Una experiencia de servicio en un pueblo de servidores

El diaconado en la diócesis de San Cristóbal de las Casas, México

Mons. Enrique Díaz Díaz

Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas

Itaicí, Indaiatuba, Brasil, 24 de mayo de 2011

Mons. Díaz Díaz nació el 13 de junio de 1952 en Huandacareo, Michoacán. Sus padres: Don Rafael Díaz Aguilar y Vicenta Díaz Guzmán. Es el tercero de doce hermanos, uno de los cuales también es sacerdote. En 1966 ingresó al Seminario de Morelia y recibió la Ordenación Sacerdotal el 23 de octubre de 1977 en la Catedral de Morelia, de manos del Sr. Arzobispo Don Estanislao Alcaraz Figueroa. De 1991 a 1994 se especializó en Sagrada Escritura en el Pontifico Instituto Bíblico de Roma, como alumno del Colegio Mexicano, y obtuvo la licenciatura. En la Arquidiócesis de Morelia desempeño diferentes ministerios y cargos. Su Santidad Juan Pablo II lo nombró el 30 de abril de 2003 Obispo Auxiliar de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas, y fue consagrado el 10 de julio de ese mismo año.

1.- El caminar de un pueblo olvidado

 Para entender todo lo que ha significado el diaconado permanente en la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México, tendremos que hacer referencia a la situación de una región, situada en la frontera Sur de México, en los límites con Guatemala, que hasta hace muy pocos años estaba prácticamente olvidada por la lejanía del centro de la capital, con casi nulas comunicaciones. Durante casi más de un siglo, después de la expulsión de los religiosos Jesuitas y Dominicos, quedó con escasa atención religiosa con poquísimos sacerdotes para enormes extensiones. Compuesta además en casi un ochenta por ciento por pueblo originarios, que hasta los años 70s todavía se encontraban en una especie de esclavitud disfrazada en las “fincas” con sus peones acasillados, donde abusaban de posesión de tierras, contratos de por vida, sueldos inexistentes y una gravísima discriminación que amenazaban con terminar la vida de los pueblos indígenas.

 Tseltales, Ch’oles, Tsotsiles, Tojolabales, Zoques y varios otros pueblos originarios menos numerosos, veían su futuro con gran incertidumbre. Con el Concilio Vaticano II, Medellín y la visión y profetismo de Mons. Samuel Ruiz García juntamente con un equipo de sacerdotes, religiosos y religiosas, inició un proceso de evangelización donde la Palabra de Dios se fue sembrando en el corazón de los indígenas y les llevó esperanza, fuerza y caminos nuevos de conversión y liberación integral que encaminaran al Cielo Nuevo y la Tierra Nueva. El periodo de 1968-1974 fue el tiempo de sembrar en silencio y abrir nuevos horizontes en un pueblo que ya en sus raíces llevaba un apreciado respeto por el Servicio y la Palabra.

 En 1974 con ocasión de la celebración del Quinto Centenario del nacimiento de Fray Bartolomé de las Casas, (Defensor de los Indígenas), en un homenaje en principio organizado por las autoridades gubernamentales, se tuvo por primera vez la oportunidad de escuchar la voz de los pueblos indígenas de Chiapas, juntando la Palabra que ya los diferentes pueblos iban entretejiendo en sus cursos y reflexiones, y manifestaron la situación real que se daba en Chiapas contra las comunidades. Hicieron cuestionamientos serios a la actitud del Gobierno, pero también inquietantes preguntas a la Iglesia sobre la posibilidad de servicios más cercanos a los pueblos, a su lengua y a su cultura y con hombres y mujeres de su propia raza, que conociera sus procesos, sus ritos, sus costumbres. Era lo que había propuesto el Concilio Vaticano II (Sobre todo en el documento a Ad Gentes Nos 16, 6 y 11) sobre las Iglesias que, maduras, puedan ser Iglesias Autóctonas con sus propios servidores.

Se escogieron catequistas que ya habían tenido un largo periodo de preparación y servicio y que eran aceptados y reconocidos por sus comunidades y se inició con ellos un proceso de nueva preparación admitiéndolos como candidatos al Diaconado Permanente. Para 1981, Mons. Samuel Ruiz ordenaba los primeros 6 diáconos permanentes indígenas. El camino se ha ido haciendo lento, difícil, en circunstancias muchas veces de persecución, de hostigamiento y hasta de guerra. Periodo especialmente difícil sufrió la Iglesia Diocesana en Levantamiento Zapatista en Enero de 1994, y en esos momentos se manifestaron los diáconos con sus esposas y sus comunidades como el sostén de una Iglesia comprometida. Los diáconos juntamente con sus esposas se han mantenido fieles con un testimonio admirable de sencillez, de servicio y de sentido comunitario.

 En enero de 1999 se promulgó el “Directorio Diocesano Indígena Permanente” conforme tanto al Directorio Universal como al Directorio Nacional Mexicano en esos tiempos vigentes. Actualmente se están realizando las adaptaciones del Directorio Mexicano al Nuevo Directorio Universal y también en nuestra Diócesis hemos estado en revisión de este Directorio para hacer las adaptaciones pertinentes.

