Los pobres en el corazón del Evangelio y de la Iglesia.
Referencias diaconales: El ministerio diaconal y los diáconos San Esteban y San Lorenzo en la justificación de esta prioridad desde las primeras comunidades cristianas
Hoy, 9 de octubre, se ha presentado en la Oficina de Prensa de la Santa Sede la exhortación apostólica «Dilexi te» del Papa León XIV, titulada «Te he amado». El documento, firmado el pasado 4 de octubre en la fiesta de San Francisco de Asís, aborda el amor hacia los pobres y la importancia de la opción preferencial por ellos en la Iglesia y la sociedad.
El Papa explica la opción preferencial de Dios por los pobres y recuerda la elección de los primeros diáconos al servicio de las personas empobrecidas:
«Por otra parte, un claro ejemplo eclesial de compartir los bienes y asistir a los pobres lo encontramos en la vida cotidiana y en el estilo de la primera comunidad cristiana. Podemos recordar en particular el modo en que fue resuelta la cuestión de la distribución cotidiana de ayuda a las viudas (cf. Hch 6,1-6). Se trataba de un problema difícil de resolver, porque algunas de estas viudas, que provenían de otros países, eran desatendidas por ser extranjeras. De hecho, el episodio relatado por los Hechos de los Apóstoles pone de manifiesto un cierto descontento por parte de los helenistas, que eran judíos de cultura griega. Los apóstoles no responden con un discurso doctrinal abstracto, sino que, volviendo a poner en el centro la caridad hacia todos, reorganizan la asistencia a las viudas pidiendo a la comunidad que busque personas sabias y estimadas a quienes confiar el servicio de las mesas, mientras ellos se ocupan de la predicación de la Palabra» (n. 32).
En este marco, señala el servicio del diácono San Esteban:
«San Pablo refiere que entre los fieles de la naciente comunidad cristiana no había «muchos sabios, ni muchos poderosos, ni muchos nobles» (1 Co 1,26). Sin embargo, a pesar de su propia pobreza, los primeros cristianos tienen clara conciencia de la necesidad de acudir a aquellos que sufren mayores privaciones. Ya en los albores del cristianismo, los apóstoles impusieron las manos sobre siete hombres elegidos por la comunidad y, en cierta medida, los integraron en su propio ministerio, instituyéndolos para el servicio —en griego, diakonía— de los más pobres (cf. Hch 6,1-5). Es significativo que el primer discípulo en dar testimonio de su fe en Cristo con el derramamiento de su propia sangre fuera san Esteban, que formaba parte de este grupo. En él se unen el testimonio de vida en la atención a los necesitados y el martirio» (n. 37),
En el capítulo tercero, «Una Iglesia para los pobres», el Papa nos recuerda que los pobres son el verdadero tesoro de la Iglesia, recordando el testimonio martirial del diácono San Lorenzo:
«Poco más de dos siglos después, otro diácono manifestará su adhesión a Jesucristo de modo semejante, uniendo en su vida el servicio a los pobres y el martirio: san Lorenzo. Del relato de san Ambrosio comprendemos que Lorenzo, diácono en Roma en el pontificado del Papa Sixto II, al ser obligado por las autoridades romanas a entregar los tesoros de la Iglesia, «al día siguiente trajo consigo a los pobres. Cuando le preguntaron dónde estaban los tesoros que había prometido, les mostró a los pobres, diciendo: “Estos son los tesoros de la Iglesia”». Al narrar este episodio, Ambrosio pregunta: «¿Qué mejores tesoros tendría Cristo que aquellos en los que él mismo dijo que estaba?». Y, recordando que los ministros de la Iglesia nunca deben descuidar el cuidado de los pobres y, menos aún, acumular bienes en beneficio propio, afirma: «Es necesario que cada uno de nosotros cumpla con esta obligación con fe sincera y providencia perspicaz. Sin duda, si alguien desvía algo para su propio beneficio, eso es un delito; pero si lo da a los pobres, si rescata al cautivo, eso es misericordia»» (n. 38).
Enlace al documento
https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/apost_exhortations/documents/20251004-dilexi-te.html