“Me entristece que me digan que soy el único diácono permanente de la diócesis”

Un relato de la vida del Diác. Ángel Alberto Lasala y de Stella Maris Costas, su esposa

 

Revista Nuevas Fronteras, n. 1, agosto de 2011

Del Obispado de Cruz del Eje, Córdoba, Argentina

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Damos gracias a Dios que desde nuestra infancia hayamos sido formados y guiados en la fe cristiana. Ser parte activa de la Santa Iglesia Católica es algo que nuestras familias nos inculcaron desde nuestra niñez. Tanto yo, Ángel Alberto Lasala, como mi esposa Stella Maris Costas somos miembros de familias que vivieron y viven un verdadero compromiso cristiano.

 

Yo tengo 56 años y Stella 54. Llevamos 32 años de matrimonio, y como fruto de tanto amor nacieron 6 hijos: Ma. Elisa (30), Ana Laura (28), Cecilia Luján (26), Agustín Enrique (24), Pablo Andrés (18), Santiago (16).

 

Llegamos a esta Diócesis a mediados de 1987. Lo primero que hicimos fue acercarnos al P. Daniel Dalio, párroco de Inmaculada Concepción de San Carlos Minas. Nosotros vivíamos en el Departamento a 35 km. en la localidad de Guasapampa. Desde allí comenzó nuestra relación con el párroco y con Mons. Omar Félix Colomé. En esos Parajes serranos la gente es buenísima y aceptaron de muy buen gusto que un laico y su familia los animaran en sus vivencias cristianas. Fuimos parte activa de Fiestas Patronales, Confirmaciones, Comuniones, tanto en nuestro Pueblo como en localidades vecinas: La Playa, Ciénaga del Coro, La Argentina, Tosno y hasta en el mismo San Carlos Mina.

En 1991, después de haber participado en Asambleas Diocesanas y en distintas actividades parroquiales (Peregrinaciones de San Carlos Mina a Ciénaga del Coro, 37 km de montaña, en 12 horas de caminata, durante cuatro años) Mons. Omar nos propone que como padre y esposo me empezara a preparar como candidato al diaconado permanente. La decisión fue positiva aunque debíamos entendernos y acompañarnos entre los dos porque nuestros hijos eran pequeños. En mayo de 1993 fuimos instituidos lectores junto a un fabuloso dirigente cristiano como Carlos Freisz. Juntos también llegamos al Acolitado a fines de 1995. El 19 de diciembre de 1997 Mons. Omar Félix Colomé me ordenó Diácono Permanente. Todo significó una enorme alegría y el gozo cristiano de que desde una pequeña comunidad (Ambul) surgía una vocación a tan importante Ministerio para nuestra Iglesia Diocesana. Aquel día quedará grabado para siempre en nuestro recuerdo como familia porque junto a nosotros estuvieron entrañables amigos que sentían la misma felicidad que nosotros y el desafío de trabajar en la Nueva Evangelización Diocesana.

 

El hecho de la ordenación y la realidad laboral nos habían llevado a mudarnos de aquellos preciosos pueblitos serranos a la Pampa de Pocho. Otra realidad, otro entorno, pero la misma Iglesia Diocesana. Comunidades que se fueron abriendo “de a poquito” a que un varón casado y padre de seis hijos tuviese que presidir bautismos, casamientos, exequias y celebraciones dominicales en “espera del sacerdote”. Tuvimos el regalo de Dios de poder trabajar como familia en la vida y crecimiento de nuestra Comunidad. En febrero de 1999 Mons. Omar nos propone ir a vivir como administradores de la Casa Misión “Madre Rosaura”, en Arroyo de los Patos. Si bien era un nuevo traslado y una nueva mudanza significó que pudiéramos estar más cerca de la actividad Pastoral de las Parroquias de Ntra. Sra. del Tránsito y de Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro. Tanto el párroco de Va. Cura Brochero como el Administrador Parroquial de Mina Clavero, el P.  Guillermo Gómez nos acompañaron de tal forma que hicieron que nuestra familia se sintiera totalmente identificada con la labor del Diácono. Estos dos sacerdotes, el párroco de Brochero y el P. Gómez se transformaron en verdaderos amigos de nuestros hijos y en momentos en que la realidad nos apretó muy firmemente (nuestra hija mayor enferma de cáncer) fueron ellos los que nos socorrieron e hicieron que mi diaconado tomara una dimensión muy especial. Como matrimonio le damos gracias a Dios por tan hermosa realidad de hermanos en Cristo.

 

La tarea de un diácono permanente no es distinta a la de cualquier otro cristiano; o cualquier agente de Pastoral que sienta el ardor misionero de hacerlo presente a Jesús en todas partes.

