Carta y saludo del P. Obispo de la Nueva Orán a los diáconos permanentes y alumnos de la Escuela de Diaconado “San Esteban”

 


Marcelo Daniel Colombo, Obispo de Orán

San Ramón de la Nueva Orán, Salta, Argentina, agosto de 2011

Queridos hermanos,

 En la inminencia del día del diácono, les escribo para saludarlos con afecto y expresarles la gratitud por su misión en nuestra Iglesia diocesana. En el caso de los diáconos permanentes ya ordenados, mi “gracias” tiene en cuenta los largos años de servicio junto a mis predecesores y su presencia colaboradora y cercana en mi ministerio. Para los que hace poco comenzaron a formarse en vistas al diaconado permanente en nuestra diócesis, les agradezco que hayan acogido la invitación a discernir un llamado tan importante, relacionado con el ser y el quehacer de la Iglesia. En esta carta, además, deseo reflexionar con Uds. sobre la dimensión servidora de la Iglesia, llamada a responder fiel y generosamente al amor de Cristo servidor.

 

  1. 1. Una Iglesia servidora nacida del corazón de Cristo servidor.

 

Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud».   Evangelio de San Marcos, capítulo 10, 42-45.

 Muchas veces, al leer este texto, como los apóstoles, nos hemos enojado con Santiago y Juan, que habían querido conseguir del Señor un puestito en el Reino de los Cielos. Podríamos quedamos en el reto de Jesús (“¡Entre Uds. no debe suceder así!”) sin profundizar en las consecuencias de cuanto Cristo nos enseña sobre la misión servidora del Hijo del hombre, legada a sus discípulos, llamados a hacerse como Él, servidores de todos. Esta misión de Cristo se conecta con el anuncio del Reino, presente en su misma persona.

 Pilato le dijo: «¿Entonces tú eres rey?». Jesús respondió: «Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz».   Evangelio de San Juan 18, 37

 Cristo se pone al servicio de los hombres, anunciándonos la presencia del Reino de Dios con su propia vida, haciéndonos sus amigos muy queridos, llamándonos a vivir como Él. De su corazón apasionado por el hombre y la vida nueva para todos, nace la Iglesia, comunidad de servidores. Somos verdaderamente discípulos de Cristo cuando nos ofrecemos con Él y nos hacemos cercanos y disponibles en todo cuanto somos y hacemos. Nuestras elecciones y decisiones de vida, especialmente aquellas vocacionales y ministeriales son iluminadas por la perspectiva del servicio, clave de comprensión del ser cristiano, discípulos de Aquél que nos amó-sirvió primero.

 En una humanidad donde están devaluados y puestos bajo sospecha inclusive los empleos y cargos públicos, por el frecuente aprovechamiento que ellos conllevan (¡el mismo Jesús lo había indicado en el texto que leímos!), nosotros anunciamos una misión que se conecta con las necesidades más hondas del ser humano, la llamada de Dios al buen vivir de su Reino, conforme a nuestra dignidad de hijos muy amados. Somos así portadores de una buena nueva amplia y generosa de parte de Dios en respuesta al amor de Aquel que nos llamó.

 

  1. 2. El servicio del Diácono, ícono ejemplar de la Iglesia

 El diaconado expresa de un modo estable la dimensión servidora de la Iglesia a partir de la constitución de un ministerio que con el paso de los años se fue revelando cada vez más rico y lleno de matices.

 El Concilio Vaticano II lo restableció con carácter permanente luego de una larga ausencia de más de mil años. Ciertamente, los padres conciliares consideraron la extraordinaria riqueza que encierra la ministerialidad eclesial y cómo estos hombres, que en muchos casos están casados, pueden desempeñarse no sólo en el interior de la Iglesia sino también en relación con la sociedad civil, como testigos eficaces del amor servicial de Cristo.

 En las distintas regiones y países del mundo, desde entonces, se ha ido asumiendo la restauración del diaconado con carácter permanente y con el correr del tiempo, se ha profundizado en la consideración de la vida y el ministerio de los diáconos ya desde su formación, en relación no sólo con las comunidades parroquiales sino también con aquella Iglesia doméstica que es la familia de donde el futuro diácono permanente proviene como esposo y padre.

 La Iglesia universal nos ha entregado un aporte valiosísimo de naturaleza pedagógica, doctrinal y normativa que viene al encuentro del desarrollo del diaconado con carácter permanente en las Iglesias particulares. Me refiero a dos documentos emitidos conjuntamente por la Congregación para la Educación Católica y la Congregación para el Clero, el 29 de junio de 1998, las Normas básicas de la formación de los diáconos permanentes y el Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes. Su consulta asidua nos ayuda a todos, obispos, presbíteros y diáconos, así como a todo el Pueblo de Dios, a captar los conceptos más importantes relacionados con la formación y el desempeño ministerial de los diáconos.

