Perspectiva bíblica pastoral de la diaconía

El autor es miembro de la Congregación Pía Sociedad de San Cayetano, que fuera fundada en Italia el 24 de mayo de 1941 por el padre Ottorino Zanón. Al principio fue una respuesta a las necesidades de los jóvenes huérfanos y abandonados, víctimas de la guerra y de las precarias condiciones por la falta de trabajo en los años subsiguientes al segundo conflicto mundial. Más adelante, en 1960, el sacerdote imprimió a la Congregación la orientación decisiva: la misión pastoral en las diócesis escasas de clero, en aquel país y en el extranjero.

El sueño

Estoy muy contento por el hecho de que podamos conversar y compartir sueños e ideas relacionadas con la visión, misión, capacitación teológica y pastoral, desde la perspectiva cristiana original: La diaconía. Y porque esto se esté haciendo realidad en uno de los países más pobres de Centroamérica, en el que es muy necesaria la actitud profética diaconal. Además, me alegra mucho que haya un encuentro que se está desarrollando en una realidad de gran familia de Dios.

¡Qué alegría encontrar rostros conocidos de varios países centroamericanos, sobretodo la gran alegría de encontrarme en este espacio a hermanos y hermanas que cuentan con una larga y comprometida trayectoria con el Reino y sus valores!

Me parece muy positivo que estemos hablando de la diaconía relacionada con la práctica, pues la diaconía es dialéctica, se nutre y fortalece en la medida que se practica y se teoriza y se vuelve a la práctica para mejorar su aplicación teórica y esa práctica en nuestro caso se da en un contexto muy particular, con elementos que encontramos en otras realidades. Desdichadamente eso no ocurre por coincidencia sino porque responden a un único modelo de dominación mundial que se caracteriza por la injusticia y el odio que sobrevive mediante estructuras de pecado, que se alimentan de la sangre y el dolor de los más débiles y desposeídos.

Gracias a Dios también en esas realidades hay otro elemento importante: hombres y mujeres que en medio de las angustias que produce el pecado estructural, hacen resplandecer la luz del amor y la justicia de Dios mediante acciones, actitudes y palabras que son motivadas por el amor y se colocan al servicio de quienes más les necesitan.

Antes de iniciar con la primera parte quisiera traer a cuento dos citas de la tesis Diaconía: La fe se hace acción: «…. La Biblia es una fuente imprescindible como práctica y reflexión teórica. Ella fundamenta y rige la identidad diaconal: En la Biblia encontramos motivación, fuerza para servir. En ella descubrimos el sentido final en toda obra diaconal».

La otra cita dice así: «La diaconía se caracteriza por dos raíces: una en la fe cristiana que se hace acción, otra en la realidad humana, donde la vida digna es amenazada por injusticia, violencia, dolor y muerte». El método que utilizo en mi búsqueda para estructurar este compartir, es el proporcionado por la teología latinoamericana y retomado en la lectura diaconal de la Biblia: Ver – Juzgar – Actuar.

El Dios de amor en el Antiguo Testamento

En una perspectiva bíblica debemos considerar que si bien el termino diaconía no existe en el lenguaje del Antiguo Testamento, la esencia y la actitud de Dios y quienes creían en Él en ese tiempo, mostraba rasgos fundamentales de lo que después Jesús dio en llamar diaconía.

Los textos de la liberación de la opresión en Egipto, la visita que Dios hace al pueblo que sufre, son los elementos diaconales que se proyectan desde el acompañamiento de Dios en el camino de liberación de los egipcios y se encarnan haciéndose a un más evidentes en el advenimiento de Dios en Jesús, su visita con el fin de salvar y liberarnos de las históricas estructuras de pecado.

Ese elemento de la visita de Dios, es un factor diaconal importante que debería estar muy presente en la diaconía actual, Dios encarnado en sus hijos e hijas, visitando a los encarcelados, a los enfermos…

Las enseñanzas que encontramos respecto a cuál debe ser el trato hacia las viudas, huérfanos y extranjeros (Ex. 22, 22–27), el llamado a desarrollar actitudes de servicio a los que sufren injusticia, a los sordos, ciegos, a amar al prójimo como así mismo reflejan desde entonces la esencia diaconal amorosa y justiciare de Dios (Lev. 20, 9 – 18).

Las actitudes que asumieron algunos lideres del pueblo, hombres y mujeres que siempre estuvieron dispuestos a colocar la justicia, el amor, la dignidad de la persona en primer plano, nos transmiten en el Antiguo Testamento la incidencia de un Dios cuyo valor principal es el amor, valor que se prefigura en Antiguo Testamento pero que se hace más visible en los escritos de los inicios de la Iglesia. San Pablo, siglos más adelante, menciona los valores de la Iglesia: fe, Esperanza y amor, pero sobretodo el amor. Ese valor diaconal se perfila ya en los tiempos del Antiguo Testamento en otro contexto y, por ende, en otras formas y métodos.

En el Antiguo Testamento, el amor a Dios y al prójimo se menciona y se busca concretizarlos. Más tarde, los Evangelios van a recoger de boca de Jesús lo que se conoce como «regla de oro»: amar a Dios sobretodo y amar al prójimo como a uno mismo (Mt. 22, 38).

El Dios que se nos presenta en la Biblia es un Dios lento para enojarse y grande en misericordia (Números 14, 18, Salmo 103, 8; Joel 2, 13; Nehemías 9, 17).

La misericordia como un componente básico, fundamental de la acción de Dios, es mencionada en muchas ocasiones en el Antiguo Testamento como así también en el Nuevo Testamento. La misericordia destaca el carácter compasivo, sobretodo su núcleo esencial, el amor.

Creo importante que recordemos que el término diaconía nos llegó del ambiente griego, cuyo significado no era positivo. Es Jesús quien va a tomar este término y le da un significado positivo. Tres pasajes que me parecen claves para comprender el giro que le da Jesús a la palabra son:

La línea profética desarrollada en tiempos del Antiguo Testamento, es una vertiente importantísima para la fe en acción, para la diaconía. Dios levanta profetas que desarrollan una acción de denuncia del pecado y anuncios de nuevos tiempos en los que vendrá una Buena Nueva. Desde el tiempo de los profetas bíblicos hasta hoy, una diaconía que no sea profética es una diaconía que no toca las fibras sensibles del pecado personal y estructural y corre el grave riesgo de acomodarse y dejar de ser diaconía.

La diaconía de Jesús

En el tiempo de Jesús el término diaconía de origen griego, Diakoneín o Diakoneo, tenía un significado principal, este era la idea de servir a la mesa. Encontraremos esta palabra con este sentido en muchos lugares en el NT, por ejemplo en Lc. 17, 8 y en Jn. 12, 2, por citar algunos. En el mundo griego esta clase de servicio pertenecía solamente a los siervos y esclavos. No era un trabajo digno de un hombre libre. El que lo hacia ocupa una posición muy baja en la sociedad griega. Para los judíos, la idea de servir al otro no era tan ofensiva, pero tampoco era un trabajo de mucha dignidad. Los discípulos frecuentemente pensaban y hablaban de quién era el mayor entre ellos y, seguramente, fueron sorprendidos cuando Jesús les dijo: ¿Cuál es mayor, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Más yo estoy entre vosotros como el que sirve (Lc. 22, 28).

Esta imagen, la de una persona atendiendo a la mesa, debe gravarse en nuestra mente porque ella debería caracterizar nuestra vida.

Cuando Jesús dice: «yo soy como quien sirve» (Lc. 22, 27), o la otra importante frase: «El hijo del hombre ha venido para servir» (Mc. 10, 45), Jesús se asume como el sirviente de la casa y eso lo reafirma en actitudes como la del lavatorio de pies, que en su tiempo hacían los sirvientes (Jn. 13,1 y ss).

Jesús se siente enviado, retoma para si, las palabras del profeta Isaías (61, 1), se identifica con ellas, se considera vocero de la
buena voluntad de Dios, interpreta aquellas palabras como su Misión, en el sentido de ser portador de Buenas Noticias.

