Diaconado Permanente Algo que vale la pena recordar

Diaconado Permanente
Algo que vale la pena recordar

Diác. Prof. Milton Iglesias Fascetto
Referente Nacional del CIDAL en Uruguay
Montevideo, Uruguay, 14 de julio de 2010

En noviembre de l964 el Concilio Ecuménico Vaticano II sienta las bases para el restablecimiento en la Iglesia latina del Diaconado como grado propio y permanente de la jerarquía (Lumen Gentium No.29), y tres años después el l8.7.67 el Papa Pablo VI publicó el “Motu Propio Sacrum Diaconatus Ordinem” que contenía normas concretas para dicho restablecimiento.

El l5.8.72 publicó otro “Motu Propio” denominado “Ad Pascendum” que complementó el mencionado precedentemente.

No se trató de una invención ni se buscó una novedad, sino que se trató de una vuelta a la más alta y genuina antigüedad, un remontarse a la tradición apostólica, a la Iglesia de los primeros siglos.

Cuanto más y más se penetra en el misterio de la Iglesia- Sacramento de Dios para el mundo- y se busca en su tesoro inagotable de cosas antiguas y nuevas, se perfila la solución para la problemática religiosa de cualquier tiempo.

No nos debe extrañar que la teología del Diaconado acuse escasa presencia a la hora de publicar este artículo, pero es consolador que se integre en alguno de los Departamentos de las Facultades Teológicas la preparación de candidatos al Diaconado Permanente.

Sin duda con la teología del Diaconado sucederá como ocurrió con la del laicado y también en otras muchas ocasiones de la historia de la Iglesia con otras, que la experiencia y la vida vayan por delante de la ciencia y de la tesis.

En Montevideo, así como en muchas de las Diócesis del Interior, se adoptó la decisión de utilizar este instrumento pastoral, llamado a dar un juego apostólico insospechado en la Iglesia del futuro.

El Concilio dio testimonio de honor al Diaconado en la constitución Lumen Gentium, ya que luego de ocuparse de los Obispos y los Presbíteros, puso de manifiesto la dignidad y enumeró las funciones diaconales.

El Decreto mencionado estableció las funciones diaconales que en forma sumaria enunciamos seguidamente:

l.- Asistir durante las funciones litúrgicas al Obispo y Presbítero en todo lo que le compete según las normas de los diferentes libros rituales.

2.- Administrar solemnemente el Bautismo a niños y adultos.

3. Conservar la Eucaristía, distribuirla a sí y a los demás, llevar el viático a los moribundos e impartir al pueblo con la sagrada píxide la bendición llamada Eucarística.

4.- Asistir a los matrimonios y bendecirlos en nombre de la Iglesia.

5.- Administrar sacramentales, presidir los ritos fúnebres y sepulcrales.

6.- Leer a los fieles los libros divinos de la Escritura e instruir y animar al pueblo.

7.- Presidir los oficios del culto y las oraciones donde no este presente el Obispo o el Presbítero.

8.- Dirigir la celebración de la palabra de Dios, sobretodo cuando falte en Obispo o el Presbítero para hacerlo.

9.- Cumplir perfectamente, en nombre de la Jerarquías las obligaciones de caridad y administración, así como las obras de asistencia social.

l0.- Guiar legítimamente, en nombre del Obispo o del Párroco las Comunidades dispersas.
(Esto es más aplicable en el Interior del País, en Montevideo más bien se trataría de las Pequeñas Comunidades o los denominados Grupos (de oración, de revisión de vida, de reflexión, de asistencia social, de acompañamiento a las familias, etc.).- Lo acotado entre paréntesis es nuestro.

11.- Promover y sostener las actividades apostólicas de los Laicos.

A esta altura de la vida del diaconado permanente, parecería que en no todas las Comunidades Eclesiales se han descubierto todas las potencialidades evangelizadoras del ministerio diaconal.

El diácono, por su estilo de vida, en el ámbito familiar, laboral, barrial, puede ir construyendo una comunidad cristiana desde lo más sencillo, lo más pequeño, y ordinario de la existencia humana. Y es preciso tener claramente presente que, en el caso del Diaconado Permanente, -que en su inmensa mayoría se optó por hombres maduros casados- se es Diácono desde el matrimonio y no a pesar de éste o contra éste.

De alguna manera el ministerio diaconal de los D.P. alcanza también a su esposa. Los dos son uno. Y no sólo por el consentimiento de la esposa para el desempeño diaconal del marido, sino teniendo ambos la diaconía (servicio) como una dimensión de su vida de esposos cristianos. Por lo expuesto no debe llamar la atención de que crezcan juntos en el nuevo sacramento (el del Orden, ya que el del Matrimonio es precedente), que puedan hacer oración en común, participar en encuentros, jornadas de estudio y, por supuesto, en la Eucaristía. Aunque debe quedar claro que la esposa sigue siendo laica y no por ser esposa de diácono tiene ninguna prerrogativa eclesial.

Si una pareja no realiza nada, o no debería realizar nada de particular importancia sin un diálogo y decisión conjunta ¿porqué imaginar la tarea del Diácono Permanente como resultado únicamente de su pensamiento individual aislado del de su esposa y de su acompañamiento aunque sea espiritual?

Entre las primeras funciones de los diáconos permanentes aparece, por naturaleza misma de las cosas, la de mostrar al Señor en su propia familia. Por tanto, no es suficiente que su esposa acepte el desempeño del marido como diácono permanente y esté dispuesta a sacrificarse por ausencias del mismo cuando salga para el desempeño de su misión propia, sino es necesario que ella se prepare para compartir las experiencias, las relaciones humanas, los proyectos, los riesgos y todo lo que conlleva la vida consagrada al servicio de los demás.

La instauración del Diaconado Permanente completa, enriquece, y hace más diversificado el cuadro jerárquico de la Iglesia (Obispos, Presbíteros, Diáconos).

Hasta nosotros algunas veces llegan versiones de que se constatan algunas tensiones porque se encuentran dificultades prácticas de orden pastoral o personal en la convivencia Diáconos-Presbíteros. Gracias a Dios cada vez son menos, ya que hay algo que todos debemos aprender: Son ministerios complementarios, no opuestos.

Los Diáconos no compiten ni con los Presbíteros ni con los Laicos. Recorren un camino propio en armonía con los demás ministros de la Comunidad sean ordenados (Obispos, Presbíteros) o instituidos -laicales -, (a término).

El ministerio de los diáconos permanentes difiere esencialmente del ministerio de los presbíteros y del de los obispos, pero es, junto a éstos, expresión de la apostolicidad de la Iglesia.

Por la imposición de manos del Obispo el Diácono Permanente es creado como ministro ordenado, por tanto no será ni obispo ni presbítero, pero tampoco será más laico. Es un clérigo (canon 266), y su ministerio es triple: De la Palabra, de la Liturgia y de la Caridad, oficios estos que giran en torno a Cristo Servidor.

La plenitud del Orden Sagrado la tienen sólo los Obispos que, sin duda alguna, son el
centro de la vida de la Iglesia particular, teniendo a los Presbíteros y a los Diáconos como dos brazos suyos con funciones distintas.

Hay un paralelismo entre el rito de ordenación de los obispos y el de los diáconos en cuanto a la entrega de los Evangelios pues en los dos casos se confiere el Espíritu Santo para que inflame la predicación del Evangelio. No es una coincidencia sino que demuestra la unidad del sacramento apostólico. En el rito bizantino tanto para la ordenación de los Obispos, Presbíteros o Diáconos se usa un texto consacratorio idéntico, lógicamente diciendo lo que corresponda (obispo, presbítero o diácono) cuando se trate de identificar para qué grado del sacramento del Orden se está consagrando.

