El diaconado permanente: Una vocación antigua para tiempos nuevos

Fray José Gabriel Mesa Angulo, O.P.

Recopilado por Diácono Víctor Loaiza Castro

 

Como parte de nuestra formación Permanente, me permito compartir con mis hermanos en el Diaconado este trabajo de Fray José Gabriel Mesa Angulo, O.P. quien, desde Colombia ha trabajado arduamente para dar a conocer este ministerio del diaconado permanente.

 

Muchos se preguntan por el Diaconado Permanente hoy en día: ¿Qué es?, ¿Para qué sirve?, ¿En qué consiste?, ¿Por qué casi nunca vemos Diáconos en nuestras parroquias?, ¿Cómo se hace para descubrir esta vocación?

Estas y muchas otras preguntas aparecen con una voz cada vez más creciente al interior de las comunidades eclesiales, a la espera de respuestas inmediatas, sencillas y claras.

Es muy difícil definir el Diaconado sin mirar primero la Palabra de Dios, la historia de las primitivas comunidades cristianas y lo que pasó después. Vamos a dar con brevedad algunos pasos en el acontecer histórico de la Iglesia de ayer y de hoy.

 En la Época Apostólica vemos al Diaconado inscrito por Pablo dentro del Ministerio de la guía de la comunidad cristiana (Fil. 1,1);

quizás uno de sus más antiguos puntos de referencia es: la misión de la implantación de la Iglesia (Col. 1,7);

Este es un oficio típicamente diaconal.

Hay algunas otras referencias como I Tim. 3, 8 -14, pasaje en el cual se citan las cualidades del Diácono. Estas referencias paulinas están en total consonancia con Hch. 6,1-6, donde se plantea la necesidad de una asistencia caritativa a los pobres, de una manera más estructurada, de tal forma que los Apóstoles se pudieran dedicar más a la oración.  Su función en las mesas era la de ser “ministros de la Iglesia de Dios” y no simplemente distribuidores de comidas y bebidas, como bien lo recuerda Ignacio de Antioquía ( Ad Trallianos II, 3).  En ese episodio resulta clara la importante misión de fortalecer la comunión entre los miembros de la comunidad cristiana. La función de los diáconos en la época apostólica siempre fue de Caridad y de Animación de las Comunidades Cristianas.

Demos un paso a la Época Patrística, la cual podríamos llamar: “la edad de oro del Diaconado”. En esta época es necesario recordar, en cuanto a su acción pastoral, la cercana relación del diácono con el ministerio del Obispo (Didaché 14, 1; 15, 1). Durante los siglos III y IV, cuando van creciendo las comunidades, ellos asumen las zonas rurales y los lugares más alejados (Conc. De Elvira – Can. 77). Sus campos de trabajo fueron muchos: Evangelización, Catequesis, Organizaciones de Culto, Formación de Catecúmenos. Vitalizan las funciones de caridad.

La entrega a la misión es lo que realmente ha fortalecido la presencia del Diaconado Permanente en la Iglesia, pero también la falta de definición sobre el desempeño más específico de su misión propia es lo que lo que le debilitó; veamos esto cómo fue.

 El Diaconado Permanente tuvo una larga etapa de Cierre; estamos hablando de casi 15 siglos. ¿Cómo así? ¿Qué fue lo que pasó? Entre otras, pasaron varias cosas:

Los Diáconos se encargaban de los catecúmenos en los orígenes de la Iglesia. El Catecumenado era muy importante, porque al comienzo las filas de los cristianos crecían con los venidos del judaísmo y de otras creencias. Ya en el siglo V empezó a disminuir el Catecumenado  y a aumentar el bautismo de niños. Los Diáconos fueron perdiendo funciones y también espacio pastoral.

