Llevamos tres semanas de confinamiento en casa a causa de la pandemia del coronavirus Covid-19. Yo prefiero llamarlo “clausura doméstica”, me parece más positivo. He tenido tiempo para descansar, para limpiar (¡tengo la casa como los chorros del oro!), para rezar sin prisas, para aburrirme, para reír y llorar, para reñir con mi familia y hacer las paces, para ver noticias de la tele y dejar de verlas por el cansancio y la paranoia; tiempo para ver y contestar wasaps y dejar de verlos y contestarlos… Pero también he tenido tiempo de reflexionar… mucho tiempo.
A los pocos días del comienzo del aislamiento, tuve necesidad de ir a comprar a la carnicería y a la panadería de mi calle y me dolió lo que vi: guantes, mascarillas, cintas separadoras, personas alejadas unas de otras por un metro invisible, pocas voces y ninguna risa. Volví a casa desolada, me parecía estar en un mundo distópico e irreal.
Pero van pasando los días y en la quietud de este parón obligado, voy descubriendo que una nueva forma de ver las cosas se va abriendo paso por entre un bosque espeso y enmarañado en el que vivíamos. En este bosque se encuentra toda suerte de criaturas letales: las prisas, los miedos irracionales, la desesperación, la falsa relación con los otros, el egoísmo, la cultura del poder y el tener, las máscaras en las que nos escondemos, los dioses de barro… Una gran fauna que es el verdadero virus que todo lo enferma, lo corrompe y lo mata.
Hace poco me enviaron un mensaje, de los pocos aprovechables, he de decir, con un esquema que me gustó. Sintetizaba dónde nos situamos frente a esta pandemia, aunque puede servir para cualquier situación de crisis del tipo que sea. Dice así:
-“Zona de miedo: Me quejo por todo y de todos. Acaparo bienes de todo tipo. Contagio miedo y me irrito. Renvío todos los mensajes que recibo.
-Zona de aprendizaje: Dejo de consumir compulsivamente, desde alimentos a noticias. Comienzo a soltar lo que no puedo controlar. Identifico mis emociones. Tomo conciencia de la situación y de cómo actuar. Contrasto la información. Reconozco que todos tratamos de dar lo mejor.
-Zona de crecimiento: Encuentro un propósito. Pienso en los demás y busco cómo ayudarles. Pongo mis talentos al servicio de quien los necesite. Vivo el presente y me enfoco en el futuro. Soy empático conmigo y con los demás. Agradezco y valoro. Mantengo un estado emocional alegre y contagio esperanza. Busco la manera de adaptarme a los cambios. Practico el sosiego, la paciencia, las relaciones y la creatividad”. Hasta aquí el mensaje.
Tenemos mucha tarea por hacer, principalmente con nosotros mismos y tiempo que nunca tenemos, ahora podemos disponer de él, en abundancia.
¿Y si todo este tiempo de gran crisis, de dolor, enfermedad, muerte, soledad, aislamiento y malas noticias se convirtiera en un tiempo nuevo de Gracia y oportunidad?
Y aquí llegan mis pequeñas reflexiones:
*Hemos vivido casi siempre hacia fuera y casi nunca hacia dentro, por eso ahora parece que nos encontramos vacíos y lo que somos o tenemos no nos da hartura, no sirve para seguir viviendo y no encontramos sentido.
*Nuestra forma de vivir, nuestro tren de vida, nuestra posición, nuestro nombre, nuestros títulos… no sirven para nada frente a las crisis, la enfermedad y la muerte.
*Somos náufragos de esta sociedad que hemos construido entre todos, en un mar convulso, oscuro y sin esperanza.
*Nos hemos conformado con poco, no hemos cultivado nuestra parte interior y hemos vivido sin esperanza, o poniéndola donde no debíamos y ahora parece que todo ha saltado por los aires.
Pero si empezamos a mirar mejor y en tres direcciones: hacia dentro, hacia los demás y, especialmente hacia Dios, descubriremos que este tiempo que nos está tocando vivir será para bien, tal vez no encontremos una explicación, pero con el tiempo seguro que iremos dándole un sentido:
*La vida que a veces tal vez nos parecía cansina, insulsa y poco creativa, ahora resulta que es motivo de dar gracias a Dios (en mi caso a Dios ya que soy creyente) porque cada mañana vuelvo a despertar y a respirar.