Los obispos tienen el oficio de anunciar el Evangelio, y sus presbíteros lo comparten, y los diáconos también reciben el oficio de predicarlo y de anunciarlo en las asambleas, debiendo convertirlo en fe viva, enseñarlo y cumplirlo. Son mensajeros del Evangelio.

Por tanto, cuando un diácono permanente proclama el Evangelio o predica y enseña, es voz de Cristo, Dios y hombre verdadero.

En la ordenación diaconal se confiere el Espíritu de los siete dones, a saber: el de sabiduría e inteligencia, el de consejo y fortaleza, el de ciencia, el de piedad y del santo temor de Dios. Y el Espíritu obra sobre la naturaleza humana y por tanto la formación del diácono permanente es importante para que los dones encuentren terreno fértil.

Un Obispo latinoamericano dijo que algunas veces se tiene la tendencia de circunscribir la función litúrgica del diácono a los sacramentos del Bautismo y del Matrimonio y a otras cosas que “puede hacer”, olvidándose del oficio que define al diaconado, esto es, servir y servir sin presidir, facilitar, y no hacer sombra a los demás ministros, en la asamblea servir estando al tanto de todo y de todos, siendo un facilitador dentro y fuera de la
Liturgia.

Me gustó mucho lo que dice la edición española de la Ordenación General del Misal Romano (España, Andrés Pardo OSB. Consorcio de Editores l978): “El verdadero maestro o director de la celebración debe ser un ministro que tenga una función dentro de ella, es decir, debe ser el diácono, quien no debe quedarse en figura decorativa y en mero acompañante del celebrante principal” (Esto se encuentra en la parte introductoria No. 3 del Orden General del Misal Romano de España). Y digo esto porque algunos diáconos hoy día tienen una actuación limitada en la liturgia romana.

Aún hoy oímos expresiones como éstas ¿para qué un diácono permanente, si lo puede hacer un laico? o “No quisiera diáconos en mi Parroquia”. Y si uno preguntara ¿porqué? le responden: “porque le quitaría actuaciones a muchas personas (ejemplo: al propio celebrante, al guía, al turiferario, a los acólitos, a los ministros extraordinarios de la Eucaristía, y otros”, refiriéndose sólo a la Misa.

En una época se pensó que sólo la acción del celebrante era la única necesaria y, alas demás, superfluas, prescindibles. Y para desvirtuar eso la Constitución S.C. en el No. 28 determina concretamente que “cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde”.

Es muy bueno que el pueblo de Dios sea catequizado en cuanto a la identidad y oficio de unos y otros (obispo, presbítero, diácono) y, sin duda nadie más calificado que los obispos en sus diócesis para hacerlo en aquellas ceremonias que más se presten al efecto (Misa Crismal, lanzamiento de planes pastorales, institución del ministerio de Párrocos, etc) y los Párrocos en sus jurisdicciones, a fin de que no haya un reduccionismo de ninguno de los ministerios ordenados, pero sobretodo de éste, que por ser de más reciente restitución pudo pasar inadvertido durante siglos en la Iglesia latina, y a veces parecería que hay quienes quisieran que siga sucediendo así.

Además del ministerio de la Palabra y de la Liturgia los diáconos permanentes tienen el ministerio de la caridad, sacramentalmente ligado a la proclamación de la palabra y a la celebración de la liturgia.

Tiene su origen en Cristo, en el misterio de su encarnación, muerte y resurrección. Es un oficio que por encargo del obispo es derecho y deber del diácono (Apostolicam actuositatem, No.8). Es, a modo de decir de un Obispo latinoamericano, “un tesoro del cual el diaconado no puede deshacerse, tesoro de institución apostólica”.

Y la caridad empieza por casa. Por tanto, en su familia el diácono permanente deberá dar ejemplo de construir una “Iglesia doméstica”, predicando el Evangelio de palabra y de testimonio.