 Más tarde, muchos Episcopados han trabajado en la aplicación de esta documentación, la cual se ha concretado en Normas de formación y Directorios para el Ministerio, propios de cada país. En nuestra Conferencia Episcopal, la CEMIN (Comisión Episcopal de Ministerios) ha trabajado valiosa y arduamente en la elaboración de su propio Plan de formación de los diáconos permanentes,  con el aporte de todos los obispos. Queda pendiente aún la correspondiente aprobación pontificia. Mientras tanto, seguimos animándonos y trabajando para que muchos hombres invitados por Dios a esta misión se formen en esa dirección.

 

  1. 3. Servidores simples y sencillos con el Espíritu de Jesús de Nazaret.

 Alguna vez, en mis años de formación sacerdotal, me tocó asistir a un diálogo en el Seminario, entre el querido obispo que me ordenó, un pastor entusiasta del diaconado con carácter permanente, el P. Obispo Jorge Novak y los seminaristas. Uno de ellos, de los primeros años, le comentó que había muchos cuestionamientos y quejas sobre los diáconos permanentes y le preguntó con la fresca naturalidad de joven, si no sería necesario frenar la experiencia de formar nuevos diáconos permanentes. El obispo lo miró comprensivo y le explicó, sin enojarse, que también de los presbíteros se recibían quejas pero que, sin embargo, a nadie se le ocurriría por ello cerrar la formación sacerdotal, que donde hay seres humanos hay cosas perfectibles y camino por andar.

 Muchas veces, se suele decir que la razón de ser de la restauración de este ministerio se vincula con la falta de sacerdotes y la necesidad de ayuda que éstos tienen. Pero el diaconado no busca, al menos en primer término, resolver la carencia de sacerdotes, sino responder a una llamada distinta del sacerdocio ministerial, hecha por Dios a estos hombres que tienen una familia y una pertenencia eclesial sostenida y probada. Su ausencia o carencia empobrece el cuadro vocacional ministerial de una Iglesia toda comunión y misión.

 Por la sagrada ordenación, los diáconos reciben un don maravilloso, una gracia destinada a expresar una grandeza que les viene de Dios y que se concreta en la entrega de la propia vida a Dios y a los hermanos, no como una dignidad
o autoridad humana, sino según el querer servidor del Señor.

 Por esta razón es tan importante la formación que reciben nuestros candidatos al diaconado permanente así como el acompañamiento del ministerio de quienes han sido ordenados. Se trata de acoger con un corazón bien dispuesto el don de Dios y de cuidarlo a lo largo de toda la existencia ministerial para vivirlo fecunda y plenamente.

 En la formación, la perspectiva pastoral, alma de todo el proceso educativo llevado a cabo por las Iglesias particulares, exige seriedad en la preparación que alcance a todas las dimensiones de la misma (la formación humana, intelectual, espiritual y apostólica en los candidatos), así como el respeto de ciertas etapas necesarias (ciclo propedéutico, ciclo de formación académica, ciclo de probación pastoral) y el concurso entusiasta de distintos sacerdotes, profesores, directores espirituales y tutores del proceso educativo. Esto implica además, tener en cuenta las condiciones personales de cada candidato, sus fortalezas y dones así como la necesidad de superar todo lo que pueda obstaculizar su crecimiento en vistas a la ordenación.

 El acompañamiento personalizado de la formación de los candidatos evitará el frecuente desánimo que les aqueja, sobre todo en los aspectos académicos, después de muchos años sin estudiar o asistir a clases. No se trata de apabullarlos con clases inaccesibles e inalcanzables, sino de ayudar a comprender los grandes temas de la doctrina cristiana, con la asistencia inclusive de los nuevos métodos educativos. Dios no podría llamar a una vocación que luego resultara imposible para hombres sencillos y bien inspirados de nuestras comunidades, los cuales asistidos pedagógica y pacientemente por sus formadores se revelarán con el tiempo enriquecidos y formados conforme las orientaciones de la Iglesia.

 En cuanto al ministerio de los diáconos permanentes, no se trata de generar un nuevo clericalismo, donde se asuman modos y estilos diaconales que signifiquen la restauración lisa y llana de viejos vicios de los presbíteros en la Iglesia (utilizar el ministerio para el aprovechamiento económico o para exhibir en la sociedad o en la Iglesia con la ostentación de un lugar privilegiado) así como una excesiva atención al ejercicio meramente litúrgico del diaconado en detrimento de las otras áreas de actuación de la Iglesia. El ministerio del diácono permanente implica la posibilidad de actuar en muchos campos: la misión evangelizadora, la catequesis, la formación de otros agentes de pastoral, la educación católica, así como la participación en la organización de los diferentes servicios de asistencia y promoción en el ejercicio de la caridad cristiana.

