Viaje a Roma con motivo de la Beatificación de Juan Pablo II

Relato de un diácono español

 vgonzp@yahoo.es

Primera parte: Crónica del viaje

Iniciamos nuestra Peregrinación a Roma el día 29-IV-2011 con una Misa en la parroquia de san Juan de la Cruz, en plena castellana madrileña, a las 10 de la mañana, concelebrada por 5 sacerdotes y un diácono y la iglesia abarrotada de jóvenes principalmente.

Fuera esperaban media docena de autobuses de la empresa ALSA en los que tardamos en acomodarnos, siguiendo instrucciones, como una hora. Hacia las 11,30 emprendíamos nuestro viaje, muy ilusionados todos. Íbamos varios centenares de jóvenes y más de media docena de sacerdotes.

En el Klm. 55 de la carretera de Barcelona, a la altura de Guadalajara, ya hicieron una pequeña parada, algunos buses, para recoger peregrinos. Horas después, cerca de Zaragoza, paramos en un área de servicios, hacia las 3,45 h. Allí comimos, cada uno por su cuenta, y hacia las 4,45 h. salimos hacia el área de servicios de Alfajarín, para reunirnos con otros autobuses…

Hacia las 5 de la tarde, salimos para Barcelona, donde llegamos al puerto, hacia las 9 de la noche. Pasaron unas tres horas mientras se despejó el puerto, que tenía muchísimo tráfico y pudimos subir a un barco tan grande que no nos lo creíamos. Y hacia las 12 de la noche, emprendíamos nuestro viaje por el Mediterráneo, hacia Roma, la ciudad santa, en una especia de transatlántico de bastante lujo: tenía unos 500 metros de proa a popa; 11 plantas hacia arriba, como muchos bloques urbanos y dos o tres de bodegas, llenas de buses y camiones cargados.

No podemos extendernos mucho, pero fue un viaje precioso, a veinte nudos – unos treinta kilómetros hora- y muchísimo viento en cubierta, donde era peligroso estar. En Barcelona- se me olvidaba-, se nos unió Monseñor José Ignacio Munilla, obispo de san Sebastián, hermano del P. Esteban Munilla, el director, como todos sabemos, de Radio María, que vino con dos autobuses vascos. En total éramos diez autobuses en el barco hacia Roma, hacia la beatificación de Juan Pablo II.

Desde entonces y hasta la ciudad santa, Monseñor Munilla, se convirtió sin quererlo en el líder natural de los jóvenes (mayoría) y mayores, aunque todos jóvenes de espíritu. A lo largo del trayecto- noche del viernes y día del sábado 30-, nos presidirá una Eucaristía preciosa en alta mar- su primera Eucaristía en el océano, según nos dijo, como para muchos -, y nos dará varias catequesis con mucho contenido, que nos vinieron muy bien a todos. Todo ello entrecortado y debidamente espaciado con actuaciones lúdicas, jocosas y musicales de jóvenes procedentes hasta de Francia, con mucha participación de todos. La gente, con tanta animación y entretenimiento, no se fue a sus camarotes hasta altas horas de la noche y al día siguiente, 30 de abril, sábado, nos levantamos con el siguiente horario:

– 8 de la mañana: levantarse y desayuno por libre. Había varias cafeterías repartidas por el transmediterráneo de la empresa Grimaldi, una de las mayores de Italia, según nos dijeron.
– A las 9,15 h. Laudes en la sala grande, donde cabíamos todos, los 600…
– A las 10 una catequesis preciosa de Monseñor Munilla sobre la razón y la fe. Y a las 11 h. fue la solemne Misa presidida por el Sr. Obispo, con más de 12 sacerdotes concelebrantes.
– A las tres de la tarde rezamos, después de comer, el Rosario de la Divina Misericordia, seguido hacia las 4 de la tarde, de otra catequesis del Sr. Obispo sobre la figura de Juan Pablo II.

Y así, animados por grupos cantores, en francés y en español, y divertidos con diversos juegos muy activos en que participaban y bailaban principalmente los jóvenes, llegamos hacia las 21,45 h, del sábado al puerto romano de Civitavechia, iluminado ya por las luces nocturnas. Y empezamos la operación desembarco de aquel monstruo marino, comenzando por los autobuses y después los 600 jóvenes, buscando cada uno su autobús, con los cuales llegamos a Roma, a unos 20 Klms. del puerto, hacia las 12 de la noche, cada uno con sus responsables laicos y sacerdotes al frente, dispuestos a pasar la noche unos visitando iglesias abiertas y otros a ponerse ya en cola, en la Via Conciliazione, para entrar cuanto antes por la mañana temprano en la plaza de san Pedro, que abrieron hacia las 5 de la mañana.

A altas horas de la madrugada, ya estaba dicha vía -que conduce derecho a la plaza de san Pedro-, abarrotada de peregrinos…Cada uno aguantó como pudo…sentados en el suelo, de pie, tumbados etc…El caso es que a las 10 de la mañana en punto, del domingo 1 de mayo, empezó la ceremonia de Beatificación de Juan Pablo II, presidida por nuestro querido Papa Benedicto XVI, acompañado del colegio cardenalicio y armonizada la ceremonia en todo momento por el gran coro del Vaticano.

Muchos seguramente habrán podido ver la ceremonia por televisión mejor que los que estábamos allí, en la plaza de san Pedro a tope. Pero la emoción de la cercanía, muchos detalles que no se ven por la tele y el ambiente cargado de piedad y fervor de tantos miles de peregrinos, sólo tuvimos la oportunidad de gozarlos -a la vez que sufrir algunos empujones y ciertas incomodidades-, los que tuvimos la suerte y el privilegio de estar allí.

Para no extendernos demasiado –ya que mucha gente la pudo seguir por televisión-, diré que la ceremonia terminó hacia las 12, 30 h. del mediodía; que a continuación nos dispersamos por los alrededores del Vaticano para comer y beber algo el millón y medio de personas -que dijeron que estábamos-, y luego ya fuimos acudiendo, poco a poco, hacia los lugares de encuentro: Primero en la plaza de Pío XI, al final de la vía de Jorge VII, y, después en la estación de metro Aurelia, a las afueras de la ciudad, porque las autoridades romanas no dejaron entrar a muchos autobuses para no colapsar aún más la ciudad.

El caso es que todos muy cansados, salíamos ya de Roma hacia las 7 de la tarde en dirección a Florencia, donde llegamos a las 10 de la noche y allí en un área de servicio, celebramos una Eucaristía muy pobre- a la luz de una farola-, pero muy piadosa, concelebrada por todos los sacerdotes que venían en la peregrinación y que no habían querido quedarse sin celebrar en el día de la beatificación de Juan Pablo II, ya que en la plaza de san Pedro, muchos no pudieron ni acercarse al altar y estuvieron como uno más entre la muchedumbre.

Hacia las 12 de la noche nos pusimos de nuevo en marcha, durmiendo cada uno como pudo en su autobús; al amanecer íbamos ya por la costa azul: Niza, Marsella y Narbona, ciudad francesa, donde celebramos otra Eucaristía, la última, hacia las 12 de la mañana, en su catedral medieval, abarrotada de españoles y franceses que nos acompañaron, algunos seguramente por curiosidad… Hacia las tres de la tarde paramos para comer cerca de Gerona, en otra área de servicio. Luego pasamos por Barcelona, Zaragoza, Guadalajara, Alcalá, dejando gente, y hacia las 12,30 h. de la noche del lunes, llegábamos los 8 autobuses -algo ya mermados algunos de pasajeros-, a la plaza de san Juan de la Cruz, paseo de la Castellana, Madrid, que se convertirá en la sede de la JMJ del 16 al 21 de agosto próximo, en que volveremos a ver a nuestro gran Papa Benedicto XVI… ¡Que Dios os bendiga a todos!

Segunda parte: mi impresión personal

(Seguramente, muchos de los que hemos ido a este viaje, podrían escribir sus impresiones iguales y mejor que yo. A mí me lo han pedido y lo hago modestamente).

Los días 30 de abril y 1 de mayo de este año 2011 muchas personas hemos vivido en Roma un acontecimiento muy especial, que no es fácil describir en todo su esplendor y belleza espiritual y artística. Me refiero a la beatificación del gran Papa Juan Pablo II, a los 6 años de su muerte. Roma, siempre bella y llena de atractivo para todos, era una ciudad joven y desbordaba juventud por todas partes: no sólo por la gran cantidad de jóve
nes de todos los países europeos, principalmente, que han acudido, sino por ser también Primavera, que afloraba en los campos verdes, en los cuerpos y en las almas llenas de ilusión y alegría.

