Homilía de Mons. Santiago Olivera en Misa de ordenación diaconal

 

Mons. Santiago Olivera, Obispo de Cruz del Eje

Cruz del Eje, Córdoba, Argentina, 27 de noviembre de 2009

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Quisiera que todos tengamos en este día, al comenzar esta Eucaristía de Ordenación, una mirada agradecida por todo lo que vamos y fuimos recibiendo de Dios. Damos gracias por la vida de Juan y de Martha, por medio del encuentro y el amor de ellos Dios nos regaló la vida de David. Damos gracias por la vida de Vicente y Segunda por lo mismo Dios nos regaló la vida de Diego.

 

Damos gracias por la fe recibida. Damos gracias por la Iglesia, en particular por esta Iglesia concreta de Cruz del Eje, por el pueblo de Dios por sus ministros por la vida consagrada, por las comunidades parroquiales, por las misiones diocesanas.

 

Hoy, David y Diego se incardinan a la Iglesia Diocesana de Cruz del Eje, no es esto solo un vínculo jurídico. Pasan a tener con el obispo y con los sacerdotes y con este pueblo una relación nueva y honda. Esta es su Iglesia, la Iglesia católica que se hace concreta en la Iglesia particular, Iglesia que aman y debe amar más cada día.

 

Damos gracias por los distintos formadores que han acompañado la vida de David y de Diego, ayudándolos a formar su corazón como el Corazón del Buen Pastor. En la presencia del P. Alejandro Bótoli, hacemos presente el agradecimiento al seminario San Carlos Borromeo, de la Arquidiócesis de Rosario Damos gracias a Dios porque estos jóvenes han sabido escuchar al Señor que los miró con amor y los llamó a una mayor intimidad. Pudiendo renunciar a todo, por que el da todo.

Doy particularmente gracias a Dios porque me permite prolongar mi Ministerio Episcopal, y entregar de este modo al pueblo que se me ha confiado dos nuevos diáconos, servidores de Dios para su pueblo, caminando hacia el sacerdocio.

 

Y quisiera que con mucha fuerza podamos renovar nuestra acción de Gracias al Señor, por el regalo de su Madre. Hoy celebramos esta Misa en honor a  María, bajo la Advocación de la Medalla Milagrosa. Presencia de María, que nos habla una vez más de su cercanía materna. Toda advocación Mariana, todo Título de la Virgen no expresan más que la voluntad de ella de cumplir la misión recibida de su propio Hijo en la Cruz: Ser la Madre de todos. Madre que también como su Hijo, nos busca y nos invita con la ternura de madre a “hacer lo que Jesús nos dice”. Por eso se hace parte, se involucra en este  pueblo, es de nuestra raza, toma nuestro color y se mete en la historia invitándonos a poner nuestra confianza en Dios.

Concretamente en esta Advocación, que tiene su comienzo  en Francia, en el diálogo con una jóven novicia, Santa Catalina de Labouré en el año 1830, se nos vuelve a recordar que María derramará abundantes gracias a aquellos que la pidan con confianza y sencillez. Los rayos de la imagen son las Gracias dispuestas a ser derramadas con tal que las pidamos. Te pedimos Madre, en este día, por David y Diego, ¡hazlos fieles, hazlos santos!  Como dice la inscripción de la Medalla Milagrosa, a la se nos invita con confianza de hijos a expresar: “Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que acudimos a Ti”.

 

El texto del Evangelio que hemos proclamado y escuchado recién nos da la clave de lo que debe ser una vida cristiana, “estar dispuestos a vivir el proyecto de Dios en la propia vida”. Estar atentos con un oído agudo para escuchar la Palabra y ponerla en obra, estar dispuestos a servir conforme a la Palabra escuchada.

María sabe decir Si. Se lanza  decidida a la aventura de descubrir progresivamente el misterio de Dios. El “si” de la Virgen  María contiene el riesgo de lo inesperado ante la Palabra de Dios y la sumisión confiada a la voluntad de Dios. El ejemplo de María es una llamada a la conversión. Hay que cambiar el modo de ver. Ya todo camino personal queda pendiente frente al camino que el Señor propone. Ya nuestros proyectos quedan pendientes frente a la propuesta del Señor de seguir sus caminos.

Como María, debemos ser atentos escuchadores de la Palabra. El Diácono está llamado a proclamar la Escritura e instruir y exhortar al pueblo .Esto se expresa por la entrega del libro de los Evangelios. Pero será fecundo y eficaz si antes han rumiado y encarnado la Palabra.

 

David y Diego son llamados para ser mensajeros cualificados, creyendo lo que proclaman, enseñando lo que creen y viviendo lo que enseñan.

Una total disponibilidad al plan de Dios es la que hace fecunda a María. María es Servidora del Señor, discípula de su Hijo. Modelo de todos nosotros, que queremos ser discípulos de Jesús. Y por serlo, auténticos misioneros, anunciadores de la Buena Noticia. María, como madre de tantos, fortalece los vínculos fraternos entre todos, ayuda a que os discípulos del Señor tengamos la experiencia de ser familia de Dios. En María, nos encontramos con Cristo, con el Padre y el Espíritu Santo, como asimismo con los hermanos.

Hemos escuchado en el relato de los Hechos de los Apóstoles, la elección de los siete,  texto que explica probablemente el origen de la institución de los diáconos. Y este relato nos da pistas para entender  el espíritu de lo que debe ser la diaconía.

Los Apóstoles saben escuchar las quejas de algunos de los discípulos de la Iglesia de Jerusalén:   “faltaba atención a los huérfanos y a las viudas de la nueva comunidad, a los más pobres” de la comunidad  venidos fuera de Palestina y con influjo de la cultura griega. El Espíritu suscita este nuevo ministerio para responder a las necesidades. Los Apóstoles saben leer este signo y eligen siete hombres para servir las mesas, para el servicio. Pero no eligen a cualquiera, eligen hombres piadosos, religiosos, de buena fama, honestos, dueños de si. Ellos se dedicaran más a la predicación y a la oración. Ante la necesidad concreta que vive esta comunidad, el Señor suscita este nuevo ministerio. Han  elegido a hombres de fe, creyentes, por lo tanto hombres que saben leer más allá de historia concreta. No han elegido asistentes sociales, han elegido a los “ministros de la caridad” Es muy bueno que siempre tengamos en claro que en origen del orden, el  diácono debe ser y debe ocuparse de la caridad. Signo de la Iglesia servidora, conciencia permanente para todos nosotros. Ya que, los obispos y los sacerdotes, no dejamos de ser diáconos. La  Caridad que  se manifiesta en todo gesto de cercanía, con los que más necesitan con los excluidos con los que no cuentan para la sociedad. La llamada a la diaconía hoy nos pone en la dinámica del Buen Samaritano, que nos da el imperativo de hacernos prójimos, especialmente con el que sufre, y generar una sociedad sin excluidos, como nos recuerdan los Obispos de América Latina en Aparecida, Brasil. (DA 135).  ¿A quiénes no debemos descuidar? ¿Quiénes están pidiendo nuestra ayuda?

La tarea de ustedes será la de ser interprete de la ne
cesidades y de los deseos de las comunidades cristianas y animador del servicio o sea de la diaconía que es parte esencial de la misión de la Iglesia.

Los Diáconos hoy, serán el signo de la presencia de Jesús, que acompaña, sostiene y consuela. .  Son ministros del consuelo, allí donde hay dolor, el diácono en nombre de la Iglesia debe estar presente.

El diaconado es conferido por una efusión especial del Espíritu (ordenación), que realiza en quien la recibe una específica conformación con Cristo, Señor y Siervo de todos. La Constitución Dogmática “Lumen Gentium” del Concilio Vaticano II, precisa que la imposición de manos no es para la celebración como presidente de la Eucaristía  sino para el servicio. Lumen Gentium, traza la identidad teológica específica del diacono: él, como participación en el único ministerio eclesiástico, es en la Iglesia signo sacramental específico de Cristo siervo.

Consagrados por la imposición de manos, practicada desde el tiempo de los Apóstoles, y estrechamente unidos al altar, cumplirán el ministerio de la caridad en nombre del obispo o del párroco.  Nunca olviden que es desde la Eucaristía, cumbre y fuente de la vida cristiana es que podrán amar y servir como Jesús quiere y les  pide. La Eucaristía nos mueve al amor social, esta realidad esta llamada a ser vivida por el diácono. Desde el altar la caridad. Si bien esto es un llamado a todos el Diacono está llamado por su propia ordenación. Con la ayuda de Dios deberán obrar de tal manera que los reconozcan como discípulos de aquel que no vino a ser servido sino a servir.

La Iglesia en la Argentina, se propone como programa y ayuda para una mayor toma de conciencia, frente a la celebración del Bicentenario, la reflexión y el trabajo para erradicar la pobreza, para acortar distancias, para vivir en justicia y solidaridad ¿cómo nos encuentra esta llamada? ¿Cómo podemos desde nuestro ámbito colaborar a que haya menos pobres? ¿Cómo ha de ejercerse la Diaconía? Somos imagen de Jesús, debemos serlo.

Tantos excluidos y dejados afuera están llamados por nuestros gestos a ser incluidos, a vivir el banquete de fiesta, a celebrar juntos la vida. Miremos a Jesús. El es el modelo, él miraba con amor, miraba a los ojos, llamaba por su nombre, acogía, mostraba un corazón abierto. Con que delicadezas Jesús trataba al pobre, el excluido, al enfermo. El encuentro con Jesús los hacía dignos. Era preferencial el amor de Jesús hacia ellos. Así debe ser el nuestro. Siempre. La caridad debe ser exquisita con todos pero muy especialmente, muy especialmente con los más pobres. Ellos deben sentirse siempre en casa, deben sentirse siempre acogidos, cualquier pobreza es motivo de nuestra especial atención. Y la dedicación para con los más pobres hará que se enriquezcan con las riquezas que ellos tienen, su relación con Dios y su solidaridad fraterna.

En seguida ustedes expresaran frente a las preguntas que le haré que quieren consagrarse al servicio de la Iglesia, que quieren vivir el ministerio de la fe con alma limpia, que quieren proclamar esta fe con las palabra y con la vida, que quieren asumir el celibato como signo de consagración a Cristo y para el servicio de Dios, que quieren conservar y acrecentar la oración y quieren rezar por la Iglesia y por el mundo.

Ustedes expresaran con los labios lo que han venido sintiendo, deseando, discerniendo,  rezando y trabajando desde hace tiempo. Darán la  palabra. La Providencia les ha regalado haber hecho el juramente de fidelidad y el compromiso de celibato frente a dos grandes que han dado la palabra hasta el fin, “hasta el extremo”. El santo Cura de Ars y nuestro querido padre venerable José Gabriel del Rosario Brochero. Quiera Dios que el ejemplo de estos  sacerdotes  los sostengan siempre. Hay un lindo ejemplo de la fidelidad a lo cotidiano del Padre Brochero. Nos ha dado ejemplo de fidelidad a la palabra dada. La vieja Francisca lo esperaba, él le había dicho que iba. No hay nada que por su voluntad pueda detenerlo, ni las inclemencias del tiempo. Francisca lo esperaba. El lo había dicho. Que todo lo que han rezado y expresarán, su compromiso de vida ofrecida, su compromiso de oración y de un corazón puro, su compromiso de obediencia, su compromiso de servicio sea siempre sostenido por el Si que se irá concretando cada día de su ministerio, lo que puede verse y lo que solo ve el Señor.

 

El mundo de hoy necesita testigos fieles, hombres de palabra. Lo que han pronunciado, lo que hemos de pronunciar, que siempre sea Si, según el querer de Dios.

Se comprometerán a orar en nombre de la Iglesia y por la Iglesia. Este compromiso formará parte del ministerio. Públicamente se comprometen a la oración de la Iglesia, prestando vos a ella. No pueden dispensarse fácilmente ni dejar por el camino los compromisos asumidos, es aquí donde tendrán la certeza de cumplir la Voluntad de Dios, es aquí también donde vivirán de un modo concreto la obediencia. Y esto es dar la vida. Lo que desearon, lo que desean, a lo que fueron llamados.

El don del celibato, este carisma que se les es dado, es para que ustedes se hagan don en orden a la construcción del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Como el de Jesús. Porque representan el tipo de vida que vivó Jesús.

