El diácono en el ejercicio de la caridad

El diácono en el ejercicio de la caridad

 

La Constitución Lumen gentium, en el n. 29, expresa las funciones propias del diaconado, agrupándolas en torno a las tres diaconías −munera− de la liturgia, la Palabra y la caridad:

Aunque el aspecto más visible del diaconado sea el de la liturgia, las tres diaconías son importantes y en ellas, el diácono sirve a los hermanos y hace crecer el cuerpo de Cristo, la Iglesia. El Papa Francisco insiste en el valor del ejercicio de la caridad, en especial en las fronteras vitales del mundo.

En el ejercicio de la caridad, el diácono se rige por la ley fundamental de la misericordia, que habita en el corazón de cada persona cuando mira con empatía y sinceridad al hermano o hermana que encuentra en el camino de la vida. Dios, Padre de todos, viene a nuestro encuentro compasivamente, rico en misericordia; Jesús, rostro de la misericordia del Padre, revela el Amor de Dios por todos sus hijos, especialmente los más necesitados, pobres y descartados; el Amor de Dios es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el dolor de sus hijos. En el Evangelio de Lucas, Jesús afirma que la compasión y la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que se convierte en el criterio del obrar de sus hijos cuando, al preguntar al maestro de la ley el significado de la parábola del buen samaritano, le dice: “Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10,37)

La palabra «compasión» a menudo se utiliza como sinónimo de un sentimentalismo alejado del que sufre, que encubre las injusticias y que se expresa como una simpatía paternalista, que no aporta nada a la causa de la humanidad. El verdadero sentido de la compasión implica ponerse en el lugar del otro que sufre, en una relación de igualdad y empatía, identificarse con el que sufre y sus padecimientos hasta considerarlos como propios.

Esto es lo que hace el diácono en su ejercicio de la caridad, sufrir como propios los dolores de los marginados.

Especialmente esta es la tarea del diácono en las fronteras, esta es su misión de servicio haciéndose próximo del marginado, del que sufre, a menudo por causa de la injusticia. La tarea más esencial de la humanidad es la tarea de humanizarse, practicando la proximidad. Humanizar la humanidad es la misión de todos y todas. La ciencia, la técnica, el progreso, sólo son dignos si nos humanizan más. En su tarea en las fronteras, el diácono se hace próximo de aquel o aquella que ha caído en el camino, las personas marginadas, las mujeres violentadas, los emigrantes sospechosos, los extraños de los que preferimos no saber nada, (presos, homosexuales, drogadictos), tan ocupados como estamos en nuestros asuntos o en el culto…

El diácono se hace próximo, buscando al hermano, acogiéndolo, dando y dándose a su servicio, sin hacer acepción de personas.

Montserrat Martínez

 

 

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