Todo este ambiente primaveral y juvenil se respiraba por todas partes, en señal inequívoca de una Iglesia joven, atraída por la presencia real y viva de Jesucristo, en plena Pascua de Resurrección, que ha vencido a la muerte para siempre y atrae a todos hacia Sí, encabezados por el beato Juan Pablo II y su sucesor el buen Papa Benedicto XVI.

En efecto, el actual Papa Benedicto XVI ha proclamado BEATO O BIENAVENTURADO, el día 1 de mayo del año 2011, A SU PREDECESOR, EL PAPA JUAN PABLO II -que tantos aún recordamos-, hecho que habría que retroceder muchos años en la Historia para encontrar un caso igual. En muchos momentos de la ceremonia, notamos que el Papa hablaba emocionado y se sentía orgulloso de haber colaborado, muy cerca del nuevo Beato Juan Pablo II, durante más de 20 años. Y esto es así, porque los dos Papas: Juan Pablo II y Benedicto XVI, además de la sucesión cronológica en la cátedra de Pedro, tienen en común mucho más. Ambos son, en cierto sentido, dos almas gemelas, muy unidas, en el fondo, por un gran Amor a Jesucristo, pero distintos en las formas exteriores: Juan Pablo II más popular, más abierto, más y mejor comunicador y líder de masas; Benedicto XVI, por el contrario, es más sencillo, más tímido, más sabio y mejor teólogo -el mejor teólogo actual de la Iglesia-.

Por todo esto, creemos que no se puede entender el Pontificado de Juan Pablo II, sin su colaborador más próximo, el cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI; y tampoco se puede entender bien el Pontificado de Benedicto XVI, sin todo lo que supuso para la Iglesia uno de los Pontificados más largos en la Historia, después del de san Pedro y el del Papa Pío IX, en el siglo XIX. Todo esto indica la gran categoría humana y espiritual del gran Papa Juan Pablo II, elevado a los altares por su sucesor, el actual Papa Benedicto XVI

Viaje a Roma con motivo de la Beatificación de Juan Pablo II

Relato de un diácono español

Diác. Vicente González Pérez

Getafe, España, 4 de mayo de 2011

vgonzp@yahoo.es

Primera parte: Crónica del viaje

Iniciamos nuestra Peregrinación a Roma el día 29-IV-2011 con una Misa en la parroquia de san Juan de la Cruz, en plena castellana madrileña, a las 10 de la mañana, concelebrada por 5 sacerdotes y un diácono y la iglesia abarrotada de jóvenes principalmente.

Fuera esperaban media docena de autobuses de la empresa ALSA en los que tardamos en acomodarnos, siguiendo instrucciones, como una hora. Hacia las 11,30  emprendíamos nuestro viaje, muy ilusionados todos. Íbamos varios centenares de jóvenes y más de media docena de sacerdotes.

En el Klm. 55 de la carretera de Barcelona, a la altura de Guadalajara, ya hicieron una pequeña parada, algunos buses, para recoger peregrinos. Horas después, cerca de Zaragoza, paramos en un área de servicios, hacia las 3,45 h. Allí comimos, cada uno por su cuenta, y hacia las 4,45 h. salimos hacia el área de servicios de Alfajarín, para reunirnos con otros autobuses…

Hacia las 5 de la tarde, salimos para Barcelona, donde llegamos al puerto, hacia las 9 de la noche. Pasaron unas tres horas mientras  se despejó el puerto, que tenía muchísimo tráfico y pudimos subir a un barco tan grande que no nos lo creíamos. Y hacia las 12 de la noche, emprendíamos  nuestro viaje por el Mediterráneo, hacia Roma, la ciudad santa, en una especia de transatlántico de bastante lujo: tenía unos 500 metros de proa a popa; 11 plantas hacia arriba, como muchos bloques urbanos y dos o tres de bodegas, llenas de buses y camiones cargados.

No podemos extendernos mucho, pero fue un viaje precioso, a veinte nudos – unos treinta kilómetros hora- y muchísimo viento en cubierta, donde era peligroso estar. En Barcelona- se me olvidaba-,  se nos unió Monseñor José Ignacio Munilla, obispo de san Sebastián, hermano del P. Esteban Munilla, el director, como todos sabemos, de Radio María, que vino con dos autobuses vascos. En total éramos diez autobuses en el barco hacia Roma, hacia la beatificación de Juan Pablo II.

