Diaconado político IV

 

Santa, personaje encarnado por Javier Bardem en la película “Los lunes al sol”, interpreta de otra forma el cuento de la cigarra y la hormiga cuando se lo lee a su hijo antes de dormir. Europa está llena de “hormigas” que no entienden el cuento. No siempre el que trabaja y es hacendoso acaba con la despensa llena.

Se que hablar del sufrimiento y desesperación de los europeos puede resultar obsceno en algunas partes del mundo, pero es cierto que en Europa también se sufre, y la desesperación es la gran enfermedad de la sociedad. El discurso cristiano sobre Dios en Europa, la teología europea, debe tener más en cuenta la historia de sufrimiento y desesperación de los europeos, debe tener una palabra convincente para los muchos “Santas” que abundan en los barrios de nuestras ciudades, en las grandes bolsas de desesperados de los suburbios de Europa, y no me refiero sólo a la inmigración.

Por un lado, la teología debe despedirse de su inocencia social. Al hablar sobre Dios se ha de tener en cuenta a quién va dirigida esa palabra. La palabra sobre Dios ha de hacerse práctica y ser justicia y esperanza. La Biblia habla de hambre y sed de justicia, una justicia que abarque a todos, tanto a muertos como a vivos, que sirva para los sufrimientos del pasado, pero también para los sufrimientos del presente. La búsqueda cristiana de justicia debe ser mística y política. Mística porque ha de salvar a todas las víctimas del pasado -y Europa y sus fantasmas saben mucho de eso- y política porque la fe cristiana debe esforzarse en pedir la justicia y esperanza para tantas personas que efectivamente no les faltará un plato de comida y un techo, pero que ya no encuentran la razón para vivir al margen de la obligación de alimentar las barrigas de nuestros insaciables políticos. La teología de Europa debe saber dar esperanza a tantos que viven el presente de forma desesperada, y no limitarse a llamar privilegiados a los europeos sin darse cuenta de que en los bancos de nuestros templos comparten espacio aquellos que viven más o menos acomodadamente en un estado de bienestar tendente a desaparecer, y aquellos que engrosan las filas de esos pobres de Europa que no deja de aumentar. Tanto justicia como liberación, en Europa, se han asociado a una retórica elevada y abstracta, y ha dejado de interesar precisamente a sus destinatarios. Y este es el gran drama de la Iglesia en Europa, que sus mensajes no resultan significativos a nadie al margen de los fieles. Debemos pasar en Europa de una Iglesia de caridad asistencial a los pobres a una Iglesia de caridad holística a los pobres. En cuanto la Iglesia, por medio de sus agentes, sea capaz de elaborar un discurso capaz de contribuir al bien común de la sociedad plural y desde categorías teológicas, habremos dado un paso para solucionar la crisis que vivimos, aunque quizá sea demasiado tarde. La separación radical entre secular y religioso es la causa de que los que están fuera de la tradición de la Iglesia permanezcan indiferentes ante mensajes y acciones que ni comprenden ni se esfuerzan en comprender.

La teología en Europa debe despedirse de su inocencia histórica. Los europeos sabemos perfectamente lo que son los desastres y las catástrofes de la historia, y también sabemos lo que significa la apatía del otro frente a nuestra propia infelicidad. Por eso, la teología debe tener en cuenta el sujeto, el contenido humano que está sujeto a toda situación. El contexto puede ser lugar teológico. La fe cristiana en Europa podría dar voz a los pobres, pero no solo a los pobres del Sur, sino que ha de darse cuenta de que hay europeos también pobres y desesperados. Ser pobre en Europa no te hace menos pobre.

Una teología política europea debe tener en cuenta que en Europa hay grandes pobrezas y miserias, que el pobre lo es en comparación con el rico junto al que vive. A pesar de que un pobre en Europa pueda parecer rico en comparación con un pobre en los países del sur, junto a sus vecinos, la cada vez más pequeña clase media, la pobreza sigue siendo pobreza. El desarrollo industrial no siempre trae prosperidad, y dicha prosperidad no lo es para todos. La política que busca sinceramente la libertad y la justicia para todos no se hará posible a menos que se reconozca al pobre en su alteridad, con sus peculiaridades sociales y culturales, con sus propias esperanzas rotas y sus propias memorias de exclusión social y desempleo. A la luz de esta búsqueda hay que juzgar los sistemas productivos modernos, el desarrollo tecnológico y la economía global. Es la propia Europa la que está amenazada por los procesos de modernización puestos en marcha por ella misma, porque cada vez más, el ser humano no es más que un experimento de dichos procesos.