*Es tiempo privilegiado para recomenzar a transformar nuestra casa interior. Mirarnos hacia dentro y ver aquello que realmente es importante, incluyendo a las personas, mi familia, los amigos de verdad, los afectos sinceros; discernir de qué podemos prescindir y aquello con lo que me quedo y me hace persona. Siempre estamos a tiempo de reiniciarnos, de resetearnos. Tiempo de volver al inicio para recomenzar, aunque el principio sea el caos, como en la Creación. ¡Recordemos que Dios del caos, creó el universo! (Génesis 1, 2). Es tiempo también de gracia. ¡Qué bonito sería reinterpretar nuestra vida con Dios, desde Dios y para Dios!
(Quiero recomendar un libro que ha sido un gran descubrimiento para mí y que es ideal para este tiempo de batalla: “El arte de recomenzar” de Fabio Rosini.)
*Es tiempo de reconocerme débil, vulnerable y aceptarlo. Reconocerme necesitada de Dios y entregarle todo lo que soy, especialmente mis miserias. Dios es el único que te acepta tal como eres y siempre saca bien del mal.
*Aprender a contemplar el mundo: el cielo, las estrellas, las flores que nacen en esta primavera, el sonido de los pájaros que han tomado las ciudades (en mi calle cada mañana nos alegra un cuco que antes nunca había escuchado) y que hace que se apaguen el ruido de los motores, oliendo a verde en vez de a humo… Todo es nuevo e irresistible.
*El Planeta debe estar de fiesta, ahora contaminamos y ensuciamos menos y así le damos un respiro tan necesario.
*La “reunión” que cada tarde a las ocho en punto nos convoca desde nuestras ventanas, nos hace descargar la ansiedad y empatizar más con nuestros vecinos, que con las prisas habíamos olvidado. ¡Y hemos descubierto y elevado al cubo la creatividad de estas manifestaciones festivas!
*Los periódicos y televisiones se hacen eco de esta pandemia y parece que las guerras a lo largo y ancho del mundo, han cesado, ya nadie habla de misiles, de bombas atómicas, de atentados terroristas…
*Comenzamos a preocuparnos más por los demás, por sus necesidades. Estamos aprendiendo a escuchar más porque tenemos más tiempo… todo el tiempo del mundo.
*Los vulnerables, aquellos a quienes marginamos, ya no están tan lejos de nosotros, han dejado de pertenecer a otro mundo diferente al nuestro. Ahora todos estamos en las mismas redes, en la misma encrucijada y todos, por fin, somos iguales. Incluso en varias cárceles se está viviendo de otra forma la relación entre las personas. Trabajadores y funcionarios, antes más preocupados por la seguridad de sus cárceles, ahora son más empáticos con las personas privadas de libertad y seguro que la relación, aunque distante por las medidas de seguridad para las personas, será más cercana y estrecha en las miradas.
*Se había instalado entre nosotros la creencia no declarada de que las personas “improductivas” y “no válidas” (¡a saber quiénes son!), tenían menos derechos, que lo importante era el hacer y el actuar y ahora estamos viendo que lo más importante es el ser.
*A los ancianos de nuevo se les vuelve a tener en cuenta, como un gran tesoro de paciencia, sabiduría y experiencia. Muchos mayores que viven solos ahora cuentan con la ayuda de personas voluntarias que les llevan comida, medicinas y cariño a casa y en las residencias de mayores todos los trabajadores se desviven incluso más porque este virus pase de largo por sus habitaciones.
*También tenemos tiempo para darnos cuenta de la importancia de poder asistir a nuestra parroquia, a recibir los sacramentos, a reír y llorar con nuestra comunidad de fe. Y descubrimos de cuántas formas se puede rezar y ponernos en presencia de Dios. Algo que pienso, nos hará alcanzar la mayoría de edad como laicos.
*En la historia de nuestro país se han aprobado leyes de poco respeto a la vida y que son de muerte. Ahora, sin embargo, todo habla de vida, de salvar una vida, de lograr que el enfermo vuelva a respirar. Y es que la vida en un regalo, es un don y como tal, se recibe.
*He comprendido que nuestro mundo es pequeño, que estamos hechos para lo cotidiano y sencillo: compramos en las tiendas de nuestro barrio, paseamos por los parques cercanos a casa, nuestros hijos juegan en las plazas vecinas, compartimos historias con nuestros vecinos… Somos pequeños y así deberíamos vernos y reconocernos. Volveremos a esto, a la simplicidad de la vida diaria y de su rutina, siempre con tan mala prensa y que ahora daríamos una fortuna por volver a ella.
*Nuestra meta debe ser el camino que estamos haciendo estos días y que nos servirá de lección para toda nuestra vida. Y nos ayudará más el preguntarnos “para qué” en vez de “por qué”.
*Y como ya empezamos a intuir, la solidaridad y el mantenernos unidos como país y como mundo, es lo que dará sentido a todo.
Nos encontramos finalizando el tiempo de Cuaresma -es el tiempo que Dios nos lleva al desierto y nos habla al corazón (Oseas 2, 14)-, un tiempo propicio para replantearnos nuestra vida, nuestra relación con Dios, como estamos haciendo en esta cuarentena. Yo siempre le pedía a Dios que me regalara el poder vivir una Cuaresma diferente y real y se está cumpliendo esta petición. ¡Dios y su especial sentido del humor!
Mañana, Domingo de Ramos, comienza el tiempo de Semana Santa y también lo pasaremos aislados, pero no tanto porque ¡el Espíritu Santo sigue actuando y abriéndose paso como quiere, sin freno ni fronteras! Tenemos una gran oferta digital para poder vivirla con nuestra familia y unidos en el recuerdo y con la oración, con amigos creyentes, con nuestros grupos de referencia y con nuestra parroquia.
Comenzaremos con el Domingo de Ramos, aclamando a Jesús como nuestro Rey y Mesías. El Jueves Santo, viviremos cómo Jesús se entregó por nosotros amándonos hasta el extremo y nos recordará que también así debemos amar a nuestros hermanos. El Viernes Santo, Jesús nos revela lo que realmente es la muerte, el último enemigo que hay que vencer y que, viviéndola con Él, está llena de esperanza ya que con ella nada termina, sino que comienza la verdadera Vida. Durante la Vigilia Pascual recorremos la Historia de Salvación y nos dejaremos encontrar y consolar por el Resucitado. Rezaremos y cantaremos un canto a Dios y a la Vida, llenos de alegría y esperanza. Y el Domingo de Resurrección acompañaremos a María Magdalena al sepulcro y estallaremos de alegría.
En esta situación que nos toca vivir de crisis sanitaria -además de otras crisis que estamos pasando-, en medio de situaciones desconcertantes, oscuras y vacías, la vida y la esperanza siguen floreciendo, sólo tenemos que aprender a mirar mejor. La Pascua llega a nosotros cuando somos capaces de ver y creer más allá de lo que vemos a primera vista.
Me gustaría terminar con unas frases del Papa Francisco del pasado día 27 de marzo en la bendición “Urbi et orbi” desde la Plaza de San Pedro en Roma. Merece la pena volver a releerla completa, pero entresaco algunas ideas para reflexionar:
“Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio (Marcos 4, 35-41), nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente…”
“La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas faltas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades…”
“Jesús se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?…”
“Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela y se dirige a todos… No nos hemos detenido antes tus llamadas, no nos hemos despertado antes guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo…”
“Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: “Que todos sean uno” (Juan 17, 21)…”
“Al igual que los discípulos, experimentamos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad a nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere….”
“Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor…”
Y termina rezando: “Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil, Señor y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: “No tengáis miedo” (Mateo 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque sabemos que Tú nos cuidas.” (I Pedro 5,7).
No dejemos que esta experiencia vivida caiga en el olvido con el tiempo. Recordar y ver lo que aprendimos durante todo este tiempo, nos ayudará, sin duda, a seguir madurando y pensar que otro mundo es posible…
Paloma Pérez Muniáin
Pamplona, abril de 2020