Apareció otro problema; los diáconos, que recibieron desde siempre el sacramento del Orden encaminado al ministerio y no al sacerdocio, se empezaron a confundir con los presbíteros, con los cuales hubo enfrentamientos y conflictos. Fue un error: ambos, presbíteros y diáconos, empezaron a querer ocupar los mismos lugares y a desempeñar similares funciones. Parecía como si los diáconos se hubieran vuelto “sacerdotes pequeños” y los presbíteros hubieran empezado a apropiarse de funciones que eran específicamente diaconales.

Se presentó una marcada tendencia hacia la liturgia como única misión (Liturgismo); los diáconos se volvieron en su mayoría hombres sólo de altar y se debilitaron en ellos los ministerios de la Palabra y de la Caridad.

Para acabar de completar la lista, fue incluida la promesa de celibato en el rito de ordenación de Diáconos y por ende la prohibición de acceder a este ministerio desde el matrimonio.

Quizás muchas otras razones pudo haber, pero estas fueron sin duda las más significativas para que casi quince centurias atrás, se terminara el Diaconado Permanente.

El siglo XX encuentra a la Iglesia en un Proceso de Apertura, en el cual el Diaconado empieza a abrirse un nuevo horizonte. De hecho, cabe recordar que Pío XII en la Sacramentus Ordinis (30 Nov. 1947) trata de nuevo el tema del Diaconado y lo sitúa en el Sacramento del Orden. Recuerda el rito por imposición de manos y la oración consecratoria. Él mismo también constituyó ya algunas comisiones y durante los años 50 y 60 se promovieron algunos estudios teológicos tanto en Roma, como en los recientemente creados “Círculos Diaconales”, que en Francia, Alemania y Suiza fueron impulsados por Rhaner, Congar y otros importantes teólogos.

 Como una nueva luz de esperanza llegamos al Concilio Vaticano II, que da unos pasos definitivos para que el Diaconado vuelva a surgir en toda su riqueza, dentro de una Iglesia “toda ella ministerial”. El Concilio restaura el Diaconado como un estado de vida permanente (LG 29, AG, 16, O.E. 17) y declara de nuevo que los diáconos son SERVIDORES del PUEBLO DE DIOS en unión con el Obispo y su Presbiterio. El Concilio dejó a la consideración de las Conferencias Episcopales su reapertura en los países, para que de ahí los Obispos Diocesanos lo instauraran en sus iglesias particulares. Comenzar de nuevo no fue nada fácil, pero el inicio fue muy interesante y en algunos países se empezó con mucha fuerza. Hubo aciertos y también errores, especialmente con los modelos de formación impartidos. En medio de estas vicisitudes se continuó el camino. Se vio que el Diaconado Permanente no sólo era un ministerio para “casos de emergencia”, como la escasez de sacerdotes, sino que él mismo es una RIQUEZA DE LA IGLESIA y una RESPUESTA A LA PRIORIDAD DE LA EVANGELIZACIÓN.

El Concilio recordó que el Diaconado es el sacramento del Orden en el tercer grado y que su especificidad se da en orden al ministerio y no al sacerdocio (LG 29). El diácono es un asistente del obispo y el presbítero en la liturgia y en su nombre dispensa algunos sacramentos. También se afirmó que su ministerio es el SERVICIO HUMILDE, a ejemplo de Cristo Siervo, el cual presta en tres dimensiones: la Liturgia, la Palabra y la Caridad. Lo propio de sus oficios quedó definido en LG 29, en el cual además de los oficios litúrgicos se insiste en los oficios de caridad y administración, y la acción pastoral de evangelización en la Iglesia.

El Código de Derecho Canónico vino a puntualizar una serie de aspectos jurídicos, tales como la dispensa respecto del celibato y la incursión en los oficios civiles de diversa índole (CIC – 1046). Quizás en otro artículo vamos a compartir un poco más a fondo sobre este rico aporte del CIC al Diaconado Permanente y a definirlo con más amplitud.

Es así como en la inmensa mayoría de los países del mundo y obviamente en América Latina, se cuenta hoy con Diáconos Permanentes.

Foto tomada de: mercaba.org

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *