Laicos y laicas. Un desvelo prioritario

Diác. Prof. Milton Iglesias Fascetto

Referente Nacional del CIDAL en Uruguay

Montevideo, 4 de enero de 2012

miltoniglesiasf@gmail.com«>miltoniglesiasf@gmail.com

            Ciertamente, para los Diáconos Permanentes, ministros usualmente llamados “de frontera” no porque estemos ubicados en fronteras geográficas, sino porque siendo clérigos por derecho, nuestra vida está muy identificada con la vida laical pues en ella desempeñamos nuestro trabajo, tenemos nuestra familia, vivimos en nuestras casas o apartamentos en un barrio concreto con vecinos concretos con quienes a diario nos saludamos, conversamos, nos interesamos por su salud, por sus problemas, por servirlos en la medida de nuestras posibilidades.

             Por eso nos dicen “de frontera”, como decía un Obispo amigo fallecido hace unos años:” ustedes tienen un pié en la Iglesia pero el otro en la realidad del mundo en “el cual viven, trabajan y tienen sus familias”.

            Recuerdo que hace unos años cuando viajaba al Interior del País, allá por el norte uruguayo a casa de una hija que se había radicado con su esposo y dos de mis nietos a más de 400 kms. de Montevideo, los fines de semana colaboraba con los Sacerdotes de una Parroquia de un barrio obrero, El Párroco juntaba los bautismos y algunas veces alguna boda para el fin de semana en que yo concurría, para que “le diera una mano”.

            La práctica de esa situación hizo que cuando muchos padres anotaban a sus hijos para el bautismo le pedían directamente al Párroco que le diera fecha para cuando “viene el ministro que es casado”. Y cuando les preguntaba el motivo de ese pedido le respondían en general “porque es igual a nosotros, tiene los mismos problemas, nos entiende”.

            Allí está la frontera. Estar en un lado y en el otro, no más en uno que en otro, Servir al Señor donde y cómo hace falta.

            La Iglesia por cierto ha recuperado, recreado podríamos decir, la mística de ella como Pueblo de Dios, y entonces los laicos y laicas a quienes antes del Concilio Vaticano II se les veía como simples “fieles” a los que se les llevaba casi de la mano, todo reglado, todo mandado, la sagrada jerarquía era la única que tenía la autoridad, era quien hacía visible a la Iglesia, y en ella quedaban ocultos los misterios , lo invisible, la fe, los carismas, en fin… a los laicos sólo les cabía obedecer.

            Esa concepción centrada en la jerarquía, era la que primaba en los años anteriores al Concilio Vaticano II y en la cual la mayoría de nosotros fuimos educados. ¡Cuánto trabajo nos dio el cambio!, el descubrir nuestros derechos, nuestros carismas, y que no toda la dirección, la enseñanza, la animación, nos llegaba a los que éramos simples fieles laicos por mediación de la jerarquía “creada por Dios para tales fines”.

            En la mayoría de los concilios anteriores al Vaticano II la actitud de la Iglesia fue reactiva y no proactiva, y se subrayaban términos como: tradición, jerarquía, obediencia, sacramentos, indulgencias, etc.

            Pero la historia no se detiene por decretos y los cristianos hemos dicho que el Espíritu, que libremente sopla cuando, donde y como quiere, recreó todo.

            Se abrió en el Concilio Vaticano II un diálogo fecundo con el mundo, con la realidad en que vivimos, nos movemos y existimos, y también con otras confesiones cristianas (ecumenismo). Se buscó que el Concilio fuera una asamblea abierta al Espíritu en busca de fidelidad creativa.

            El Papa Bueno, el Papa Juan XXIII preguntó al iniciar el Concilio Vaticano II ¿Iglesia, tú quién eres? y decidió “abrir las ventanas para que entrara aire fresco, renovador”.

            No se hicieron esperar las dos grandes Constituciones tan conocidas: La Lumen Gentium donde la Iglesia se auto-comprende como Misterio (“La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o señal, e instrumento…) y como Pueblo de Dios. En la Gaudium et Spes sobre la Iglesia y el mundo actual, donde se valora la dignidad de las personas, se destaca la autonomía y el valor de la historia como construcción ya aquí, de la materia celeste.

            Desde allí, Jerarquía y Laicado tienen sentido y funciones propias dentro y al servicio del único Pueblo de Dios.

            Podríamos preguntarnos entonces ¿qué es la sacramentalidad y la instrumentalidad de la Iglesia? Nuestra respuesta será: “no es un fin en sí misma, “sino un signo visible del amor de Dios y una “herramienta al servicio de la vida plena de toda “la humanidad. (Rev. Misión 173, pág.10).

            ¿Porqué nuestro desvelo por servir al laico y laica cristianos con tanto énfasis? Porque ellos son quienes por su vocación específica deben buscar el Reino de Dios ordenando según el mismo Dios los asuntos temporales.

           

Es una realidad que nosotros clérigos nos movemos dentro de la Iglesia y en la realidad del mundo. Por eso en especial a los diáconos permanentes se nos dijo “ministros de frontera”. Pero todo ministro ordenado es en primer lugar a
d intra
, es decir hacia adentro de la Iglesia donde tiene su compromiso específico como Evangelizador, como dispensador de las gracias sacramentales, como maestro en la Fe, como prolongación de Cristo servidor., mientras que los fieles laicos no son para nada menos importantes, sino por el contrario, quienes en la realidad del mundo llevan Cristo al mundo y traen el mundo a Cristo. (Su misión es ad extra en especial).

           

Debemos apoyar e incentivar a los hermanos laicos y laicas de nuestras comunidades, preocuparnos por su formación, por su información, porque marchen por el camino de la santidad, cada quien en la medida de su estado –célibe o casado- ayudándoles a brillar por el testimonio de vida, por la esperanza y la caridad que siembren por doquier. Démosles a nuestros laicos y laicas una mano, las dos manos, lo mejor de nuestro tiempo, de nuestros esfuerzos para iluminar y organizar todos los asuntos temporales en los cuales ellos estén real y verdaderamente comprometidos para hacer que las realidades sean más humanas y por ende más cristianas.

Para que unos y otros puedan ser “sal de la tierra”, “fermento, levadura”, “testimonios vivos y elocuentes del amor de Dios” para que puedan ellos “sanear las estructuras y ambientes mundanos”, “para que no tengan miedo de manifestar su parecer en cuanto a todos los asuntos relativos a la Iglesia y al Mundo”.