético para los empleados, son algunos ejemplos de las tareas que -a lo largo de la historia- ha desarrollado la Iglesia, junto con el esencial anuncio de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, que se ha encarnado y ha venido al mundo para darnos su Vida, y vida en abundancia.
Es impresionante captar cómo el Espíritu Santo ha inspirado a los distintos Pastores de la Iglesia de Santiago, en épocas tan diversas, para ayudar al pueblo a descubrir el paso del Dios de la Vida, por nuestra historia chilena. Monseñor Diego de Medellín y su defensa apasionada de los indígenas; Monseñor José María Caro y su humilde cercanía orante junto al pueblo; Monseñor Raúl Silva Henríquez y su amor a los jóvenes y a los pobres, promotor inclaudicable en la defensa y promoción de los derechos humanos; Monseñor Juan Francisco Fresno el pastor de la reconciliación que apoyó la concreción del primer Acuerdo Nacional para alcanzar la democracia; Monseñor Carlos Oviedo y su apoyo a la renovación pastoral de la arquidiócesis, mediante el IXº Sínodo de la Iglesia metropolitana y así, tantos otros pastores, que, en su propio estilo y con sus propios carismas, trabajaron para que la fe católica, saliera de las sacristías, para ir a iluminar la vida social y para que los cristianos fueran como levadura en la masa, orante y comprometidos en la construcción de la civilización del amor, en justicia y en libertad.
Gracias Espíritu Santo, por regalarnos a la Iglesia de Santiago, pastores tan enamorados de Jesús y su Evangelio, atentos a las necesidades, a los dolores, a los gozos y a las esperanzas de los hombres y mujeres de su tiempo. Ciertamente, muchas veces, se pudo constatar históricamente, que ellos estuvieron absolutamente solos, pero, en sus corazones, les hiciste sentir el amor, la fe y la esperanza, de este pueblo que siempre ha orado por ellos y su misión apostólica.