 En la vida y el ministerio del diácono, la formación permanente es de mucha importancia y consiste en la posibilidad de recibir de parte de la Iglesia aquellos instrumentos que favorezcan su sostenido crecimiento humano, cristiano y pastoral, que tengan en cuenta las limitaciones familiares, laborales o de edad y potencien su adecuación a las crecientes exigencias de la realidad.

Las normas de la Iglesia les piden a los diáconos permanentes que colaboren estrechamente con el ministerio del obispo y sus presbíteros. Esto exige una espiritualidad de comunión donde la estima recíproca se fundamenta en la articulación eclesial de dones y carismas, de la cual el obispo es garante y responsable, pero que requiere la participación de todos y cada uno de los ministerios, conscientes de su riqueza así como el propio aporte a la vida de la comunidad eclesial.

La vida eclesial ha sido señalada como una bella sinfonía donde cada instrumento participa en armonía con los otros. El silencio de alguno le hace perder belleza a la melodía ejecutada, empobreciéndola.

 

  1. 4. Caminando juntos, gustando el infinito amor pastoral de Jesús.

Nuestra Iglesia de la Nueva Orán peregrina a la luz de la Palabra del Señor que nos invita a multiplicar los signos y prodigios de su amor. Para ello, todos y cada uno de los cristianos somos importantes. Todos estamos llamados a participar de esta presencia de la Iglesia en la historia humana. En el caso de los ministros ordenados, actuar juntos, servir en comunión, vibrar en la edificación de la Iglesia, constituye una imperiosa necesidad y un ejercicio de sano realismo porque es muy grande y desafiante la tarea de evangelizar.

He tenido el gusto de vivir mi ministerio presbiteral junto a varios hermanos diáconos permanentes y he gozado de los distintos dones que Dios hace a su Iglesia. He podido palpar cómo y cuánto se prodigan muchos de ellos compartiendo sus actividades eclesiales con su vida familiar y laboral. Inclusive me he sentido invitado a formar parte de sus familias, entrando en la vida misma de sus miembros. En muchos casos, los avatares de la vida económica de nuestro país les han jugado una mala pasada. Pero no han decaído en su generosa contribución a la vida comunitaria y pastoral. Por el contrario, han sido creativos y solidarios para continuar aún en circunstancias difíciles.

Hoy como obispo he podido constatar en muchas comunidades de la diócesis el deseo de este ministerio diaconal. Diversos sacerdotes así como religiosas y religiosos me han alentado a profundizar en la formación para el diaconado, sugiriéndome nombres inclusive de hombres bien inspirados y antigua participación eclesial. Inclusive, en lugares bien lejanos de nuestra geografía diocesana he visto a hombres entregados al ejercicio del servicio evangelizador, con abnegación y heroísmo. Diáconos de hecho, sin otro título que una vida sencilla y generosa a favor de la comunidad cristiana.

No faltan quienes me expresan seria y responsablemente sus temores, observando entre otras cosas,  que nuestro sentido de la autoridad en el norte pueda jugarnos una mala pasada y podríamos estar alentando el surgimiento de una nueva “clase” clerical, con hombres que ostenten un cargo en su propio beneficio. Estoy convencido que el Espíritu Santo está alentando en la Iglesia esta riqueza que constituye la incorporación decidida, equilibrada y madura del diaconado permanente. De los problemas no hay que asustarse sino encararlos, ponerles nombre, asumirlos con realismo y generosidad, afrontarlos para solucionarlos. La tentación del clericalismo acecha también los seminarios y las casas de formación, así como los corazones de muchos de nosotros, ministros ya ordenados. En todos los casos, desnudemos esta fragilidad, no la dejemos florecer, contribuyamos con nuestro propio examen de conciencia y la revisión de nuestras actitudes pastorales, para que crezca la auténtica Iglesia de Cristo donde todos queramos ser apasionados servidores de la Buena Noticia del Reino sin privilegios, o en todo caso, el único de ser del Señor, unos junto a otros.

 

  1. 5. Palabras finales

Queridos diáconos permanentes, queridos candidatos al diaconado, gracias otra vez, ahora por la lectura paciente de estas líneas que desean ser un manojo de reflexiones escritas con amor. Que Dios les regale un corazón cada vez más servicial y la alegría de vivir y de formarse según la vocación recibida.

Recen por nosotros, los obispos y presbíteros, para que seamos respetuosos del llamado divino y cuidemos con responsabilidad de los dones derramados por Dios en su Iglesia. Les encomiendo que pidan por sus propias comunidades de origen para que no detengan su participación en la misión evangelizadora de la Iglesia y por sus propias familias, para que constituyan verdaderas Iglesias domésticas.  Los felicito una vez más y me pongo a su disposición para seguir creciendo juntos en el seguimiento de nuestro amigo Jesús, el Señor. ¡Que Dios los bendiga! Los quiere y abraza,

+Marcelo Daniel Colombo

Padre Obispo de la Nueva Orán

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