La figura del diácono cobra fuerza en la Diócesis de Albacete

Dolores Carcelén, laverdad.es

Albacete, España, 20 de mayo de 2012

 El albaceteño Juan José Fernández puede bautizar, casar, confirmar, leer el Evangelio o predicar con el beneplácito de la Diócesis y, sin embargo, está casado, tiene dos hijas y trabaja como profesor en el instituto Amparo Sanz. Aún hay feligreses que cuando lo ven paseando con su mujer se echan las manos a la cabeza o quienes callan por no preguntar, ya que temen la respuesta. También choca encontrárselo en el instituto y luego verlo en el púlpito. Sin embargo, su caso no es, ni mucho menos, inédito y tiene la más verosímil de las explicaciones. No es un sacerdote, aunque la vocación esté ahí, es un diácono permanente, el tercer escalón después del obispo y el cura. Y no es el único.

 

 El mes pasado se ordenaba en Hellín Juan Carlos Guerra, antes lo hacía también un vecino de Munera y en 2009 daba este paso en la Parroquia de Franciscanos de Albacete Joaquín Herrera, quien, además de padre, tiene seis nietos. Pero hay siete más repartidos por toda la provincia. De ellos, el primero en dar el paso fue, en el año 1986, Antonio Ródenas. A partir de 1991 se ordenarían José Serrano, José Lozano, Emiliano García, Francisco José Gaspar, Antonio Javier Mendoza y Enrique Javier Sánchez.

Motivaciones

 Aunque hoy sean un pilar más de la Iglesia en Albacete, los diáconos permanentes no han surgido como una figura que supliera la falta de vocaciones o el envejecimiento del clero albaceteño. Se trata de un cargo presente en la iglesia primitiva que recuperó el Concilio Vaticano II. La fórmula es sencilla, pero el día a día requiere un sacrificio que debe apoyar toda la familia. «Pueden ser diáconos permanentes aquellos hombres casados, mayores de 35 años, con cinco años al menos de matrimonio estable, que han dado testimonio cristiano en la educación de los hijos, en la vida familiar, profesional, social y eclesial, y que han completado la formación teológica», así lo explicaba a este diario Juan José Fernández quien, además de diácono, es asesor de formación en el Obispado de Albacete.

 Él aclaraba que el diácono en realidad puede asumir el papel del sacerdote en todo menos en la confesión y unción de enfermos. Está autorizado a celebrar sacramentos como el bautismo, la comunión, la confirmación o el matrimonio y, aunque no pueda dar la extremaunción, sí que celebra las exequias, es decir, el entierro sin misa. De hecho, el verano pasado lo pasaron la mayoría de ellos en el cementerio.

 No hay que olvidar, como señalaba este católico, que los sacerdotes del rito romano no se pueden casar, pero, sin embargo, los del rito oriental, de los que hay un caso en Villarrobledo, sí que pueden compaginar ambos papeles. El caso es que se trata de una tercera vía, un tercer escalón para servir a Dios dentro de la Iglesia Católica que cada vez tiene más adeptos.

 Así, en estos momentos, la provincia de Albacete cuenta con tres diáconos en formación. «No nos llaman porque falten vocaciones. Es una iniciativa de personas comprometidas que trabajan dentro de las parroquias», puntualizaba Juan José Fernández, que se ordenó en el año 2008.

 El diácono, al que ordena el propio obispo, tiene que dedicar entre tres y cinco años a formarse en el Instituto Teológico en Ciencias Religiosas. No cobra sueldo alguno y se distingue del sacerdote en la misa en que lleva la estola cruzada, aunque con los mismos colores.

La esposa

Otro requisito imprescindible es el permiso de la esposa. La mujer del futuro diácono tiene que estar conforme y no solo de palabra. Debe firmar una autorización porque ella será quien asuma las cargas familiares mientras que su marido atiende sus obligaciones como cargo eclesiástico. No es una responsabilidad sencilla. Requiere sacrificar tiempo con la familia y no es fácil explicar a los hijos ciertas circunstancias cuando son pequeños. «A mi hija le dicen que si su padre es cura y la verdad es que me han pasado cosas graciosas en la calle; se han llevado más de un susto al verme», comentaba este diácono, al tiempo que insistía en que todo el esfuerzo merece la pena.

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