“Hoy comienzas Héctor esta nueva vida con el diaconado permanente”
Así expresó el obispo Fernández en la homilía de anoche durante la misa en la parroquia San Cayetano con motivo de la ordenación diaconal de Héctor Gaitán. “Predicarás lo que escucharás en tu corazón y que el Espíritu tu irá diciendo”, agregó.
El obispo Luis Alberto Fernández presidió anoche la misa de ordenación diaconal de Héctor Gaitán como diácono permanente en la parroquia San Cayetano, ubicada en el barrio Amancay de nuestra ciudad. A continuación se transcribe la homilía pronunciada por el obispo diocesano:
La vocación diaconal no nace de la “nada”, ni tiene su origen en las realidades de este mundo, ni aún en sus necesidades. Tampoco es algo “mágico”, ni nace por el “mérito o cualidades humanas”. Tiene su origen en el misterioso amor infinito y misericordioso de Dios.
Nos acaba de narrar la palabra de Dios en la primera lectura la vocación del profeta Jeremías: “Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes que salieras del seno, yo te había consagrado”.
Es Dios mismo el que ha tomado la iniciativa, el Señor de la historia, en quien todo tiene su origen, el que existe desde siempre, desde donde se desprendió y tiene su origen toda existencia.
Es allí, en la misericordia del Padre, que tiene su principio este llamado al diaconado permanente, esa ternura y bondad de Dios, es el origen y que en Cristo su Hijo, ha elegido, llamado Héctor Gaitán. Continuaba el texto bíblico diciendo: “Te constituí profeta para las naciones”.
No es un llamado “autorreferencial” para uno mismo, sino para “servir”. Se le entrega el orden sagrado del diaconado para ayudar a los demás. El “servicio” es su ser, porque participará desde ahora del “ser”, del mismo Cristo, enviado al mundo para “servir a la humanidad”, entregando su vida por todos nosotros. Esto es lo que te distinguirá en adelante, no es un “delibery” lo recibido, ni se te encomienda un mero trabajo pastoral en la Iglesia. Serás presencia en medio del pueblo de Dios de la ministerialidad diaconal de Cristo servidor de los hombres.
Por eso ante tan profundo “llamado” del mismo Dios, asombró en la escritura proclamada, antes que nada la “libertad”, que ofrece Dios a quien llama, como hemos escuchado, posibilitando el diálogo, la comunión. Dios nunca impone, no atropella, ni avasalla a la creatura humana. Todo llamado es una respuesta libre, que se realiza en el horizonte, que hace el “encuentro y la cercanía”, de un Padre Dios, abierto a la escucha de sus hijos.
Es verdad que ante la cercanía de lo trascendente e inmutable todopoderoso, Creador de cielo y Tierra, aparezca la “pequeñez y nuestra vulnerabilidad”, ante la conciencia de tanta distancia y tiempo de infinitud, de Quien es presencia amorosa y eterna, por eso salió naturalmente de la respuesta de la boca del profeta: “Señor mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven” (“Mil años ante Dios, son como el día de ayer que pasó”).
Pero no es un diálogo entre desconocidos, de separaciones oscuras y anegadas, ni entre callados y misteriosos principios sin vida, ni de pensamientos que aunque brillantes, pueden estar escritos en tablas de piedra, o en grandes imprentas y hasta en tablet e Instagram, sino que es un hijo que le responde a su Padre, desde la misma ternura emotiva creada a su imagen.
“Irás donde Yo te envíe “. Te anima, te envía comunicándote una misión. No serán tus capacidades y méritos los que van a construir esta nueva vida que hoy comienzas Héctor con el diaconado permanente. Predicarás lo que escucharás en tu corazón y que el Espíritu tu irá diciendo, para que alimentes al pueblo de Dios, entregando esa fuente de agua pura que es la palabra de Dios, que sacia dando sentido a la vida, fortaleciéndola y ayudando a salir del individualismo, que aleja de la fraternidad y bondad entre los hermanos.
Pero recuerda que Dios con la imposición de las manos, te hace diácono para acompañar, ayudar y guiar a tus hermanos: “Yo estoy contigo para librarte”. “El Señor extendió su mano y tocó mi boca”.
“Yo pongo mis palabras en tu boca”, dijo El Señor. Ahora El Señor te envía, como hemos escuchado en la segunda lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles, y envió a Felipe, en los primeros tiempos del cristianismo.
A vos te toca querido Héctor en estos tiempos del comienzo de este tercer milenio de la vida de la Iglesia, en esta ciudad de Rafaela, y en esta comunidad de San Cayetano.
Como diácono para bautizar y predicar, para acompañar y bendecir los matrimonios, también fundamentalmente para acompañar la Cáritas Diocesana. Como el apóstol Felipe, ponete siempre cerca de la gente, sirviendo con amor al pueblo de Dios.
Aquí en esta parroquia de San Cayetano, vas conociendo lo bello y hermoso de la religiosidad popular, caminando junto al párroco y el diácono, caminando junto a tantos que agradecen y otros que buscan trabajo, techo y pan, serás instrumento de la providencia de Dios, sirviendo.
No olvides que la familia sigue conformando tu ser primordial por el sacramento del matrimonio, por eso con tu esposa, hijos, padres y hermanos, es donde empieza la primera caridad y servicio.
Así como nos decía el evangelio recién, con “las lámparas encendidas”, es decir con ánimo y ganas, llevados por el Espíritu, esperemos todos, el regreso del Señor. “Les aseguro -dijo Jesús en el evangelio- que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos”. Este es el ser de Cristo, es su vida, y o por un rato, o según vaya la vida, sino eternamente, el servicio es su existencia, es el diácono del Padre, para servir a la humanidad siempre.
Nuestro querido patrono San Cayetano, san José Obrero y la santísima Virgen de Guadalupe, todos humildes y sencillos servidores, te acompañen en esta vocación del diaconado permanente que hoy recibís.