Aunque no todo apóstol ha de ser célibe, ya que todo bautizado es, de derecho, un apóstol, es verdad, sin embargo, que todo apóstol halla en el celibato de algunos de sus hermanos una constante iluminación sobre el oculto misterio de amor y sobre la totalidad de entrega que está en la base de la acción apostólica.

No debe entenderse el celibato como partiendo de lo que se renuncia, no es así el amor humano. Los enamorados se aman y desean entregarse con exclusividad el uno al otro para siempre, porque el amor  ama sin medidas, aunque es exigente y martirial. Don que lleva a tener una lucha paciente y decidida, pero donde prima en primer lugar el gozo de la comunión, el gozo de la intimidad con Jesús mucho más de lo que se ha dejado.

El mundo necesita de este signo del celibato, aunque de muchas maneras quiera ser opacado o no valorado.. Tiene necesidad de alguien que patentice la fuerza del Espíritu en acción; la posibilidad vivida de la dimensión espiritual; la belleza de una vida dirigida por el influjo del Espíritu, y de una vida que puede manifestar el gozo de saber que esa vida es toda de Dios.

Uno de los frutos más ricos del celibato es la alegría. Santo Tomás constataba: “El último fruto con el que el hombre se perfecciona interiormente es la alegría que nace de la presencia del objeto amado. El que habita en el amor, posee lo que ama. El que habita en el amor, habita en Dios y Dios en él. De esta posesión nace la alegría…de manera que nuestro corazón queda carnalmente lleno de Dios, según lo que está escrito: Mi corazón y mi carne se alegran en el Dios vivo” (Salmo 83).

La alegría no del que  tiene la sonrisa fácil e inclinación a una visión optimista de la vida. A veces se encuentran otros sentimientos. San Francisco de Sales, decía “Soy como un pájaro que canta
en un bosque de espinas”. Hay alegrías creídas y esperadas, el corazón inundado del Espíritu se encuentra en la paz y la alegría. Se es alegre porque sabemos de la fidelidad de Dios, aún frente a nuestras miserias y debilidades.

Hoy el testimonio más franco y legible de una vida realizada, es el de la alegría. El célibe proclama que su Amor es alegría, que Dios es dador de toda alegría. A pesar de la cultura de hoy el mundo necesita de testigos alegres de un amor que plenifica. Esta alegría será. Sin duda, fuente de abundantes vocaciones.

El que ha escogido este camino sabe que el camino hacia la felicidad es diferente de cualquier otro camino. No persigue la propia felicidad, sino al Dios de la felicidad. Tengamos cuidado, porque el mundo de hoy nos ha pegado mensajes de la búsqueda de la propia felicidad. Se feliz, se nos propone, si lo sentís, si te parece.  Cuídate… ¿qué expresan estas frases en la sociedad de hoy? No hay que buscar la felicidad del otro, no es este el compromiso matrimonial, no es en el olvido de uno donde se encuentra la verdadera felicidad, ¿no hay otros códigos para Jesús? El que se busca se pierde, el que cree aunque muere vive, el que pierde su vida por El, la gana… Es un fiarse más de El que de nosotros. El, es el camino seguro, aún cuando ese camino tenga tramos oscuros y vacíos imprevistos. Estemos atentos, porque  se nos filtran en la Iglesia criterios relativistas y miradas egoístas. Aquí estamos siendo testigos, por elección de Dios de dos jóvenes que quieren responder con generosidad a la llamada de Jesús, para encarnar el olvido de sí, pero en ese olvido se recibe todo. Es verdad que solo poseemos realmente lo que ofrecemos. Difícil tarea, pero no imposible. Si nos miramos nosotros, parece imposible pero para Dios nada es imposible.

Solo se ama de verdad si se ha tenido la experiencia de ser amado. Y nosotros lo somos muy especialmente amados por Dios. Ningún mérito hemos hecho para ser llamados, el Señor nos eligió desde nuestra nada y pobreza, para tener claro que Solo El, es el todo y la riqueza. La experiencia de sabernos amados, se expresará en la manera de vivir nuestra vida apostólica. Desde esta experiencia, seremos alegres misioneros del Evangelio.

Queridos David y Diego, me da mucha alegría ordenarlos en este día. Que María, la mujer fiel, les de todo lo necesario para que siempre en fidelidad puedan enseñar, santificar y conducir según el querer de Jesús y de la Iglesia.