Permítanme recordar la parábola del Buen samaritano (Lc. 10, 25 y ss), clásica ya en la pastoral diaconal. Podríamos extraer de ella elementos fundamentales de la diaconía: compasión, sanación, seguimiento.

El texto nos enseña una metodología diaconal: 1. debemos hacer acercamiento a la realidad de quien sufre; 2. tomar una postura y decisión ante quien sufre; 3. hacer todo lo que esté al alcance de nuestras posibilidades; 4. si nos comprometemos en una causa diaconal, ayudar de principio a fin, no como si diéramos una limosna para aliviar nuestra conciencia; 5. además, debemos responsabilizarnos en el sentido de asegurarnos de qué forma se arregla la situación, de tal manera, que cuando sirvamos reconozcamos que tenemos limitaciones y, si es el caso, buscar cómo preparamos las condiciones para que otros continúen la acción diaconal.

Recordemos las narraciones evangélicas en las que se nos presenta a Jesús desarrollando una diaconía integral, preocupado y haciendo algo por los cuerpos, mentes y espíritus de su tiempo, las multiplicaciones de los peces y los panes, los milagros, que más allá de la burda milagrería de ayer y de hoy, son actos evidentes de inclusión, de incorporación de los y las marginadas de la sociedad y la religión que les excluía, y de interpelación a quienes tenían y tienen oídos y ojos cerrados ante la realidad. Situaciones que reflejan la misericordia de Dios y su intención de que seamos libres de manera integral. Con estas actitudes Jesús interpela, cuestiona la religión y la organización política y económica de su tiempo, esas actitudes diaconales no le atraerán aplausos y felicitaciones de los poderosos, al contrario se vuelve antipático y peligroso ante los que tienen un poder pecaminoso.

Algo muy interesante en la diaconía de Jesús es que en su vida el compartir la mesa parece ser una situación muy práctica por Él y, por eso, bastante recordada por sus discípulos, pues en los Evangelios se menciona el hecho de comer en muchas ocasiones, el compartir la comida y la bebida. La comunión de mesa fue algo muy relacionado a la diaconía de Jesús.

Los banquetes que Jesús manifiesta en sus enseñanzas en los Evangelios, prefiguran el gran banquete en donde los invitados provienen de los caminos, parques, los redondeles, a quienes viven bajo los puentes, en los barrios marginales, a los portadores de alguna deficiencia (Lc. 14, 13).

Es tan interesante esto del compartir la mesa o los alimentos, que en los relatos posteriores a la resurrección encontramos por lo menos dos de ellos en los que Jesús come, comparte la comida, tanto es así que los discípulos de Emaus no lo reconocieron a primera vista, se les abren los ojos, lo reconocen en un gesto «se les abrieron los ojos cuando lo vieron partir el pan», recién entonces le reconocieron. Probablemente Jesús tenía una forma muy particular de hacerlo, lo cual nos da otra enseñanza: en la diaconía no sólo son los discursos los que muestran la diaconía sino las acciones, los gestos.

Jesús encarna una diaconía sin fronteras de género, de raza, religiosas o políticas de su tiempo. Jesús, se oculta cuando es necesario o se aleja de los territorios en donde de pone en peligro su Misión diaconal. Pide reserva de lo acontecido: «no cuenten esto que ha sucedido» –les decía- y recurre a la oración en momentos difíciles. Siente hambre, sed, tristeza, alegría. En algunos milagros abre los ojos, los oídos, como símbolos de quienes necesitan de la diaconía profética, para lograr ver la dimensión pecaminosa del mal, hace andar y, con ellos, nos llama hoy a buscar y caminar por nuevos caminos de liberación.

En las primeras comunidades cristianas

Es evidente que aún no conocemos suficientemente la vida, la organización y la liturgia de las primeras comunidades cristianas, aunque podemos afirmar que la uniformidad no fue una característica. En cuanto a la organización y los aspectos sociales y culturales, dependían más bien de sus orígenes, de sus fundadores, de quienes componían la comunidad, de las costumbres que se combinaban. Por ejemplo, las primeras comunidades de Jerusalén parecen haber tenido semejanza con las sinagogas y por eso no encajan en los parámetros de lo que en la actualidad entendemos por Iglesia.