Desde Mayo de 2000, la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, recibió a su nuevo Obispo Don Felipe Arizmendi Esquivel quien pronto comprendió la gran importancia de este servicio y se ha entregado a cuidarlo, darle nuevos impulsos y encauzar todas las fuerzas que suscita este servicio. Pero para 2001 ya eran más de 300 diáconos permanentes que junto con sus esposas y demás servidores, sostenían la fe de muchas comunidades. Sin embargo, la “desproporción” entre diáconos y sacerdotes (en ese entonces apenas 60), levantó las sospechas de un desequilibrio en la Iglesia Diocesana, y Roma le pidió al nuevo obispo que por un “tiempo prudente” suspendiera las ordenaciones de Nuevos Diáconos que las comunidades pedían. Hasta la fecha no se ha levantado la prohibición a pesar de que muchos diáconos han fallecido y otros se encuentran en situación de enfermedad. Sin embargo las grandes distancias, la ausencia de muchos medios de comunicación, las lenguas y las costumbres, hacen imprescindible este servicio en nuestra diócesis. Actualmente no se puede entender la diócesis sin la presencia del diácono.

Algunas características

 1.- “Por la Palabra estamos de pié”. Al acercarse a la palabra en su propio idioma, descubrieron las comunidades una fuerza enorme. En situaciones graves de pobreza y de injusticia, en lugares difíciles, los diáconos con sus esposas y sus comunidades, han encontrado en la Palabra de Dios su fuente de energía, su sostén y su guía. Al enviar su participación al Sínodo de la Palabra afirmaban: “Por la Palabra de Dios estamos de pié, siempre la Palabra de Dios nos alimenta y sostiene”.

2.- El servicio como integración, recuperación y vivencia. El diaconado en las comunidades indígenas se entiende a partir del servicio que debe todo individuo prestar a la comunidad. Sólo una persona que sirve tiene lugar y palabra en la comunidad. Así también se inserta en las costumbres, pero no se entiende el diácono solo, sino incorporado en la multiplicidad de servicios que tiene la comunidad y que entra a formar parte de toda la riqueza de la comunidad.

3.- Desde el servicio nace el diaconado y se hace expresión de la Iglesia, que da vida, que congrega, que une, que libera. Con una misión: dar esperanza.

4.- ¿Cómo es elige al diácono? Normalmente la comunidad elige al candidato entre los catequistas que han estado ejerciendo servicios significativos. El candidato lo “sueña” en oración, consulta con su esposa, su familia, su comunidad y sus principales. Si acepta es

5.- Sus fuentes: la cultura y raíces indígenas del Servicio – La Palabra de Dios.

6.- Insertado en todos los ministerios.

7.- Preparación para el diaconado. Cuando un candidato es aceptado continúa con su preparación y su experiencia como catequistas. Cuando son elegidos candidatos, deben comenzar a asistir también a los cursos que se dan para los Diáconos y tienen una preparación especial, a nivel parroquia, a nivel zona y a nivel Diócesis.

8.- Las esposas y las familias. Con una tradición machista, la mujer tenía poca participación en la vida comunitaria. Se pide por eso que siempre la esposa acompañe al diácono en sus celebraciones, en sus reuniones y preparación. Esto ha despertado su conciencia y van adquiriendo cada día más participación. Nunca se ha ordenado diácono a una mujer, pero es muy importante su acompañamiento y su apoyo.

9.- Su trabajo: fortalecer y animar el corazón de la comunión: en la convocación, en la integración, en los problemas y dificultades, en los sacramentos y sacramentales, en la oración cotidiana y especial en la celebración dominical y en las fiestas.

10.- Organización: regiones de una parroquia, parroquias y misiones, equipos zonales, reunión diocesana. Reuniones de intercambio por zonas.

11.- Consejo diaconal: agentes pastorales y parejas de diáconos que representan a los diferentes equipos y parroquias de la diócesis. Tienen reuniones periódicas donde se realizan estudio de actualización y se atienden los problemas que se suscitan en las comunidades.

12.- Sostenimiento. Los diáconos viven de su trabajo: la milpa, el campo y el café. Casi todos son campesinos. Reciben apoyo de la comunidad solamente para asistir a los cursos o para apoyar a las reuniones de preparación. La mayoría de ellos son muy pobres y desde su pobreza dan su servicio.

13.- Los principales. Uno de los aciertos es el acompañamiento por parte de la comunidad manifestado en “Los Principales”, especie de “padrinos”, que los acompañan, animan y apoyan en su servicio.

Retos:

1. Un mundo neoliberal que va penetrando en las culturas y que cuestiona el servicio gratuito, comunitario y permanente.

2. Continuar en la formación por pareja y con la familia. Como en todos los lugares, los hijos han tenido ya acceso a otros sistemas de educación.

3. La presencia agresiva e individualista de sectas, que no podemos decir verdaderas Iglesias, que han provocado grandes divisiones y confusiones en las comunidades. Ofrecen una teología de la Salvación Fácil e individualista.

4. Movilidad y migración que obligan a familias enteras a cambiarse. En otros sitios todavía hay una fuerte discriminación a los indígenas y por su dificultad con la lengua dominante, es difícil para ellos desempeñar su servicio

5. La enfermedad, ancianidad y dificultades propias de las comunidades que van haciendo cada vez más difícil dar el servicio. Y no tenemos el permiso para ordenar nuevos diáconos. Obedecemos pero estamos convencidos de la necesidad y urgencia de los diáconos para nuestras comunidades.

Entendemos que el diaconado entre los indígenas está en situación de frontera porque ellos no tienen acceso a la educación formal y oficial, porque hablan lenguas que no son reconocidas, porque tienen costumbres que no logramos entender, sin embargo el Señor va haciendo prodigios en medio de ellos y son verdaderos profetas en medio de su pueblo que anuncian la palabra, que cuidan del pueblo y que lo sostienen con sus servicios. El gran descubrimiento que me parece se ha hecho no es que el diácono vaya a la frontera a servir a los indígenas, sino que los indígenas son los servidores en esos campos de frontera.

Su oración, su comprensión y su apoyo en este caminar de una Iglesia que ha encontrado en los diáconos permanentes una expresión de su servicio.

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