¿Qué tiene que ver el diaconado con esto? Mucho. Toda la gente objeto de nuestra pastoral responde a las líneas precedentes. Esa debe ser nuestra preocupación concreta como diáconos. Hablamos de nuestra referencialidad hacia los más pobres, hacia los excluidos, hacía los débiles de nuestra sociedad, pero en la concreción está la virtud. Lo que me inquieta como diácono, lo que me preocupa como clérigo, es el abandono masivo de los europeos. Hay que afrontar el hecho de que la gran mayoría de las familias a las que bautizamos sus bebés, confirmamos sus hijos, enterramos sus difuntos, la gran mayoría de las parejas que contraen matrimonio ante nosotros, la gran mayoría de las personas a las que catequizamos, gastando un montón de recursos y energías… no permanecen en la Iglesia. Y no van a volver.

Dios está ahí, en el imaginario colectivo, como realidad secundaria, pero el común de los mortales vive su vida como si Dios no existiera, ni siquiera es una realidad residual, a veces, si se le toma en cuenta, Dios aparece como una amenaza. Sé que mi fe es fuerte, pero hay veces que en mi afán de dialogar con todos, he llegado a pensar si no estaré equivocado al sentir a Dios como fundamento de mi existencia. Bloquear a Dios es muy peligroso.

Siguiendo al filósofo frances Fabrice Hadjadj, en su libro ¿Cómo halar de Dios hoy?, me gustaría hablar de Dios como el filósofo, con generalidades y conceptos comunes escritos con

mayúsculas, Verdad, Bondad, Justicia… pero resulta que como cristianos tenemos que afirmar un nombre propio, Jesucristo. Y palabra de honor que un día me dijo un respetable padre de familia: “¿Qué es lo que hace mejor que yo a ese tal Jesús?”

Me gustaría entonces hablar de Dios como hace el budista, con vaciamiento, con música suave, barras de incienso, y meditación, cada uno la que quiera. Pero resulta que los cristianos tenemos que afirmar el encuentro con ese Dios. El diácono no demuestra a Dios, propicia su descubrimiento.

Me gustaría entonces hablar de Dios como hace el musulmán, que simplemente con agitar un libro, con recitarlo de memoria ya es suficiente. Pero para el cristiano importa mucho la historia, el contexto, el Espíritu, la panda de tipos como tu y como yo, de diáconos, que no tenemos ninguna gracia en minúsculas, pero que tenemos que comunicar la Gracia, en mayúsculas.

Me gustaría entonces tener la cara de un actor de cine, con todos los encantos de la seducción, de la imagen, y enamorar a la gente. Pero para el cristiano no importa el triunfo de la imagen, importa el triunfo de la vida. El objetivo del diácono no es seducir, no es hacerse irresistible, sino conseguir hacer volverse hacia el Totalmente Otro.

¿Somos conscientes del tiempo en el que vivimos? ¿Cómo conectamos con nuestros contemporáneos? ¿Qué nuevas expresiones estamos dispuestos a asumir para que los múltiples contextos sociales contemporáneos nos tomen en serio? ¿Cómo contribuir al bien de la sociedad plural desde categorías religiosas?

Una nueva teología política, y, sobre todo, la praxis diaconal que salga de ella, debe buscar ser comprensible tanto por aquellos que están fuera de la Iglesia como por aquellos que están dentro, debe interpretar la compleja realidad social afrontándola, y a veces encontrándola en nuestras propias familias, debe ofrecer orientaciones plausibles para cada persona con sus propias dificultades, sean del tipo que sean. El diácono puede comprender situaciones particulares de marginación y opresión social, puede comprender contextos sociales comunes para el hombre contemporaneo, pero asumidos con mucha dificultad por la Iglesia. La palabra del diácono responde a preguntas que se hace cualquier persona, y habla sobre Dios, que debe poder ser significativo para todos, para cada hombre y mujer. La sociedad plural en Europa ya no es una posibilidad de futuro, es una realidad presente, y como afirma David Tracy, la existencia de la Iglesia en medio de ese mismo pluralismo debe considerarse positivo y normal. La praxis del diácono tiene repercusiones públicas inéditas para cualquier otro clérigo, debe adaptarse al público, a su estructura de plausibilidad, si usamos el concepto del sociólogo Berger, llorar con el que llora, y reír con el que ríe, si leemos a san Pablo.

Creo, inspirándome en la teóloga Carmen Márquez Beunza, que el Evangelio es una visión alternativa del mundo, y que, como diácono, debo orientarme proféticamente por sus páginas para denunciar las profundas contradicciones de nuestra sociedad. Creo que la experiencia, el contexto, la

situación, son lugares teológicos. Dios nos habla en las situaciones y contextos presentes, nos habla a través de las experiencias humanas. Para el diácono la Revelación es más que un conjunto de verdades reveladas, es una relación de comunión con Dios a través de la historia.

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