Escrito por el Diácono Gustavo Wattson, Diócesis de Tilarán Liberia, Costa Rica.
Luego de haber sido escrutados personalmente por Monseñor Vittorino Girardi Stellin, aquel 11 de julio del año 2009, y pasar del nerviosismo de la última evaluación académico-teológica para acceder al diaconado, con mis hermanos Carlos Contreras Aguirre y Heriberto Matarrita Moraga, recibimos juntos su canónico beneplácito, para acceder a la orden de los diáconos, e iniciar, ese mismo día, el retiro espiritual preparatorio.
Entre gozo e incertidumbre, fuimos testigos del amor de Dios que nos llamó a ser parte de sus siervos, y asumir una responsabilidad de servir como Cristo, en nuestra amada Iglesia local. La nuestra fue una respuesta confiada a la Misericordia Divina. En medio de nuestra pequeñez y limitaciones (nuestro proceso mismo apenas delineaba esbozos para el diaconado diocesano), encontramos apoyo de sacerdotes y familiares, y sin duda alguna la luz del Espíritu Santo, que nos llevaron a que nuestro balbuceo se tradujera en una palabra: “fiat”.
Por la “entrañable misericordia de nuestro Dios”, el 25 de julio, Fiesta de Santiago Apóstol, fuimos consagrados diáconos en la Catedral de Tilarán, con la imposición de manos de Monseñor Girardi, y acompañados de nuestras familias, y de fieles laicos y clérigos. Ese mismo día recibimos la tarea para cada uno, asignados a distintas parroquias de Liberia, mis hermanos Carlos y Heriberto, y en mi caso, a Tilarán.
Encontré un pueblo acostumbrado al servicio presbiteral (algunos llaman “padrista”), ayuno de escuchar la Palabra y, en algún caso, lastimado. Salimos, comprometidos a proclamar el Evangelio con fidelidad -confieso que no siempre lo he conseguido-, bajo el amparo de nuestros respectivos párrocos, enviados a nuestros destinos: la atención de los más distantes. En mi caso, visitar y acompañar trece comunidades. Ahí donde el sacerdote sólo podía ir una vez al mes a oficiar misa, ahora el diácono celebraba, otra vez dentro del mismo mes, la liturgia de la Palabra, asegurando más presencia en esos pueblos. También luego entre los jóvenes, de quiénes atesoro tanto bien, y siguen siendo mi principal motivo de oración, y apoyando otros servicios pastorales: Ministros extraordinarios, cantores, liturgia, asuntos legales y económicos.
Cuánto agradezco la paciencia, respeto y solidaridad de mis hermanos mayores sacerdotes y compañeros diáconos, de Monseñor Vittorino, de mi actual obispo, Monseñor Manuel Eugenio Salazar. De mi esposa Karen, y mis hijos: Gustavo y Gaby, María José, Carlos Andrés, María de los Ángeles y Santiago. De mis padres, hermanos, cuñados y sobrinos. Y de todos quienes con buena voluntad han sumado ánimo y esperanza; deseo de servicio y perseverancia; buena intención y templanza. ¡De verdad, mi agradecimiento eterno!
También agradezco -y no de menor manera-, a aquellos que mi bien han procurado disintiendo, contrariando y hasta criticando o cuestionando -hasta en modo vehemente- alguno de mis pensamientos, palabras, obras u omisiones. Aprendí a poner atención también a lo que no suena igual a lo que creo o pienso, y de mucho me ha ayudado a ampliar conceptos y realidades.
Mi servicio diaconal, que he intentado fiel -repito, no siempre lo he conseguido- ha sido en varios espacios: en mi matrimonio, mi familia, mi parroquia, mi diócesis, mis hermanos clérigos… en fin, mi Iglesia, y aún fuera de ella. Mi vida, quiero, anhelo, sea un auténtico y continuo servicio. En este intento, y hasta ahora, he sido feliz, muy feliz…
Al cumplirse en mí 10 años de devenir diaconal, tengo mucha esperanza que este ministerio avance y delinee cada vez mejor sus trazos, aún promisorios, y todos quienes participamos de esta dimensión ministerial, cada vez más podamos configurarnos con Cristo, que buscar servir y no ser servido. Especial esperanza me aportan mis hermanos del diaconado, y los doce aspirantes diocesanos -ya casi candidatos – al diaconado, con quienes compartimos inquietudes y reflexiones, ansias de renuevo e intención de Iglesia en actitud de salida, de modo que puedan acrecentarse en nuestras vidas el servicio que tanto necesita y extraña nuestra gente.
Dios los guarde y proteja. Siempre con mi bendición y oración, deseando se actualice la palabra de Cristo que inspiró como lema mi ordenación: “Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor”.
Su servidor, en Cristo,
Gustavo Wattson.