Cartas de un Párroco a su hermano diácono XVI

Pbro. Aldo Félix Vallone, Mendoza, Argentina

Dice el autor –Licenciado en Teología Espiritual y Director de la Escuela Arquidiocesana de Ministerios San José-: “agradezco a Mons. Cándido Rubiolo, el obispo que me ordenó diácono y presbítero; quien, en vida, desde mi último año del Seminario me impulsó, me animó y acompañó en el estudio del diaconado y los ministerios confiados a los fieles laicos. A Mons. José María Arancibia por haberme confiado durante cinco años la dirección de la Escuela Arquidiocesana de Ministerios y el acompañamiento de los diáconos permanentes; y por  permitirme realizar este magnífico camino de ser párroco con la colaboración de  diáconos, acólitos y  lectores instituidos”.

El amor a la Palabra de Dios

Querido hermano:

Me preguntaste cómo se hace para profundizar en la Palabra de Dios cuando uno está en tantas cosas a la vez y dispone de tan poco tiempo.

Ciertamente vivimos inmersos en un mundo dinámico.

Tu esposa me ha contado. En las mañanas, muy de madrugada, cuando todos duermen, te levantas, celebras Laudes, tomas el Evangelio del día y haces tu lectio, procurando llevarte un versículo para repetirlo como letanía, jalonando así el día; le consagras tu día a la Virgen, desayunas y sales al trabajo. Ella misma, frecuentemente –cuando no está muy cansada- te acompaña… ¡Te parece poco!

Añado más. Cuando por las tardes te veo venir, con tu caminar sereno y silencioso, hasta la casa parroquial para unirte a la celebración de Vísperas, pienso: “Si el diácono presta este servicio con tanto esfuerzo, dejando otras cosas importantes, viniendo desde su casa o el trabajo   –con frío, calor, lluvia o buen tiempo- ¡cuánto más debería hacerlo yo! ¿No es esta una forma de expresar tu fidelidad a la diaconía litúrgica de la Palabra? ¿No es acaso un vivo testimonio que alimenta mi propia diaconía sacerdotal? ¡Gracias! ¡Mil gracias!

La fe nos enseña que cuando celebramos la Liturgia de las Horas somos Iglesia Esposa que, unida a Cristo Esposo, alaba, canta, suplica, hace memoria, adora… Por el Orden Sagrado estamos llamados a celebrarlas como Iglesia y en Nombre de la Iglesia… Configurados con Cristo Cabeza y Mediador, al celebrarlas, estamos uniéndonos a la santificación que él mismo derrama en su Pueblo, es más en todos los hombres… ¡Qué misterio de gracia tan grande!

Pensar que sólo Dios conoce las bendiciones que derrama por nuestro ministerio común.

También, me doy cuenta que al proclamar el Evangelio en la Misa eres elocuente, sí. Un lector claro y preparado, también. Pero, sobre todo, cuánto se hace presente Cristo en el destilar de tus labios, pues proclamas con todo tu ser, reflejo de una asimilación profunda… La Palabra de Dios te ha asimilado… y… tú la has asimilado. En todo esto, descubro un misterio de la fe: Jesucristo resucitado, como surgiendo del sepulcro de las palabras escritas en el Libro, se hace presente por medio de tu voz y nos habla… Entonces, eres heraldo.

El Señor complete y perfeccione la obra que ha iniciado en ti. Él mismo nos mueva a la conversión permanente y al gozo de su Buena Notica enriqueciéndonos con tu testimonio.

Tu hermano párroco

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *