Un Año Sacerdotal

Mons. Eustaquio Pastor Cuquejo Verga, C.SS.R

Arzobispo de la Santísima Asunción

Asunción, Paraguay, 29 de enero de 2010

 

            El Santo Padre, Benedicto XVI, ha instituido el Año Sacerdotal para conmemorar los 150 años de la muerte de San Juan María Vianney, el Cura de Ars, proclamado Patrono universal de los sacerdotes diocesanos. Esta aclamación se debe a su santidad a toda prueba y a su celo apostólico por las personas más necesitadas. Se caracterizó, San Juan María Vianney por ser un confesor prudente, intuitivo y perseverante. Los fieles acudían a él de muchas partes de Francia para recibir el sacramento de la confesión.

             El Año Santo Sacerdotal fue inaugurado el día 19 de mayo de este año del Señor, 2009, en la festividad del Sagrado Corazón de Jesús, cuya memoria se realiza cada primer viernes del mes para rezar por la santidad de los sacerdotes en el mundo. Esta iniciativa comenzó con su Santidad Juan Pablo II algunos años atrás. Con esta iniciativa se propende orar por los sacerdotes en el mundo a fin de que sean reflejo del corazón de Cristo.

             De hecho, el Papa Benedicto XVI pronunció una hermosa homilía en la festividad del Sagrado Corazón de Jesús diciendo: “El Señor nos ha acogido en su corazón” y menciona que “en el Antiguo Testamento se habla 26 veces del corazón de Dios, considerado como órgano de su voluntad: en referencia al corazón de Dios, el hombre es juzgado. Su amor por el pueblo elegido es patente y se manifiesta como un amor entrañable, un amor que no cesa de llamar al pueblo aun cuando éste se aleja de Dios.

             El misterio del corazón de Jesús es el reflejo auténtico y absoluto del corazón de Dios. En su dimensión de verdadero hombre Jesús demuestra su amor para con los más necesitados, los pobres de espíritu, es decir, aquellos que se han desprendido de todo lo superfluo para darle cabida al Señor. El corazón de Jesús se vuelca hacia los pecadores, porque ellos se apartaron de amor de Dios, se alejaron de El y Dios les llama y les ofrece su perdón, como una puerta abierta por donde entre la fuerza del amor de Dios. La prueba más grande y por lo tanto impactante para toda la humanidad es la entrega que Jesús hace de su vida en la muerte de cruz. No puede existir amor mayor que este. Y no satisfecho con la muerte, se deja traspasar el costado por la lanza de un soldado que lo reconoce como ¡Hijo de Dios!

             La vida de un sacerdote es siempre un misterio. No se la puede reducir a un mero acontecimiento socio religioso. El sacerdote nace desde el corazón de Jesús, quien llama a uno para que lo siga y se semeje a El. Este llamado es por toda la vida y el mismo sacerdote debe procurar manifestar el amor de Cristo en todos los momentos de su vida. Amor que puede ser criticado, vilipendiado, calumniado, en fin, que puede sufrir los mismos escarnios que Jesús. Pero lo que importa será siempre vivir el misterio del amor de Jesús en todas sus dimensiones.

             Este Año Sacerdotal es un momento de gracia para todo el pueblo de Dios, porque aun cuando se hable de los sacerdotes y se pidan oraciones por ellos, todo el pueblo de Dios está involucrado en la inmensa gracia que los sacerdotes puedan recibir mediante la oración de los fieles. Por eso decimos que no existe sacerdote sin la Iglesia y lo mismo no existe una Iglesia sin el sacerdote.

             Cada sacerdote lleva impresa en todo su ser la imagen viva de Cristo, el Eterno Sacerdote. Por eso está llamado a vivir lo que Jesús vivió durante su permanencia histórica en la tierra, por lo que muchos libros fueron escritos sobre el tema; páginas enteras, que en su mayoría dependen de la imaginación del autor con la intención de motivar al lector a conocerlo mejor a Jesús.