Su oficio litúrgico debe ser rico en caridad y amor, viviendo íntimamente la oración personal. Las necesidades de los hombres, mujeres y niños que forman parte de su realidad, las del mundo, las de sus compañeros diáconos y las del clero todo, deben incluirse en las oraciones de los fieles en la Eucaristía y en la oración personal o privada, así como presentar ante la Jerarquía las necesidades del prójimo, tanto las de orden material, como espiritual, cultural, o cualesquiera fueran las necesidades humanas emergentes.

Es de desear que la relación de afecto, colaboración, ayuda y generosidad sea mutua, así como la preocupación de los unos para con los otros entre los obispos, presbíteros y diáconos, como lo es el amor de Jesús quien es el diácono por excelencia (servidor).

Que bueno sería que todos los diáconos permanentes del mundo se conviertan en agentes de paz, de armonía, de justicia, ya que tenemos en virtud del oficio diaconal la responsabilidad de promover y buscar el Reino de Dios y su justicia, respondiendo a nuestra consagración a ser de por vida, sacramento, signo vivo, eficaz, del misterio de servicio de Cristo en su Iglesia, signos visibles de Cristo servidor en este mundo.

Es de justicia reconocer que hay carismas especiales y como sucede en los otros grados del sacramento del Orden, algunos podrán disfrutar más de un carisma que de otro, pero los oficios (de la palabra, la liturgia y la caridad) no son excluyentes y por tanto deben desempeñarse con sentido proporcional.

Los diáconos permanentes debemos presentar el rostro de Jesús servidor de toda la Iglesia, complementándonos con los hermanos presbíteros en forma armónica y, ambos, siempre en concordancia con nuestros obispos, procurando mantener abierto nuestro ministerio a todos los servicios y en forma especial a las obras de caridad espirituales y/o materiales.¿Y porqué no? encarando la animación de pequeñas comunidades, prestando servicio en la docencia, estando preparados y con gran apertura a cuanto caiga como servicio a la comunidad diocesana, atendiendo al acompañamiento personal de los fieles o a la dirección espiritual cuando sea solicitada (especialmente de las parejas y matrimonios o de quienes se preparan para el mismo) y dedicando esfuerzos para apoyar y animar los grupos de acción social, encarando la evangelización de la cultura, y todo ministerio que fuere necesario atender.
Corresponde destacar de manera especial la participación de los diáconos permanentes en las tareas ecuménicas y en el diálogo interreligioso, que tanto preocupan y ocupan la catequesis del Santo Padre en el ejercicio de su Magisterio. Si el Papa considera que no debe escatimarse esfuerzo para el logro del cumplimiento de la oración de Jesús “ut unun sint” – Que todos sean uno- pues adelante, cumplamos el mandato del Vicario de Cristo en la tierra.

Para finalizar diremos: El diaconado permanente estuvo ausente casi un milenio en la Iglesia de occidente, y ha sido restablecido, pero puede ser que aún no haya sido suficientemente entendido por algunos o no aceptado plenamente por otros. No importa, reorganicémonos, recobremos fuerzas y sigamos trabajando con mucha fe y entusiasmo.

Sabemos qué somos y sabemos de nuestra participación en la sacramentalidad del ministerio apostólico. Somos un ministerio tan antiguo como la misma Iglesia y esta “resurrección”, después de tantos siglos, requiere una “conversión general”, “una reconciliación”, un unir los esfuerzos. ¡Hay tanto que hacer!

Busquemos ser ministros de la Palabra en la Liturgia y en los medios (TV, radios, diarios, etc.); ser ministros de la Liturgia en toda su extensión; que las ceremonias sean más hermosas, simples y encarnadas en la realidad, ajustadas a las normas del Magisterio y que nuestra caridad sea sincera y silenciosa.

Que María nos conceda la merced de ser fieles testigos de su Hijo, servidores en la Iglesia por él fundada.
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