Vivencia del diaconado como esposa de diácono
La esposa del diácono vive la gracia bautismal acompañando a su esposo en el discernimiento de su vocación, en la preparación al diaconado y en el ejercicio del ministerio diaconal; dentro de esta época se puede distinguir entre las distintas etapas que corresponden al crecimiento de los hijos y a la edad de los esposos.
Personalmente, al intentar exponer lo que ha supuesto y supone el acompañamiento de mi esposo, diácono, es fruto de mi experiencia de 51 años de matrimonio y de 39 años de ministerio diaconal de mi esposo. De ningún modo pretendo presentar mi experiencia como modélica, pues son muchísimas las distintas formas en que se puede hacer este acompañamiento; no hay un modelo único, sino multiforme, como distintos son cada matrimonio, cada familia y cada misión diaconal. La variedad de modos de acompañamiento depende de muchas circunstancias: los carismas personales de la esposa, su grado de compromiso con la comunidad eclesial, la edad de los hijos, la atención y cuidado de padres enfermos o mayores, el trabajo fuera del hogar, el país donde vive, e incluso si habita en zona rural o urbana. Mas las conversaciones mantenidas con muchas esposas de diáconos me hacen ver que, sea como sea el acompañamiento que hacen al esposo, siempre es fruto de la fidelidad y el amor generoso.
– Discernimiento, preparación y consentimiento
Cuando con Aurelio decidimos emprender un proyecto común de vida, no sabíamos cómo se concretaría este proyecto; pero, abiertos a lo incierto y con el deseo de ser fieles a nuestra condición de discípulos de Cristo, sentíamos que estábamos en las manos amorosas de Dios y que Él guiaría nuestros pasos. Con esta confianza, sellamos nuestro amor con el sacramento del Matrimonio, con la esperanza de hacer, con su ayuda, lo que el Señor nos pidiese.
Pronto mi esposo, Aurelio, sintió que la maduración de la gracia que había recibido en su Bautismo y su Confirmación, le pedía que diese respuesta a la llamada que Dios le hacía de servirle a Él y a los hermanos, en su Iglesia para siempre. Hacía pocos años que había finalizado el Concilio Vaticano ÏI; en la Constitución Lumen Gentium, n. 29, se reinstauraba el diaconado como grado propio y permanente, con la posibilidad de ser conferido a hombres casados. Contemplamos juntos la opción de que él accediera al diaconado y lo oramos; estuvimos de acuerdo en que la respuesta positiva que él podía dar a su vocación y mi acompañamiento estaban en plena coherencia con nuestro planteamiento inicial, que entonces reafirmábamos. Así pues, viví el discernimiento de su vocación de forma natural, con entusiasmo y dando gracias a Dios por su don.
Empezó entonces un tiempo precioso de preparación, de largas conversaciones con el director espiritual, de rico intercambio con otros hombres y sus esposas; ellos también habían recibido esa llamada y habían respondido afirmativamente. En Barcelona se creó el Círculo “Amics del diaconat”, animado y dirigido por Mn. Joan Oriol, por encargo del Cardenal Jubany. Fue un tiempo de oración, ilusión, esperanza, formación y fraternidad. Nosotros teníamos ya los cuatro hijos que nacieron en nuestro matrimonio; ellos eran muy pequeños, pero procuraba no faltar a los encuentros que organizaba el Círculo, pues eran
muy interesantes y forjaron entre los que asistíamos una amistad duradera. A la par, Aurelio se dedicó con ahínco a completar su formación teológica. Desde aquella etapa, el camino hacia la ordenación diaconal de mi esposo y su posterior ministerio han sido para mí una opción fundamental de vida.
Hubo en la etapa formativa un momento importantísimo y entrañable: el momento de dar mi consentimiento para que mi esposo fuera ordenado. El Papa San Pablo VI, el año1967, dispuso las Normas generales para la restauración del Diaconado permanente en el Motu proprio Sacrus Diaconatus Ordinem (SDO §11), diciendo que los hombres casados no son admitidos al diaconado si la esposa no ha dado su consentimiento. El Código de Derecho Canónico, en el canon 1031§2, prescribe el consentimiento explícito de la esposa para que el marido pueda ser ordenado diácono. A mi parecer, esta norma es absolutamente coherente con la experiencia matrimonial, dada la unidad íntima e indisoluble entre los esposos, sellada por el sacramento del Matrimonio, y dada la relevancia del acompañamiento de la esposa en el ministerio diaconal del esposo. Dar mi consentimiento para que Aurelio pudiera ser ordenado diácono supuso mucho más que un requisito jurídico necesario; consideré que mi “sí” era una expresión de amor; que era un eco del “sí” que los dos expresamos libremente en nuestro Matrimonio, que así yo confirmaba mi compromiso con Cristo y con mi esposo, y que ambos podíamos ser, en la Iglesia, testimonios de amor y fidelidad, de servicio fiel y comprometido.