Los diáconos permanentes en Chile

Nuestro colaborador Miguel Ángel Herrera Parra, diácono chileno, nos envía este artículo que ha publicado en la Revista Mensaje N°677, de marzo- abril de 2019, entre las páginas 33 y 35. Desea compartirlo para su lectura y también para difundir con otros hermanos diáconos y sus familias.

Miguel Ángel es licenciado en Sociología por la Universidad de Chile, Magíster en Educación Religiosa por la Universidad Católica Silva Henríquez, Diplomado en Actualización Teológica por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Director de Incidencia de la Delegación para la Pastoral Familiar del Arzobispado de Santiago. Referente Nacional ante el Centro Internacional del Diaconado, CID.

LOS DIACONOS PERAMENTES EN CHILE

Un antecedente de poca difusión es el que señala que Chile es uno de los países con mayor proporción de diáconos permanentes en relación con su población. Así se desprende de las cifras entregadas por el Anuario Pontificio 2018. En momentos en que nuestra Iglesia católica vive un momento histórico en que se demanda una mayor participación de los laicos, resulta especialmente interesante recodar el significado que tiene el diaconado, junto con repasar su evolución.

El 4 de septiembre de 1967 la Conferencia Episcopal de Chile solicitó a la Santa Sede la autorización para establecer el diaconado permanente en Chile. Fue la primera en el mundo en hacerlo. Como propósitos, expresó «mantener la fe en las comunidades aisladas, fortalecerla en las comunidades numerosas de las ciudades y en los barrios populares, suplir la escasez de sacerdotes y al mismo tiempo enriquecer el apostolado de la Iglesia». El Vaticano lo aprobó el 5 de diciembre de ese mismo año y en mayo de 1968 la señalada Conferencia aprobó un «Reglamento para el diaconado permanente en Chile».

Así, en mayo de 1970 se celebró la primera ordenación de diáconos en Santiago: fueron Jorge Escobar, Oscar Eissman, Ricardo Concha y José Donoso (fallecidos los dos últimos). Poco después se ordenaron Norberto Ahumada, Guillermo Vargas y Roberto Lyon.

También en mayo de 1970 se realizó el Primer Encuentro Nacional de Diáconos, en Padre Hurtado, al que siguieron otros en Santiago —en los años 1972, 1976, 1981, 1987 y 1994— para definir aspectos claves del ministerio diaconal, en cuanto a sus diferencias y su complementariedad con el sacerdote.

En agosto de 1982, la Conferencia episcopal publicó las primeras «Orientaciones para el diaconado permanente en Chile», vigentes hasta que, en su 66ª. Asamblea Plenaria Ordinaria, en noviembre de 1993, aprobó ad experimentum, por cuatro años, nuevas «Orientaciones para el diaconado permanente en Chile», que se puso en circulación en enero de 1994. En marzo de este último año, en el segundo piso del edificio del Arzobispado, se inauguró la sede del colegio diaconal de Santiago, en donde la Escuela de Diaconado ofrecía cinco cursos o niveles, de régimen vespertino. Poco más de una década después, en agosto de 2006, fueron publicadas nuevas «Orientaciones Pastorales para el Diaconado Permanente en Chile».

En estas se afirma que «en Chile ha habido un gran crecimiento de estas vocaciones al Diaconado Permanente de hombres casados de edad madura. Esto ha permitido poner de manifiesto que la Iglesia es ante todo Servidora de la Humanidad, al modo de Cristo que “no vino a ser servido sino a servir” (Mt 20, 28). Y, por otra parte, ha enriquecido el Cuerpo Ministerial de la Iglesia con personas de larga trayectoria pastoral renovada por el Concilio Vaticano II, competentes en diversos oficios y profesiones y presentes, como fermento en la masa, en las más variadas actividades públicas y privadas. Gracias a los diáconos permanentes hay presencia institucional de la Iglesia en empresas, colegios, hospitales, regimientos, etc., abriéndose así nuevas posibilidades y nuevos campos a la evangelización. Una comprensión y valoración cada vez mayor de todo el Pueblo de Dios —ministros ordenados, vida consagrada y laicos— de este regalo de Dios a su Iglesia, permitirá activar todas las potencialidades de mayor santidad, comunión eclesial, presencia misionera e inculturación del Evangelio lio que este ministerio contiene».