             Los cuatro evangelios y solamente éstos pueden darnos una idea de la vida terrena de Jesús. Los primeros cristianos, tan cercanos a la figura de Jesús lo conocieron como un maestro, un amigo, un taumaturgo. La constante memoria que hacían de Él los apóstoles mantuvieron viva esta experiencia y los evangelistas la resumieron en los cuatro primeros libros del Nuevo Testamento. El Apóstol Pablo también tuvo una experiencia de Jesús “en la carne”, según lo expresa en sus múltiples cartas. Conocerlo a Jesús de esa manera se refiere principalmente a la experiencia negativa que tuvo de los cristianos y de la memoria de Jesús, ya que Pablo consideraba que Jesús, como sus discípulos vinieron a “destruir la Ley”

             Sin embargo, Pablo llega a “conocerlo” a Jesús de una manera totalmente nueva. Su encuentro con Jesús camino de Damasco marcó su radical conversión, de tal modo, que Pablo se considera un “hombre nuevo”. Lo conoce a Jesús en el Espíritu por la fuerza y la gracia del Espíritu Santo. El es una “criatura nueva” porque el hombre viejo, el imperio de la Ley que lo esclavizaba hasta ese encuentro, ha muerto. Pablo va a predicar y hacer teología en torno a Cristo crucificado y resucitado. Alrededor de este eje se desenvuelve toda su vida, su predicación y el motivo primero y último de su misión. Por eso, dirá: “Ay de mí si no evangelizare” y “No soy yo quien vive, es Cristo que vive en mí”.

             El sacerdote es una “criatura nueva” mediante el orden sagrado. La realidad que le recuerda esta novedad es la celebración diaria del “partir el pan”. El sacerdote nace en el corazón de Cristo cuando Él dice: “Hagan esto en memoria mía”. Cada Jueves Santo revive este memorial. Desde ese mandato fluye la gracia de la consagración en el orden sacerdotal. Él asume la encarnación de Cristo Sacerdote como un don del Padre realizado por el Espíritu Santo. Por eso, anuncia lo que Cristo anunció. Denuncia lo que Cristo denunció. Llama constantemente a la esperanza como lo hizo Cristo, en consonancia con los antiguos profetas. Sobrelleva los sufrimientos propios y los de su comunidad
. Se inmola constantemente por ella. En la etapa del despojamiento de sí mismo por los demás, el sacerdote vive permanentemente el Viernes Santo. Esa inmolación es el signo patente del amor a Dios y al prójimo. Ante esa fuerza amorizante desaparecen las otras manifestaciones del amor puramente humano, el “erótico”, para convertirse, por la purificación del ser, en amor “ágape”, es decir: amar como Cristo amó.

             En la experiencia del amor “ágape” el sacerdote siente el poder de la resurrección de Cristo. Conoce a Cristo como lo conoció Pablo, distante de la historia pero actual por la gracia de la fe. Es justamente por la gracia de la fe la resurrección de Cristo se torna luz y fuerza, consuelo y esperanza para el sacerdote. Esto sucede en cada instante y mientras el sacerdote se abre humilde y generosamente a la acción del Espíritu Santo.

             Que la pascua de resurrección del sacerdote, sea cada vez más potente y luminosa. Porque a igual que San Pablo, quien vivió en un ambiente oscurecido por la ausencia del anuncio de la salvación, el sacerdote siente el impacto de las tinieblas de su propia debilidad, y de la impotencia de un pueblo que busca en el Señor el sentido a su vida presente y futura. El sacerdote vive, entonces, la Pascua del Señor con espíritu de inmolación y de una esperanza alimentada por el único amor que puede llenar el vacío del alma: el amor a Dios y al hermano.

             Finalmente hemos de tener en cuenta que el Santo Padre estableció la Indulgencia Plenaria durante el Año Sacerdotal. Recordemos que para gozar de dicha indulgencia plenaria se debe acudir a la confesión, participar en la eucaristía y comulgar, realizar obras de solidaridad con los más necesitados y rezar por las intenciones del Santo Padre. Esta oración contribuirá a la comunión del Cuerpo Místico de Cristo.

