Daniel Castro, diácono permanente encargado de la Pastoral del Duelo: “Nadie debe hacer el duelo solo”

Daniel Castro, diácono permanente encargado de la Pastoral del Duelo, de la diócesis de Segorbe Castellón, España

Días después de su ordenación diaconal, Daniel Castro recibió el encargo del Obispo de preparar una pastoral del duelo, vinculada con la pastoral de la salud. Era el mes de febrero, y nadie esperaba que cuatro meses después, habiendo pasado los momentos más duros de la pandemia del Covid-19, la atención a las personas que han perdido a un ser querido fuera tan necesaria. El sábado pasado, D. Casimiro López Llorente presidió un funeral por los fallecidos a causa del virus. Es un acto que da consuelo. Pero el dolor por la pérdida sigue, y muchos necesitarán ser acompañados para superar este desgarro.

– ¿Qué ayuda a vivir el duelo por la pérdida de un ser querido?

– Sabemos que en el duelo no hay que perder los vínculos con el que sufre. Y el que sufre, con quien puede ayudarle. El duelo es de uno, pero no es sólo algo privado. Nadie puede hacer el duelo por otro, pero nadie debe hacerlo solo.

– ¿Cómo se puede acompañar a una persona que ha perdido a un ser querido?

– Tenemos que ver cómo lo hizo Jesús. El evangelio de Lucas (24,13) nos describe el episodio con los discípulos de Emaús. Esos discípulos que venían destrozados, en duelo, porque habían crucificado a Jesús, a quien tanto amaban. Estaban decepcionados, tenían un enojo contenido, no encontraban el sentido… Venían caminando repasando lo sucedido, confiando sus dudas, y así se van despejando y liberando. Por eso, ¡qué importante es, para quien está en duelo drenar su mente con otro ‘caminante’! Ellos tenían muchas preguntas y pocas respuestas, sus mentes en sufrimiento estaban embotadas, necesitaban a alguien que caminara con ellos y les trajera luz. En la oscuridad del duelo siempre está presente Dios a nuestro lado porque es cuando más se le necesita.

Jesús nos abre los ojos a la realidad cruda para que la asumamos,

la transformemos o nos transformemos ante ella

– ¿Y cómo les ayudo Jesús?

– Jesús, primero les escuchó con atención, sin interrumpir, permitiendo que se desahogara el corazón. Y segundo, con una sana confrontación que no es enfrentamiento, les hizo reaccionar, les presentó y recordó lo que ya sabían pero que el corazón no acababa de captar. La confrontación se transforma en momento educativo a la luz de la Palabra, sin cambiar la lógica de Dios sobre el sufrimiento. Con su confrontación empática, Jesús nos abre los ojos a la realidad cruda para que la asumamos, la transformemos o nos transformemos ante ella.

– En este proceso encontramos ideas que no hacen bien.

– Cierto. Tenemos ideas insanas sobre uno mismo y sobre los demás, sobre la vida, la enfermedad y el sufrimiento, sobre la muerte y sobre Dios. Con su presencia confrontadora, Jesús posibilita que el corazón se desahogue de la pena con el libre hablar, que la mente se serene y se ponga en orden y que la fe sea purificada. Jesús sigue caminando con sus discípulos y el duelo ya se va elaborando positivamente. El sufrimiento se va transformando en un sufrir sanamente, para dejar de sufrir

– ¿Cómo ayuda la fe a vivir el duelo?

– Es un factor positivo para superar el duelo. Una fe madura no solo aligera el peso de la pérdida, sino que da esperanza y permite dar sentido a la muerte. Cuando decimos que el alma va al Cielo o a la casa del Padre, no nos referimos al cielo físico ni tampoco a una casa de ladrillos, pero necesitamos imágenes para representar cómo será lo que llamamos la ‘vida eterna’. La fe nos lleva a esa esperanza de la vida eterna, a ese encuentro con ‘ Jesús resucitado’.

Una fe madura no solo aligera el peso de la pérdida,

sino que da esperanza y permite dar sentido a la muerte

– ¿Por qué es importante poder participar en un funeral para rezar por los difuntos?

– La Constitución dogmática, Lumen Gentium, en el punto 50 dice: “La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de la comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos, para que se vean libres de sus pecados. Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor”.

Y el Catecismo de la iglesia Católica, en el punto 958, resalta la piadosa costumbre de hacer memoria y ofrecer sufragios por los seres queridos ya difuntos y por todos los difuntos en general. Los sufragios (oraciones, sacrificios, actos de caridad y misericordia) son la súplica insistente a Dios para que tenga misericordia de los fieles difuntos, los purifique con el fuego de su caridad y los introduzca en el Reino de la luz y de la vida.

San Agustín, en Las Confesiones (IX, 11), recoge las palabras de su madre, Santa Mónica en el lecho de muerte: “Depositad este cuerpo mío en cualquier sitio, sin que os dé pena. Sólo os pido que dondequiera que estéis, os acordéis de mí ante el altar del Señor.“

Ofrecer una Misa por los difuntos renueva la fe y la esperanza en quien la ofrece y es una obra de caridad, pues alcanza sufragios en beneficio de la salvación de los seres queridos ya fallecidos. Nuestros familiares, amigos y bienhechores difuntos, se confían así a nuestra memoria y nuestro afecto, en la esperanza de la resurrección.

El amor invita a querer a quien murió no como a un recuerdo del pasado,

sino como a alguien resucitado y feliz

– ¿Cómo se está poniendo en práctica la pastoral del duelo?

– Después de haber presentado un proyecto sobre la Pastoral del Duelo, que está coordinado con la pastoral de la salud, ahora se debe dar a conocer y formar grupos de ‘personas que se encuentran en duelo’ y juntos comenzar el camino. En esos encuentros se irán desarrollando dinámicas donde se trata de seguir los pasos que hizo Jesús. Recordemos que el Señor Resucitado, desde su resurrección hizo pastoral del duelo, al indicarnos que hay que permitir el desahogo, iluminar el sufrimiento, alimentarse de su Eucaristía y vivir la resurrección del ser querido muerto en la resurrección de Cristo mismo. Así, por la resurrección de Cristo y en Cristo, el amor invita a querer a quien murió no como a un recuerdo del pasado, sino como a “alguien resucitado y feliz”; anima a “ubicar” a quien murió no en el cementerio (lugar de muerte) sino en Dios, (lugar de vida).

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