San Poncio de Cartago, diácono de San Cipriano. 8 de marzo.
En el siglo III. Discípulo de San Cipriano y autor de su Vida, Cartago († 262) Cuando San Cipriano, el gran obispo de Cartago, fue desterrado a Corubis, el diácono Poncio se ofreció voluntariamente a acompañarlo y permaneció con él hasta su muerte el año 258. A él se debe el relato del martirio de San Cipriano.
San Poncio anhelaba acompañar en el martirio a San Cipriano, pero los jueces no lo consideraron un personaje demasiado importante y no lo condenaron a muerte. Se desconocen el lugar y las circunstancias de su muerte ocurrida alrededor del año 260, pero no hay razón para que haya sido martirizado cuando San Cipriano, el gran obispo de Cartago, fue desterrado a Curubis, el diácono Poncio se ofreció voluntariamente a acompañarle y permaneció con él hasta su muerte.
En aquella época, los lazos que unían a los diáconos con su obispo eran muy estrechos; en el caso de San Cipriano y San Poncio las relaciones se estrecharon todavía más.
Sin duda que Poncio tuvo todas las oportunidades posibles de informarse de la vida y las actividades de su obispo; desgraciadamente, en su afán por escribir una biografía que eclipsara por su popularidad las «actas» de Perpetua y Felícitas. Poncio concentró casi exclusivamente su atención en el martirio de San Cipriano y dejó en la oscuridad el resto de su vida.
=
San Ciriaco, mártir. 16 de marzo.
Nacido en el siglo III de una familia noble patricia romana, abrazó la religión cristiana y le dió su riqueza a los pobres. Fue ordenado diácono en Roma bajo el Papa Marcelino (296-304).El emperador en ese momento era de Diocleciano, con la asistencia de Maximiano, que pasó a ser su favorito.
En honor de Diocleciano, Maximiano decidió construir un palacio magnífico, con magníficos baños, construido por esclavos cristianos.Entre los ellos había hombres de edad avanzada, así como sacerdotes de alto rango y los clérigos.Una noble romana, con ganas de aliviar los sufrimientos de estos trabajadores pobres, envió a cuatro cristianos con limosnas: uno de estos hombres más tarde se convirtió en San Ciríaco, San Sisinius, Largus Lucía y San Smaragdus.Realizaban sus obras de caridad aún con riesgo de vida,trabajaron con fuerza junto a los más débiles.San Ciríaco era bien conocido por Diocleciano,el emperador.
De repente, la hija de Diocleciano, Artemia, fue poseída por un demonio furioso, y le dijeron que sólo Ciríaco podría ayudarlo.Diocleciano lo mandó llamar, y él la curó. Ambos Artemia y su madre hoy Santa Serena, se convirtieron al cristianismo.Poco tiempo después, la hija del rey de Persia también fue poseída y Diocleciano, pidió a su esposa que persuadiera al diácono para ir a Persia para este fin. Lo hizo con sus otros dos compañeros cristianos, y otra vez el Santo expulsó al demonio, con lo que logró la conversión del rey, su familia y cuatro centenares de personas, a quienes bautizó.
Los tres confesores regresaron a Roma,sin haber aceptado ninguna compensación por sus servicios, diciendo que habían recibido los dones de Dios gratuitamente y deseaban compartirlos. El bárbaro Maximiano, al enterarse de su regreso en el año 303, los capturó, encarceló y torturó, y finalmente decapitó al Santo junto a veinte cristianos valientes.Sus cuerpos fueron enterrados por primera vez cerca del lugar de su ejecución en la Vía Salaria, Roma.
Su fiesta, a 8 de agosto, s. IV. San Ciriaco: Célebre diácono, gran apoyo de los cristianos condenados a trabajos forzados, encabeza, con Largo y Esmeraldo, el grupo cristiano de veinte hombres y mujeres, martirizados por orden del emperador Maximiano Hercúleo, en la Vía Salaria junto a los huertos salustianos.
San Marcelo, Papa desde el año 307 al 308, solemnizará su sepultura, un 8 de agosto, siempre recordado. La obra de Ciriaco no era más que un reflejo de la preocupación constante de la Iglesia de Roma.
Como se lo agradece el obispo Dionisio de Corinto, a fines del siglo II: «Tenéis la costumbre y tradición, ininterrumpida desde el principio mismo del Cristianismo, de que ayudáis con toda clase de socorros a los hermanos; y proveéis de toda clase de recursos a innumerables iglesias, esparcidas por cada una de las ciudades, cuando están en necesidad. Y de este modo aliviáis la indigencia de muchísimos; y a los hermanos condenados en las minas les suministráis lo necesario.
Y esta costumbre, vuestra bienaventurado obispo Sotero no sólo la guarda, sino que la ha ampliado; suministrando abundantemente recursos a los santos, y aun socorriendo a los que llegan a ésa desde lejos; sin que, como padre cariñoso, a la vez los deje de consolar con santas exhortaciones”
San Eutiquio de Alejandría, subdiácono y mártir. 26 de marzo.
Egipto, siglo IV (356) Conmemoración de la pasión de san Eutiquio, subdiácono alejandrino, que en tiempo del emperador Constancio, y bajo el obispo arriano Jorge, murió por la fe católica.