De las 27 circunscripciones eclesiásticas existentes, 26 tienen programas de formación de diáconos permanentes. Al año 2018 había 1.200 diáconos permanentes en el país, según datos de la Conferencia Episcopal de Chile (el año 2017 había 393 en la arquidiócesis de Santiago1).

SU MISIÓN

El ministerio del diácono permanente2 se caracteriza por el ejercicio de los tres «munera» (servicios) propios del ministerio ordenado, según la perspectiva específica de la diaconía: Munus docendi (servicio de enseñar), que indica que el diácono está llamado a proclamar la Escritura e instruir y exhortar al pueblo; Munus sanctificandi (servicio de santificar) se desarrolla en la oración, en la administración solemne del bautismo, en la conservación y distribución de la Eucaristía, en la asistencia y bendición del matrimonio, en presidir el rito de los funerales y de la sepultura y en la administración de los sacramentales; Munus regendi (servicio de conducir) se ejerce en la dedicación a las obras de caridad y de asistencia, y en la animación de comunidades o sectores de la vida eclesial, especialmente en lo que concierne a la caridad. Este es el ministerio más característico del diácono e implica un decidido servicio a la justicia y a la igualdad.

Los diáconos permanentes deben cubrir los más variados campos de acción ministerial, tanto en el plano territorial como ambiental, para que así la acción salvífica de la Iglesia llegue a todos los rincones de la sociedad. En Chile se subrayan espacios pastorales dedicados a los jóvenes, la familia, las comunidades eclesiales de base, los pobres, los obreros y campesinos, la educación, la salud, los medios de comunicación social, los migrantes, los pueblos originarios, la diversidad sexual, y cualquier otro campo pastoral de frontera que se descubra.

LOGROS

En los últimos años ha crecido favorablemente la conciencia de los diáconos permanentes en torno a la propia misión eclesial, no ligada únicamente al ejercicio del ministerio litúrgico, sino abierta a otros campos, como el acompañamiento de comunidades y capillas que por la actividad diaconal se convierten en centros vivos de acogida, participación y evangelización, presencia en ambientes educativos, laborales y otros, tareas de solidaridad y caridad evangélica, acompañamiento espiritual de numerosos laicos agentes pastorales, en la Pastoral de la Familia, de los Jóvenes, de la Liturgia, de la Catequesis, en la Pastoral de los Trabajadores, en Pastoral Bíblica, también como administradores de bienes, jueces, o en diversos cargos diocesanos, etc.

La dimensión misionera se ha ido abriendo camino paulatinamente a medida de la creación de espacios institucionales. Así van surgiendo los diáconos que desempeñan su ministerio en las tareas de los colegios y liceos no solo de Iglesia, sino también en algunos de carácter estatal, en los hospitales y clínicas públicos y privados, en gran cantidad de empresas, acompañando y organizando a los que viven de la caridad pública, con los pescadores, junto a los mineros, con los pueblos originarios, en las cárceles trabajando con reclusos y gendarmes, en los medios de comunicación social, en las universidades, católicas, privadas o estatales, en las Fuerzas Armadas y policías, etc. Ciertamente, estas tareas representan un gran apoyo y acompañamiento del Pueblo de Dios.

