Entre las labores de pastoral que desarrolla la Iglesia encontramos el acompañamiento en el duelo que en muchas ocasiones comienza ya en los tanatorios. En el de Cabueñes en Gijón, es donde Alberto González Caramés, diácono permanente, realiza su misión, junto con dos sacerdotes. Fue destinado apenas unas semanas después de su ordenación y afronta su tarea en primer lugar “con oración, con mucha oración siempre en todo momento y lugar. Son momentos tan delicados que hay que prepararse lo más que se pueda y el único método que conozco es el de la oración”.
En el tanatorio de Gijón se encargan de realizar las celebraciones exequiales de la Palabra. Pero antes de llegar a ese momento se busca también la ocasión para conversar con la familia, principalmente para acercarse a ellos en esas circunstancias y ser capaces de poder ofrecerles unas palabras de consuelo que puedan ser más cercanas: “Antes de hacer la celebración me paso por las salas porque me gusta el contacto con la familia para conocer un poco a la persona que se va a despedir: enterarme de la historia, de cómo le llamaban porque a veces tienes un nombre apuntado y se dirigían a ella por otro. Todo ello para ser un poco más cercano y personalizar el trato con cada familia, que no sea todo mecánico”, relata Alberto, “sobre todo hay que escuchar porque cuando me entrevisto con las familias quiero que me digan aunque sea un par de palabras de esa persona y a veces con una sola cosa te están diciendo muchísimo. Cuando se produce esa comunión ese par de palabras basta y en esas celebraciones se nota, lo que hace que en ocasiones la familia venga y te dé las gracias”.
Y es que ese contacto en el día a día con personas que están atravesando momentos de tristeza y desconsuelo le han aportado a Alberto muchas cosas positivas que en un principio no sospechaba: “Tengo momentos que son auténticos regalos en ese sentido. Mi compañero José María Sauras, también diácono permanente que está desde hace dos años en el tanatorio de Los Arenales en Oviedo, y yo lo hemos compartido muchas veces cómo te agradece la gente que estés con ellos y lo que ese sentimiento significa para nosotros”, explica. Un enriquecimiento que también ha notado en su propia vocación: “Siempre he entendido mi labor desde el propósito de acercarme a las personas y he descubierto que son ellas las que me están acercando más a Dios. Por lo pronto me dedico más a la oración porque, como decía, la considero fundamental. Antes hacías los rezos que tenías que te correspondían y ahora es de otra forma: buscando algo más y entrando en diálogo con Dios y con la Santísima Virgen”.
Su experiencia en estos años también le ha servido para conocer la importancia de los gestos y de la empatía cuando se debe ofrecer aliento a familiares o amigos que despiden a sus seres queridos: “Voy a relatar una experiencia que me pasó hace tiempo. Fui a dar el pésame a una persona y no recuerdo lo que le dije, cierto es que no lo recuerdo, lo que sí recuerdo fue lo que me dijo esa persona a mí. En aquel momento lo único que pude hacer fue decirle anda ven a acá y le di un abrazo. Y unos cuantos meses más tarde me encontré con ella y después de saludarnos y preguntarle qué tal, lo único que me expresaba era: ese abrazo, ese abrazo, estaba helada por dentro y por fuera, y ese abrazo…, me decía, expresándome lo importante que fue para ella”, cuenta, “a veces las palabras pueden resultar muy hermosas y emotivas, pero pueden carecer totalmente de sentido para el receptor. En ocasiones puedes incluso hacer verdaderos discursos muy perfectos y bonitos sobre Cristo con una teología perfecta y quien entienda y haya estudiado puede decir: qué perfecto, qué hermoso; pero que están tan vacíos de emoción que al final si tú no eres una persona creyente no te dicen nada. Es la experiencia que yo saco. También es verdad que hay que huir del extremo contrario de la emotividad excesiva, hay que encontrar el punto intermedio y es una verdadera gracia de Dios, no mérito humano”.
Momentos de duelo, o también de recuerdo de los seres queridos como los que estos días llevarán a mucha gente a los cementerios, que se pueden afrontar con el ánimo de pensar que “la muerte nos pone ante nuestra realidad y yo creo que hay que encararla desde la perspectiva en la que estamos ahora y estamos vivos. Ante ella solo hay dos opciones o se muere para siempre o hay una vida eterna. Y yo creo que encarar la muerte desde yo estoy vivo y hay un promesa de vida eterna que es incluso razonable. Para mí es más razonable esta idea, o al menos tanto como la contraria de que de la muerte se va a la nada, de que tras la muerte nos espera el encuentro con todo un Dios que es nuestro Padre”.
Fuente: https://www.iglesiadeasturias.org