Cuando se critica (con buenos motivos en muchos casos) el «giro constantiniano», por el cual la Iglesia, especialmente en el Oriente, queda ligada al poder imperial, no debe omitirse que esto fue también fuente de sufrimiento para la fe, y que las cosas, antes como ahora, no fueron fáciles para aquellos que querían mantenerse en la fidelidad esencial al Evangelio. Al respecto es muy aleccionador todo el período que tuvo como centro al campeón de la fe nicena, san Atanasio, no menos protegido por los emperadores cuando creían que podía convenirles, cuanto fustigado y duramente perseguido por ellos mismos. En uno de sus varios exilios, fue nombrado para sustituirle en la sede de Alejandría el obispo arriano Jorge, de tan injusta actuación, que ni siquiera sostenido por el emperador pudo permanecer en el cargo por demasiado tiempo.
Ya celebramos hace unos días a los mártires de Alejandría que provocó el sucesor arriano de Atanasio en el exilio anterior del gran obispo; en este caso, la llegada del obispo Jorge en el año 356 provocó una nueva «purga» de los partidarios de Atanasio, esta vez con una violencia aun mayor. Conocemos algunos episodios de esta persecusión gracias, precisamente, a la obra «Historia de los Arrianos», del propio Atanasio. En el capítulo 60 nos cuenta:
«Imitando las salvajes prácticas de los Escitas, se apoderaron del subdiácono Eutiquio, un hombre que había servido honorablemente a la Iglesia, y habiéndole causado heridas en la espalda con un látigo de cuero, casi al punto de muerte, lo obligaron a marchar hacia las minas; y no a cualquier mina, sino a las de Phano, que incluso para los asesinos condenados a muerte son tan duras, que no resisten muchos días. Y cuánto sería de irracional su conducta, que no permitieron ni siquiera que pasaran unas horas antes de que pudiera vestirse, sino que lo enviaron inmediatamente, diciendo: «si lo conseguimos, todos los demás hombres nos temerán, y se pasarán a nuestro partido». Después de un breve intervalo, sin embargo, le fue imposible continuar el viaje hacia la mina a causa de sus heridas, y murió en el camino. Pereció alegre de haber merecido la gloria del martirio.»
San Cirilo de Heliópolis, mártir. 28 de marzo.
Durante el reinado del emperador Constantino, Los cristianos demolieron templos e imágenes paganas, convirtiendo a muchos a la fe cristiana. Al hacer esto, se granjearon el resentimiento de la población pagana, que, sin embargo, no pudieron vengarse mientras el emperador simpatizara con los cristianos. Su oportunidad llegó cuando Juliano el Apóstata ocupó el trono y proclamó que todos aquellos que hubieran destruido templos paganos deberían reconstruirlos o pagar una fuerte multa.
San Cirilo era diácono de Heliópolis, ciudad cercana al Líbano. Al advenimiento de Juliano, los paganos se lanzaron contra él y le dieron muerte, desgarrándole el vientre y, según se cuenta, devorándole el hígado.
San Benjamín de Argol, mártir. 31 de marzo.
Fue llevado preso por predicar en Persia en contra del culto de Mazda. Cuando se negó a dejar de propagar la fe cristiana, fue torturado y empalado en 421.
San Benjamín, mártir, 31 de marzo.
En el lugar de Argol, en Persia, san Benjamín, diácono, que al predicar insistentemente la palabra de Dios, consumó su martirio con cañas agudas entre sus uñas, en tiempo del rey Vararane V (c. 420). Etimológicamente: Benjamín: Aquel que es el último nacido o Hijo de dicha, es de origen hebreo. El rey Yezdigerd, hijo de Sapor II puso fin a la cruel persecución de los cristianos que había sido llevado al cabo en Persia durante el reinado de su padre. Sin embargo, el obispo Abdas con un celo mal entendido incendio el Pireo o templo del fuego, principal objeto del culto de los persas. El rey amenazó con destruir todas las iglesias de los cristianos, a menos que el obispo reconstruyera el templo, pero éste se rehusó a hacerlo; el rey lo mandó a matar e inició una persecución general que duró 40 años. Uno de los primeros mártires fue Benjamín, diácono. Después de que fuera golpeado, estuvo encarcelado durante un año. Benjamín era un joven de un gran celo apostólico en bien de los demás. Hablaba con fluida elocuencia.
Incluso había logrado muchas conversiones entre los sacerdotes de Zaratustra. Los meses que pasó en la cárcel le sirvieron para pensar, orar, meditar y escribir. En estas circunstancias llegó a la ciudad un embajador del emperador bizantino y lo puso en libertad. Y le dijo el rey Yezdigerd: «Te digo que tú no has tenido culpa alguna en el incendio del templo y no tienes que lamentarte de nada». ¿No me harán nada los magos?, preguntó el rey al embajador. No, tranquilo. No convertirá a nadie, añadió el embajador. Sin embargo, desde que lo pusieron en libertad, Benjamín comenzó con mayor brío e ímpetu su trabajo apostólico y convirtió a muchos magos haciéndoles ver que algún día brillará en sus ojos y en su alma la luz verdadera. De no ser así –decía – yo mismo sufriré el castigo que el Señor reserva a los seguidores que no sacan a relucir los talentos que él les ha dado. Esta vez no quiso intervenir el embajador. Pero poco después, el rey lo encarceló de nuevo y mandó que le dieran castigos hasta la muerte,siendo luego decapitado Murió alrededor del año 420.