XI JORNADA DIOCESANA DEL DIACONADO PERMANENTE
Bizkaia, 04 de octubre de 2025
“Portadores de la esperanza”
Oración de un diácono diocesano de Bilbao a su Patrón, San Francisco
Hermano Francisco, patrón y faro,
tú que, siendo diácono como yo, no te reservaste nada,
sino que te hiciste siervo de todos, siguiendo las huellas de Jesús,
hoy, en este día en que la Iglesia te recuerda, vengo a ti.
Tú que eres para mí un espejo transparente de Cristo,
enséñame a verle a Él en todo y a llevar todo hacia Él.
Quiero mirar con tus ojos, Francisco, a nuestro mundo herido y fracturado.
Ante el gemido de nuestra Madre Tierra,
enséñame a escucharla con el corazón, como Jesús que escuchaba al Padre en la brisa y en la tempestad.
Haz de mis manos, que reparten el Cuerpo de Cristo en el altar,
manos que siembren respeto, protejan la vida
y acaricien con gratitud cada criatura, sacramento de su amor.
A ti, que en el Crucificado de San Damián abrazaste el dolor del mundo,
te presento el grito desgarrador de la guerra y el genocidio,
donde el odio sordo ahoga tu saludo de «Paz y Bien».
Pon en mis labios, que proclaman el Evangelio de Jesús,
palabras que desarmen el corazón y construyan puentes.
Ante el camino incierto de migrantes y refugiados, hermanas y hermanos,
Tú, peregrino y pobre para quien el mundo era «casa común», te pido:
dame un corazón sin fronteras, el corazón del Buen Samaritano.
Que en cada rostro sufriente que encuentre en mi camino,
yo reconozca, sin dudar, el rostro del mismo Jesús, peregrino y exiliado en Egipto.
Cuando la fraternidad fracasa,
tú que abrazaste al leproso y llamaste «hermano» al lobo,
rompe en mí las cadenas de la indiferencia.
Dame un corazón grande, como el de Jesús.
Que en el rostro de quien sufre, yo vea siempre
su Rostro sufriente y glorioso.
Francisco, diácono,
fortalece mi ministerio.
Que la caridad no sea solo una tarea, sino la respiración de mi fe en Cristo.
Que la Palabra que proclamo no se quede en sonido,
sino que se encarne, como el Verbo, en servicio a los más olvidados.
Que la liturgia a la que sirvo nos una como hermanas y hermanos y nos lance a sanar el mundo con la fuerza de Jesús.
Hazme un servidor fiel de la Esperanza
en las periferias, en lo escondido, donde Tú estás.
Bendice a las personas y las comunidades que el Obispo me ha encomendado servir, y también a quienes compartimos esta misión de llevar tu esperanza:
Al laicado, que desde sus realidades cotidianas siembra el Reino de Jesús.
A la vida religiosa, que nos recuerda el amor por el Señor.
A mis hermanos diáconos y presbíteros, con quienes comparto la gracia del Sacramento del Orden.
Acompaña a nuestro pastor, Joseba, y al Papa León.
Haz que, en la diversidad de dones y carismas, seamos un solo corazón en Jesús,
llevando a cada rincón la alegría del Evangelio.
Te ruego, Francisco, continúa mirando con bondad sobre mi familia,
esta pequeña iglesia doméstica:
a mi esposa, roca y compañera en la misión,
con quien comparto el Sacramento del Matrimonio, desde el que los dos somos uno en Jesús, a mis hijas, hijos y nietos, que comparten con generosidad la entrega de mi servicio.
Bendícelos, protégelos y recompensa con creces su amor y su paciencia.
Haz que mi paso por sus vidas pueda
dejar una huella de tu bondad y un anuncio vivo de la Misericordia del Padre.
En tus manos estigmatizadas y entregadas,
lo pongo todo y a todos.
Llévalos a Jesús, el Siervo fiel, el único Camino.
Y que a mí, como hizo contigo, me conceda la gracia de vivir para servir,
y de encontrar en el servicio la verdadera y eterna riqueza de su Amor.
Amén. Paz y Bien.