Desde entonces y hasta la ciudad santa, Monseñor Munilla,  se convirtió sin quererlo en el líder natural de los jóvenes (mayoría) y mayores, aunque todos j
óvenes de espíritu. A lo largo del trayecto- noche del viernes y día del sábado 30-, nos presidirá una Eucaristía preciosa en alta mar- su primera Eucaristía en el océano, según nos dijo, como para muchos -, y nos dará varias catequesis con mucho contenido, que nos vinieron muy bien a todos. Todo ello entrecortado y debidamente espaciado con  actuaciones lúdicas, jocosas y musicales de jóvenes procedentes hasta de Francia, con mucha participación de todos. La gente, con tanta animación y entretenimiento, no se fue a  sus camarotes hasta altas horas de la noche y al día siguiente, 30 de abril, sábado, nos levantamos con el siguiente horario:

    8 de la mañana: levantarse y desayuno por libre. Había varias cafeterías repartidas por el transmediterráneo de la empresa Grimaldi, una de las mayores de Italia, según nos dijeron.

    A las  9,15 h. Laudes en la sala grande, donde cabíamos todos, los 600…

    A las 10 una catequesis preciosa de Monseñor Munilla  sobre la razón y la fe. Y a las 11 h. fue la solemne Misa presidida por el Sr. Obispo, con más de 12 sacerdotes concelebrantes.

    A las tres de la tarde rezamos, después de comer,  el Rosario de la Divina Misericordia, seguido hacia las 4 de la tarde, de otra catequesis del Sr. Obispo sobre la figura de Juan Pablo II.

Y así, animados por grupos cantores, en francés y en español, y divertidos con diversos juegos muy activos en que participaban y bailaban principalmente los jóvenes, llegamos hacia las 21,45 h, del sábado al puerto romano de Civitavechia, iluminado ya por las luces nocturnas. Y empezamos la operación desembarco de aquel monstruo marino, comenzando por los autobuses y después  los 600 jóvenes, buscando cada uno su autobús, con los cuales llegamos a Roma, a unos 20 Klms. del puerto, hacia las 12 de la noche, cada uno con sus responsables laicos y sacerdotes al frente, dispuestos a pasar la noche unos visitando iglesias abiertas  y otros a ponerse ya en cola, en la Via Conciliazione, para entrar cuanto antes por la mañana temprano en la plaza de san Pedro, que abrieron hacia las 5 de la mañana.

A altas horas de la madrugada, ya estaba  dicha vía -que conduce derecho a la plaza de san Pedro-, abarrotada de peregrinos…Cada uno aguantó como pudo…sentados en el suelo, de pie, tumbados etc…El caso es que a las 10 de la mañana en punto, del domingo 1 de mayo, empezó la ceremonia de Beatificación de Juan Pablo II, presidida por nuestro querido Papa Benedicto XVI, acompañado del colegio cardenalicio y armonizada la ceremonia en todo momento por el gran coro del Vaticano.

Muchos seguramente habrán  podido ver la ceremonia por televisión  mejor que los que estábamos allí, en la plaza de san Pedro a tope. Pero la emoción de la cercanía, muchos detalles que no se ven por la tele y el ambiente cargado de piedad y fervor de tantos miles de peregrinos, sólo tuvimos la oportunidad de gozarlos -a la vez que sufrir algunos empujones y ciertas incomodidades-, los que tuvimos la suerte y el privilegio  de estar allí.

Para no extendernos demasiado –ya que mucha gente la pudo seguir por televisión-, diré que la ceremonia terminó hacia las 12, 30 h. del mediodía; que a continuación nos dispersamos por los alrededores del Vaticano para comer y beber algo el millón y medio de personas -que dijeron que estábamos-, y luego ya fuimos acudiendo, poco a poco, hacia los lugares de encuentro: Primero en la plaza de Pío XI, al final de la vía de Jorge VII, y, después en la estación de metro Aurelia, a las afueras de la ciudad, porque las autoridades romanas no dejaron entrar a muchos autobuses para no colapsar aún más la ciudad.