Otro avance significativo ha sido la aprobación y publicación, durante el año 2006, de las nuevas Orientaciones Pastorales para el Diaconado Permanente: «Don y Misión», entregadas por los obispos. En los últimos tres años, en la arquidiócesis de Santiago se ha ofrecido, mediante becas y a través de la Vicaría para el Clero, cursos de formación permanente para los diáconos permanentes y sus esposas, a partir de un diagnóstico que se efectuó en el año 2016. Los últimos cursos realizados, con el apoyo de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica, son «Evangelio según San Marcos», «Doctrina Social de la Iglesia» y «Predicación diaconal». El próximo curso será «Los diáconos en las nuevas fronteras».

También podemos mencionar que cada día se observa una mayor conciencia de la vocación diaconal como don de la Iglesia. Es una mayor conciencia de efectuar mejores procesos de discernimiento vocacional con la incorporación de esposas e hijos, y una mejor estructuración de los diferentes centros de formación de nuestras diócesis, lo que también redunda en una cada vez mejor integración y comunión en el Clero diocesano.

Un notable avance son las cada vez más numerosas pequeñas comunidades o fraternidades de diáconos, donde, junto a sus esposas, ellos comparten la vida y el ministerio, enriqueciéndose mutuamente y, al mismo tiempo, experimentando la experiencia de la vida comunitaria de la Iglesia. Otro avance destacable es la gran cantidad de vocaciones que este ministerio suscita y que se traduce en una gran cantidad de ordenaciones que elevaron el número de diáconos permanentes a 1.200 en el país (2018).

En este ámbito, aprovechamos de acotar que el año 2018 la población mundial alcanza a 7.628.103.400 personas y el número total de diáconos es de 46.312; por lo tanto, existe un diácono por cada 164.711 personas en todo el mundo. Si se hiciera un ranking mundial de diáconos por personas, Chile estaría en el primer lugar, ya que tiene un diácono por cada 14.828 personas, y en el segundo lugar estaría Estados Unidos con un diácono por cada 17.270 personas. Otros países a comparar serían: Brasil, con un diácono por cada 43.664 personas; Argentina con un diácono por cada 45.871 personas; Colombia, con un diácono por cada 62.406 personas; España, con un diácono por cada 104.369 personas y México, con un diácono por cada 138.598 personas3.

ALGUNAS DIFICULTADES

En el desarrollo de este ministerio no vislumbramos retrocesos, sino más bien algunas dificultades que a veces impiden un mayor florecimiento de él, como son la persistencia de prejuicios negativos en algunos sacerdotes y obispos hacia la misión y el rol del diácono permanente, en su mayoría, producto del desconocimiento que aún existe de este ministerio.

También el que todavía exista un, aunque bajo, porcentaje de diáconos permanentes en cada diócesis que no se integra al cuerpo diaconal correspondiente, ni participa por razones de trabajo, salud, costo o apatía.

Para la formación y fortalecimiento del cuerpo diaconal, aún persisten dificultades para reunirse en muchas diócesis, ya que en razón de las condiciones geográficas la situación económica de los diáconos dificulta sus desplazamientos.

Al interior de los Seminarios todavía es escaso el conocimiento que se tiene de la figura y rol del diácono en la Iglesia, por lo que, al desconocer este ministerio, cuando trabajan juntos les cuesta integrarlos debidamente al trabajo pastoral (cf. OO.PP. de la CECH, 2006, N° 119).

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1 Fuente: Vicaría para el Clero del Arzobispado de Santiago.
2 Diaconado Permanente: Don y Misión. Orientaciones Pastorales para el Diaconado Permanente», Conferencia Episcopal de Chile, Julio 2006, N° 45.
3 «Los diáconos permanentes constituyen el grupo de clérigos que crece con notable vivacidad. El incremento medio anual durante el período 2010-2015 fue igual a 2,88%, globalmente, y continuó en 2016, aunque a un ritmo más lento (2,34%); en ese año ascienden a 46.312 en comparación con los 39.564 registrados en 2010». (Fuente: Anuario Pontificio 2018 y del «Annuarium Statisticum Ecclesiae» 2016).

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