Lic. Montserrat Martínez Deschamps
Referente Diocesana del CIDAL en Barcelona, España
Reggio Emilia, Italia, 16 de enero de 2010
El sábado 16 de enero tuvo lugar en Reggio Emilia una Jornada de recuerdo y homenaje del presbítero Don Alberto Altana (1921-1999), en el décimo aniversario de su muerte. La vida de Don Alberto estuvo totalmente consagrada al servicio de la Iglesia, en especial de los más pobres. Sus palabras “La contemplación de Jesús siervo, casto, pobre y obediente, genera en nosotros amor y deseo de imitación”, marcan su vida y su ministerio: de una parte, Don Alberto realizó una gran labor en el Instituto Secular “Siervos de la Iglesia”, fundado por Don Dino Torregiani; por otra, trabajó mucho por la promoción del diaconado en Italia, fundó la asociación “Comunidad del diaconado en Italia”, y colaboró varios años con el Centro Internacional del Diaconado.
Mi esposo, el diácono Aurelio Ortín, de Barcelona, ordenado el año 1981, tuvo ocasión de conocerle y colaborar con él en distintas ocasiones. La “Comunidad del diaconado en Italia” invitó a Aurelio para participar en esta Jornada de recuerdo del estimado Don Alberto Altana, y dar su testimonio. Él no pudo estar presente, pero pude asistir yo y transmitir su mensaje.
Conocimos a Don Alberto a principios de los años ochenta, en uno de los Encuentros nacionales de diáconos italianos que se celebraron en Assisi y al que tuve la oportunidad de asistir junto a mis hijos pequeños y a mi esposo. La acogida y la afabilidad de Don Alberto, de Lorenzo Tagliaferri y de cuantos diáconos y esposas conocimos aquellos días nos ayudaron a entender y vivir la dimensión eclesial supradiocesana y supranacional del ministerio diaconal.
Pocos años después, a mediados del mes de noviembre de 1983, Don Alberto vino a Barcelona, invitado por el arzobispo, el cardenal Narcís Jubany, que había sido el gran impulsor de la implantación del diaconado renovado, no sólo en la archidiócesis de Barcelona sino en el conjunto de las diócesis españolas. El día 15 a mediodía, Don Alberto tuvo un primer contacto con el cardenal, por la tarde habló al Consejo de gobierno de la diócesis y al atardecer se reunió con los nueve diáconos permanentes que entonces había en Barcelona. A continuación, con algunos de ellos y sus esposas, entre las que yo misma me encontraba, tuvimos una cena de fraternidad. En la mañana del día siguiente pronunció una conferencia en la Facultad de Teología de Catalunya y por la tarde se reunió con los miembros de la Comisión diocesana para el diaconado permanente. El día 17, finalmente, visitó el monasterio de Santa María de Montserrat, la patrona de Catalunya, y tuvo un encuentro con los candidatos al diaconado, con la asistencia también del cardenal arzobispo. Ese mismo día, el último de su estancia en Barcelona, el periódico “La Vanguardia” publicó una crónica de su estancia y una entrevista con él.
En esos días en Barcelona, Don Alberto, en sus conferencias y en los diversos contactos que mantuvo, expuso las líneas básicas de la teología del ministerio diaconal y de la práctica pastoral que en aquel momento se realizaba en Italia para promoverlo, instaurarlo y consolidarlo. Don Alberto afirmó que el presbiterado y el diaconado son los dos brazos del obispo y que, sin el diaconado, el primer brazo, el presbiteral, sufre una hipertrofia perjudicial para el Pueblo de Dios. Insistió en que los diáconos han de ser signos y sacramento del Cristo Señor que se ha querido hacer Servidor de todos y que han de recordar constantemente a los fieles en general y también a los otros ministros ordenados, obispos y presbíteros, la vocación al servicio humilde que es propio de todos los cristianos. Y habló también de la importancia que puede tener el trabajo de los diáconos, insertos plenamente en el mundo, para hacer nacer la Iglesia allí donde todavía no está implantada: en las barriadas nuevas, en los sectores descristianizados de nuestra sociedad, etc.
Años después, el verano de 1988, en un nuevo viaje a Italia con la familia, pudimos visitar a Don Alberto en su casa de Reggio Emilia. Nos acogió con afecto y pudimos ver la sencillez con que vivía y cómo acogía a tantos hermanos necesitados; pudimos entender mejor la vocación cristiana y sacerdotal de Don Alberto y cómo, a partir de ella, él entendía seguramente de forma más profunda la gracia que el Espíritu de Dios había hecho a su Iglesia con la renovación del ministerio diaconal, para mostrar que en el servicio humilde a Dios y a los hermanos está la clave para entender el amor misericordioso y salvífico del mismo Dios.
Para mí, como esposa de diácono, la figura de Don Alberto es especialmente importante: siendo Aurelio todavía candidato, Don Alberto me hizo comprender que la vocación de mi esposo era una opción de vida de ambos y que esta vida compartida futura teníamos que ponerla al servicio de los demás, en especial de los más necesitados.
Recordamos algunas de las enseñanzas de Don Alberto, que siguen iluminando nuestro camino de servicio y nuestra esperanza:
- “La Iglesia cumple con mayor eficacia su misión de salvación, en la medida en que se realiza como amor y, por tanto, como “comunión-servicio-testimonio”.
- “La gracia del diaconado se ha de considerar como una energía espiritual estrechamente unida al camino de la renovación eclesial, sobre todo por lo que se refiere a la diaconía, es decir, a la vocación de toda la Iglesia al servicio.”
- “La diaconía es la actitud espiritual, conforme a la de Cristo, que se ha de hacer presente, no en uno solo sino en todos los ámbitos de ejercicio del ministerio: el ámbito del anuncio de la Palabra, el ámbito de la Liturgia y el ámbito de las obras de caridad.”
- “El diácono participa del ministerio del obispo, subrayando la representación de Cristo como Siervo y, por eso, él es llamado sobre todo a ser consagrado al servicio y a animar el espíritu de servicio en toda la Iglesia: en todos los cristianos y en todos los ministerios, incluidos el de los obispos y el de los presbíteros.”
- “Así, en una Iglesia donde todos son llamados a ser servidores, los diáconos son como un signo sacramental del servicio de Cristo y de la vocación de todos los cristianos a configurarse a Él.”
- “Desde el momento en que el servicio cristiano implica compartir, una elección preferencial por los más pobres se traduce en una elección de pobreza efectiva, ya sea como personas, ya sea sobre todo como Iglesia.”
- “La presencia de los diáconos y de sus familias puede ayudar ta
mbién a los presbíteros a salir del aislamiento y a favorecer su inserción en la comunión.”
- “Los mismos diáconos se dan cuenta que, después de la ordenación, su vida ha cambiado totalmente. Su servicio ya no es un voluntariado facultativo y revocable, sino una consagración que implica la plena donación de la propia vida y, por tanto, la hace fecunda en particulares gracias del Espíritu Santo.”
Nuestro testimonio de Don Alberto acaba agradeciéndole su labor en la promoción del diaconado y su contribución a la fundación y consolidación de la “Comunidad del diaconado en Italia”, donde fieles de toda condición, presbíteros y diáconos, esposas de diáconos, hombres y mujeres, trabajan en el esfuerzo común de profundizar en el significado del diaconado y de la diaconía en la vida eclesial, para que toda ella sea cada día, en medio de nuestra sociedad, mejor testimonio del Señor Jesús, que no vino a ser servido, sino a servir. Demos gracias a Dios por todo ello.
Creemos que Don Alberto está presente entre nosotros, no sólo porque hacemos memoria de él sino porque su espíritu nos acompaña y nos ayuda a discernir cuál ha de ser hoy nuestra respuesta en el servicio siempre fiel a la Iglesia.