San Esteban, Diácono y Protomártir

 

Crónica breve de un fraternal encuentro de diáconos en Sevilla

 

Diác. Alberto Álvarez Pérez

Referente Diocesano del CIDAL en Sevilla, España

Sevilla, 4 de enero de 2010

 

Todos los días 26 de diciembre de cada año, el calendario cristiano incluye el nombre de San Esteban, ejemplo de protomártir, porque tuvo el honor de ser el primer mártir que derramó su sangre por proclamar su fe en Jesucristo. De origen judío y su nombre tiene un significado muy esclarecedor “coronado” y es patrono de los Talladores de piedra. Se desconoce por completo los motivos de su conversión al cristianismo, si bien la Biblia se refiere a él por primera vez en los Hechos de los Apóstoles, donde aquella primera comunidad creció de forma acelerada y precisaba, para prestar mejor servicios a los pobres, de siete ministros de la caridad llamados diáconos, que significa "servidor".

Esteban hablaba de Jesucristo con un espíritu tan sabio que ganaba los corazones y los enemigos de la fe no podían hacerle frente. En uno de los discursos, San Esteban demostró (Hechos 7, 2-53) que Abraham había dado testimonio y recibido los mayores favores de Dios en tierra extranjera; que a Moisés se le mandó hacer un tabernáculo, pero se le vaticinó también una nueva ley y el advenimiento de un Mesías; que Salomón construyó el templo, pero nunca imaginó que Dios quedase encerrado en casas hechas por manos de hombres. Afirmó que tanto el Templo como las leyes de Moisés eran temporales y transitorias y debían ceder el lugar a otras instituciones mejores, establecidas por Dios mismo al enviar al mundo al Mesías.

Demostró no haber blasfemado contra Dios, ni contra Moisés, ni contra la ley o el templo; Confrontó a sus acusadores y los corazones de éstos se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él. Pero San Esteban, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios.» Entonces, los demandantes, gritando fuertemente, se taparon sus oídos y se precipitaron todos sobre él; le echaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearle, poniendo sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo. Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y diciendo esto, se durmió. Saulo aprobaba su muerte. La violencia contra Esteban se propagó contra toda la Iglesia (Hch 8,1-3) Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Los restos de Esteban fueron encontrados por el sacerdote Luciano en Gamala de Palestina, en diciembre del año 415. El hallazgo suscitó gran conmoción en el mundo cristiano. Las reliquias se distribuyeron por todo el mundo, lo cual contribuyó a propagar el culto de San Esteban, obrando Dios numerosos milagros por la intercesión del protomártir.

La fiesta de San Esteban siempre fue celebrada inmediatamente después de la Navidad para que, siendo el protomártir, fuese lo más cercano a la manifestación del Hijo de Dios. Antiguamente se celebraba una segunda fiesta de San Esteban el 3 de agosto, para conmemorar el descubrimiento de sus reliquias, pero por un Motu Propio de Juan XXIII, fechado el 25 de julio, de 1960, esta segunda fiesta fue suprimida del Calendario Romano.

Podríamos decir con plena seguridad, que San Esteban es el más representativo de un grupo de siete compañeros. La tradición ve en este grupo el germen del futuro ministerio de los «diáconos», si bien hay que destacar que esta denominación no está presente en el libro de los «Hechos de los Apóstoles». La importancia de Esteban, en todo caso, queda clara por el hecho de que Lucas, en este importante libro, le dedica dos capítulos enteros.

Personalmente tengo una devoción especial por este santo, que lo inicié a través del mundo de las hermandades. Y cuando tuve la ocasión de ser llamado por Dios para pertenecer a esa gran comunidad cristiana y clerical que es el diaconado, asistí en primera persona al gesto de la imposición de las manos (entre otros gestos litúrgicos) los  cuales todos poseen un especial significado, en la línea de un signo sacramental. En el caso de Esteban y sus compañeros se trata ciertamente de la transmisión oficial, por parte de los apóstoles, de un encargo y al mismo tiempo de la imploración de una gracia para ejercerlo.

La historia de Esteban nos dice mucho en el mundo de los diáconos. Por ejemplo, nos enseña que no hay que disociar nunca el compromiso social de la caridad del anuncio valiente de la fe. San Esteban era uno de los siete que estaban encargados sobre todo de la caridad y de este modo, con la caridad, anuncia a Cristo crucificado, hasta el punto de aceptar incluso el martirio. Esta es la primera lección que podemos aprender de la figura de san Esteban: que caridad y anuncio van siempre unidas.

Una idea puntal sobre el santo varón descripta más arriba, es el referente de nuestra comunidad diaconal. Y en la festividad onomástica de dicho mártir, el pasado día 26 de Diciembre gran parte de nuestros hermanos en la diaconía (otro año más) fuimos invitados a participar en una solemne misa en rito hispano-mozárabe, en la diócesis de Sevilla, donde hubo una gran y sentida participación; ceremonia llena de intensa espiritualidad y también repleta de originalidad en su contexto litúrgico. En la homilía, ofrecida brillantemente por el querido Rector de la Iglesia de San Esteban, de Sevilla (España), reverendo don José Robles Gómez, nos hizo reflexionar a todos los presentes sobre el tiempo navideño, y dentro de este período por la caridad como una apuesta por la vida. Nos recordó las palabras de Juan Pablo II en la Evangelium vitae que “en cada comunidad cristiana, con iniciativas extraordinarias y con la oración habitual, se eleve una súplica apasionada a Dios, creador y amante de la vida”. Aquellas palabras nos hicieron, creo que sobre todo a los diáconos presentes, identificarnos con más fuerza con Jesucristo.

Como reflexión personal, puedo decir con toda claridad, sin caer en la fría pedantería, que cada vez que cavo en el terreno de la diaconía, sale la riqueza como si fuese una mina de oro; pero naturalmente para que esta riqueza pueda seguir creciendo de forma continuada hace falta mucho agua, y sin lugar a dudas la mejor fuente está en Jesucristo.

Aquel encuentro fraternal, formando una piña entre fieles,  diáconos y sacerdotes, finalizó con un sabroso ágape, ofrecido por la Hermandad que lleva el mismo nombre del santo mártir, mientras en el exterior del local eclesial se mantenía un intenso frío invernal.

Estas líneas las deseo terminar con alegría, manifestando aquello de que “el Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace
recostar. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque su vara y su cayado me sostienen”. En definitiva, pasamos una feliz jornada.

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