 

ANGEL: mi experiencia personal es la de que en todas partes y en todo lugar siempre hay gente necesitada del amor de Dios. Hacerlo presente a Jesús no ha sido solamente la acción de la administración de ciertos sacramentos. La satisfacción más grande ha sido el poder ser tenido en cuenta como persona que hace presente el concepto cristiano de cada cosa o actividad. En reiteradas oportunidades y aún en medio de trabajos propios de la realidad temporal, se me ha permitido expresar mis criterios y eso me ha provocado gran satisfacción espiritual. En muchas ocasiones han sacudido con fuerza mi corazón y mi mente las palabras de Jesús en el Evangelio. De san Mateo: “Vayan y hagan que todos me conozcan…” Y también la fuerte expresión de san Pablo: “…me hago todo con todos para salvarlos a todos…” Como cristianos católicos tenemos una amplísima acción evangelizadora comenzando desde la propia santificación. La oración vivida en familia me ha ayudado siempre a poder realizar aquellas tareas que serían casi imposibles. Sobre todo en los diez primeros años de mi diaconado permanente donde la exigencia vivida junto al párroco de Villa Cura Brochero y al P. Guillermo, en Mina Clavero, me llevaron a una actividad Pastoral muy activa y participativa tanto sacramental como socialmente. Siempre me entristeció mucho el hecho de que alguien diga: “es el único diácono permanente de la diócesis”… Sonaba más a “caso raro” que a verdadera misión eclesial. Con la llegada de Mons. Santiago el Diaconado ha tomado la dimensión que se merece y hoy son muchos los hermanos que están a punto de aumentar y dimensionar mejor este servicio de la Iglesia a todos lo más necesitados.

 

STELLA: no fue fácil para mí el aceptar el diaconado permanente para mi esposo. Ya habíamos tenido una experiencia en Chacabuco (Prov. Bs As) y a mí no me había gustado mucho. Pero en aquel momento éramos muy jóvenes. Cuando Mons. Omar nos lo propuso me pareció que ese sí era el tiempo oportuno. El Diaconado es una gracia sacramental que exige mucho más amor en el matrimonio porque es el compartir el amor de esposos y el amor a la Comunidad. Para mi vida de esposa de diácono permanente y mamá de hijos de diáconos permanentes, tomé el ejemplo de san José: aún sin entender, guardar silencio, orar y acompañar aún hasta las lágrimas.

 

Ángel es muy activo, exagerado y desmedido en su accionar. Muchas veces no compartía sus decisiones de actuar sin consultarme, pero al amor a la Santa Iglesia me llevó siempre a aceptar con mansedumbre cristiana aquello que como mujer me costaba.

 

En muchos casos tuve que hacerles entender a nuestros hijos que esa dificultad o esa situación casi incomprensible era resultado de ser la familia del diácono. Tenemos seis hijos fenomenales que en todo momento entendieron y aceptaron la misión del diácono permanente, pero que aún hasta el día de hoy hay que acompañarlos y entenderles algunos interrogantes que se les plantean. Algunos de nuestros hijos ya son profesionales pero los dos más chicos están aún en la adolescencia y como mamá y esposa necesito del compartir con Ángel las decisiones y tareas que eso exige. Soy hija y nieta de familias muy católicas, es más tengo dos tíos sacerdotes y mi abuela fue la Presidenta Diocesana de la Obra de las Vocaciones Sacerdotales,
pero solo yo sé lo exigente que es ser la esposa de un diácono permanente. Lo he aceptado por el gran amor que tengo a Cristo y a su Santa Iglesia. Pero necesito diariamente ofrecer mis oraciones al Señor para poder acompañar a mi esposo en su ministerio.

 

Tal vez esta decisión de Mons. Santiago de ordenar nuevos diáconos nos permita armar u organizar una verdadera Comunidad Diaconal, donde tanto esposas como hijos puedan ayudarse y acompañarse. La tarea no es sencilla porque exige mucho esfuerzo y renunciamiento, pero todo es posible cuando se lo pone en manos de Jesús.

 

Como familia cristiana ponemos bajo el manto de la Virgen María todo nuestro esfuerzo y dedicación para seguir agradándolo a Dios y poder ser instrumento de evangelización aún en medio de situaciones difíciles o adversas. Sentimos el compromiso de ser misioneros de Cristo en medio de un mundo que se deshace por odios y rivalidades.

 

Pedimos a Nuestro Señor Jesucristo y a su Santa Madre la Virgen María nos acompañen y fortalezcan para seguir siendo testigos de fe y santidad.

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