 

            El Año del Sacerdocio la Misión Permanente en el Paraguay están íntimamente vinculadas. Por un lado la Misión Permanente es tarea de la Iglesia, recibida por mandato del Señor Jesús para que la Buena Noticia llegue a todos. Por otro lado, los Sacerdotes como colaboradores del Obispo son los primeros llamados para realizar esta misión en los lugares donde el Obispo lo designe. Se establece entones, una íntima comunión entre estas dos tareas de la Iglesia con el objetivo de promover la comunión dentro del Cuerpo Místico de Cristo.

             La Misión Permanente es una exigencia para toda la Iglesia. Exigencia en la oración perseverante, sabiendo que el contacto con el Señor es substancialmente necesario para que esta obra que realiza el Señor encuentre en todos los fieles la disposición para realizarla. La exigencia del compromiso que comienza por una clara conciencia de pertenencia a la Iglesia. Así se podrá pasar a una tercera exigencia, la evangelización efectiva en todos los lugares y espacios donde el Señor Jesús debe ser reconocido, escuchado y asumido. Todo ello debe llevarnos a la convicción al tiempo de declarar que: yo soy un discípulo y misionero de Jesucristo y por eso estoy en su Iglesia y me dispongo a llevar adelante la evangelización en mi ambiente, en mi parroquia, en comunión con todos los demás fieles cristianos que son los Obispos, sacerdotes, diácono, religiosos y religiosas, y fieles laicos.

             Resulta necesario prepararse adecuadamente para realizar esta misión. No basta la buena voluntad. Hay que estudiar el contenido de la evangelización, manejar bien la metodología que se ofrece desde la Iglesia Particular y que pasa por las parroquias y demás centros de irradiación católica. Es necesario llenarse del Espíritu Santo a fin de vivir y transmitir con ardor el Evangelio que no es otro que la proclamación de la presencia viva de Jesucristo en el mundo.

             Sabemos que toda evangelización es la obra del Señor animada por el Espíritu Santo. De manera muy particular el sacerdote entra en la dinámica del Señor para ser, como otro Cristo, el animador principal de la Misión Permanente. A este propósito podemos valernos del Año del Sacerdocio con su caudal de gracias y exhortaciones para que todo sacerdote se renueve en el amor de Cristo. El sacerdote que se considere, porque lo es de verdad, propiedad sagrada del Señor podrá con mucha facilidad realizar la obra del Señor. El modelo del Buen Pastor resalta en el vasto escenario de la evangelización. El sacerdote es el buen pastor para su rebaño, para el pueblo que el Señor le confió. Su testimonio de vida basado en un amor intenso hacia Dios, hacia la Iglesia y al prójimo, acompañado de una formación bíblico-teológica e iluminado por el Magisterio de la Iglesia podrá realizar esa misión con eficacia.

             El pueblo de Dios espera que su sacerdote viva con Cristo y en Cristo. Al no verlo el pueblo se enfriará y abandonará el rebaño del Señor. La oración asidua, la contemplación de los misterios de Dios traducidos en la vida personal y en el ministerio pastoral mantendrá viva la llama de la fe, la esperanza y el amor en el corazón de los fieles. Estos necesitan de la oración del sacerdote porque es el puente entre Dios y los hombres. Es aquel que trae las enseñanzas del Señor a sus hijos e hijas y que lleva al Señor el clamor de su pueblo.

                        Oración: Señor Jesús, evangelizador insigne del Padre, ayúdanos a realizar con eficacia la Misión Permanente en nuestro país. Te rogamos que inflames el corazón de cada sacerdote con el fuego del Espíritu Santo. Queremos vivir una constante experiencia de Pentecostés, una renovada efusión del Espíritu Santo sobre tu sacerdote y sobre todos nosotros. Danos Señor sacerdotes santos, sabios y prudentes, que sean capaces de ofrecerte al mundo en el que vivimos. María, Madre de Dios y Madre nuestra, guía nuestros pasos por los caminos de la fe, del amor y de la esperanza. Amén.

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