El caso es que todos muy cansados, salíamos ya de Roma hacia las 7 de la tarde en dirección a Florencia, donde llegamos a las 10 de la noche  y allí en un área de servicio, celebramos una Eucaristía muy pobre- a la luz de una farola-, pero muy piadosa, concelebrada por todos los sacerdotes que venían en la peregrinación y que no habían querido quedarse sin celebrar en el día de la beatificación de Juan Pablo II, ya que en la plaza de san Pedro, muchos no pudieron ni acercarse al altar y estuvieron como uno más entre la muchedumbre.

Hacia las 12 de la noche nos pusimos de nuevo en marcha, durmiendo cada uno como pudo en su autobús; al amanecer íbamos ya por la costa azul: Niza, Marsella y Narbona, ciudad francesa, donde celebramos otra Eucaristía, la última, hacia las 12 de la mañana, en su catedral medieval, abarrotada de españoles y franceses que nos acompañaron, algunos seguramente por curiosidad… Hacia las tres de la tarde paramos para comer cerca de Gerona, en otra área de servicio. Luego pasamos por Barcelona, Zaragoza, Guadalajara, Alcalá, dejando gente, y hacia las 12,30 h. de la noche del lunes, llegábamos los 8 autobuses -algo ya mermados algunos de pasajeros-, a la plaza de san Juan de la Cruz, paseo de la Castellana, Madrid, que se converti
rá en la sede de la JMJ del 16 al 21 de agosto próximo, en que volveremos a ver a nuestro gran Papa Benedicto XVI… ¡Que Dios os bendiga a todos!

Segunda parte: mi impresión personal

(Seguramente, muchos de los que hemos ido a este viaje, podrían escribir sus impresiones iguales y mejor que yo. A mí me lo han pedido y lo hago modestamente).

Los días 30 de abril  y 1 de mayo de este año 2011 muchas personas hemos vivido en Roma un acontecimiento muy especial, que no es fácil describir en todo su esplendor y belleza espiritual y artística. Me refiero a la beatificación del gran Papa Juan Pablo II, a los 6 años de su muerte. Roma, siempre bella y llena de atractivo para todos, era una ciudad joven y desbordaba juventud por todas partes: no sólo por la gran cantidad de jóvenes de todos los países europeos, principalmente, que han acudido, sino por ser también Primavera, que afloraba en los campos verdes, en los cuerpos y en las almas llenas de ilusión y alegría.

Todo este ambiente primaveral y juvenil  se respiraba por todas partes, en señal  inequívoca de una Iglesia joven, atraída por la presencia real y viva de Jesucristo, en plena Pascua de Resurrección, que ha vencido a la muerte para siempre y atrae a todos hacia Sí, encabezados por el beato Juan Pablo II y su sucesor el buen Papa Benedicto XVI.

En efecto, el actual Papa Benedicto XVI ha proclamado BEATO O BIENAVENTURADO, el día 1 de mayo del año 2011, A SU PREDECESOR, EL PAPA JUAN PABLO II -que tantos aún recordamos-, hecho que habría que retroceder muchos años en la Historia para encontrar un caso igual. En muchos momentos de la ceremonia, notamos que el Papa hablaba emocionado y se sentía orgulloso de haber colaborado, muy cerca del nuevo Beato Juan Pablo II, durante más de 20 años. Y esto es así, porque  los dos Papas: Juan Pablo II y Benedicto XVI, además de la sucesión cronológica en la cátedra de Pedro, tienen  en común mucho más. Ambos son, en cierto sentido, dos almas gemelas, muy unidas, en el fondo,  por un gran Amor a Jesucristo, pero distintos en las formas exteriores: Juan Pablo II más popular, más abierto, más y mejor comunicador y líder de masas; Benedicto XVI, por el contrario, es más sencillo, más tímido, más sabio y mejor teólogo -el mejor teólogo actual de la Iglesia-.

Por todo esto, creemos que no se puede entender el Pontificado de Juan Pablo II, sin su colaborador más próximo, el cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI; y tampoco se puede entender bien el Pontificado de Benedicto XVI, sin todo lo que supuso para la Iglesia uno de los Pontificados más largos en la Historia, después del de san Pedro y el del Papa Pío IX, en el siglo XIX. Todo esto indica la gran categoría humana y espiritual del gran Papa Juan Pablo II, elevado a los altares por su sucesor, el actual Papa Benedicto XVI

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