No se acentuaban las mismas cosas en las comunidades joánicas, en las paulinas o en las petrinas. Es posible deducir por los escritos del Nuevo Testamento que aquellas comunidades pasaban por un proceso de formación y estructuración no uniforme y, en correspondencia, cada una respondía a sus necesidades y situaciones sociológicas de su entorno.

Debemos además recordar el carácter doméstico de las primeras comunidades. La iglesia domestica era la preponderante, en la que cobraban particular importancia las mujeres. De de esta iglesia domestica se prefigura la estructura y formación de toda la Iglesia de los primeros siglos.

En los escritos de Pablo encontramos mujeres que sirven o tienen a su cargo algún ministerio dentro de las iglesias domesticas o «casas del señor», como las llamaban normalmente. En realidad, eran mujeres «líderes» e incluso «diaconisas». El pasaje de Romanos 16 nos da buena información al respecto.

En los Evangelios se prefigura la participación de la mujer en la diaconía (Lc. 8, 1-3). En la diaconía de los primeros siglos la participación de la mujer es bastante evidente.

La diaconía, como servicio a la iglesia, deriva del mismo Cristo (1 Cor. 12,6; Ef. 4,12).

Pablo dice de Jesús con justa razón en su carta a los Filipenses (2,5 al 18): «…tomando la condición de diácono». Nos presenta a Jesús y lo proclama diácono = servidor y solidario con la humanidad.

Pablo se presenta así mismo como servidor: aquel por quien creyeron los Corintios (1 Cor. 3,5); servidor de la Nueva Alianza (2 Cor. 3,6); servidor de Cristo (2 Cor. 11,23) y de Dios (2 Cor. 6,4).

El caso de la colecta narrado en 2 Cor. 8, 4; 9, 1-12, es un caso de acción diaconal muy importante, en cuanto el apoyo entre sujetos liberados, y nos puede iluminar la relación entre cristianos que tienen más posibilidades económicas o materiales que otros.

También los compañeros de misión de Pablo son denominados diáconos: Tíquico (Ef. 6, 21; Col. 4,7); Epafras (Col. 1,7; Timoteo 1 Tim. 4, 6).

En los inicios de la Iglesia, la palabra «diácono» sinónimo de servicio. Se utilizó para designar al ministerio principal que incluía en igualdad de condiciones a hombres y mujeres. En este sentido creo que es importante recordar que esto contribuyó en mucho a edificar una Iglesia inclusiva, no jerárquica, horizontal. Lastimosamente esto no perduró por mucho tiempo.

Por eso la actitud diaconal de aquellos tiempos nos llega como una actitud de los miembros de la comunidad, sean éstos dirigentes o no. Las comunidades estaban convocadas e inspiradas para servir en su realidad. De allí que el diaconado de todos los creyentes, mencionado en la primera Carta de Pedro, fue un principio importante (1ª Pedro 2,9 y 10).

Pablo nos presenta los valores diaconales de la fe, la esperanza y el amor. Pero el mayor -dice Pablo- es el amor (1ª. Cor. 13, 1 y 13, 13). Lo que motiva la acción diaconal es el amor. Por amor Jesús se enfrenta a los más poderosos de su tiempo, al imperio de su tiempo. Estamos llamados a actuar por y con amor hacia aquellos que nos necesiten para enfrentar el imperio de nuestro tiempo.

Concluiré esta parte recordando en una forma de paráfrasis el llamado a la diaconía por parte de Pablo en Romanos 12, 9-13:

«Que el amor sea sincero.
Aborrezcan el mal y busquen hacer el bien:
En cuanto al respeto: estimen a los otros como muy dignos.
En el cumplimiento del deber no sean haraganes.
En el Espíritu sean fervorosos, y sirvan al Señor
Tengan esperanza y estén alegres
En la
s pruebas sean pacientes
Oren en todo tiempo
Con los todos los necesitados, compartan con ellos
Con los que estén de paso sean hospitalarios».

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