El domingo pasado en la catedral basílica de Nuestra Señora del Pilar fueron ordenados cinco nuevos diáconos permanentes en nuestra Iglesia diocesana. El diaconado permanente fue restaurado en la archidiócesis de Zaragoza por mi antecesor D. Vicente Jiménez. Con estos nuevos diáconos permanentes, serán ya ocho los que ejercen en la diócesis este ministerio.
El diaconado permanente figura hunde con gran riqueza sus raíces en la historia de la Iglesia. En realidad, el diaconado tuvo una gran difusión en la Iglesia antigua, sobre todo en el ejercicio del servicio a los más necesitados. Luego, sobre todo a partir del siglo VII y VIII, con el surgimiento de todas las instituciones de la Iglesia que se ocupaban de los pobres, dejaron de ser tan necesarios. Pasó a ser simplemente un grado para acceder al sacramento del sacerdocio. Pero en el Vaticano II se volvió a reflexionar sobre los orígenes de la Iglesia y sobre el diaconado, y se estableció, a partir del año 1964, que se instaurara de nuevo el diaconado como un estado permanente en la Iglesia, que podían recibir, incluso, hombres casados.
Este diaconado permanente supone un enriquecimiento importante en la misión de la Iglesia para que aquellos que son ordenados cumplan con mayor eficacia su ministerio por la gracia del sacramento. (Cfr. Catecismo 1571). “La doctrina católica enseña que los grados de participación sacerdotal (episcopado y presbiterado) y el grado de servicio (diaconado) son los tres conferidos por un acto sacramental llamado ‘ordenación’, es decir, por el sacramento del Orden. El diácono recibe el sacramento para ser signo e instrumento de Cristo servidor: la palabra diácono significa el que sirve” (Catecismo 1554).
El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda también las funciones de los mismos: “Corresponde a los diáconos, entre otras cosas, asistir al obispo y a los presbíteros en la celebración de los divinos misterios sobre todo de la Eucaristía y en la distribución de la misma, asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, proclamar el Evangelio y predicar, presidir las exequias y entregarse a los diversos servicios de la caridad” (Catecismo 1570). Así mismo son funciones del diácono administrar el sacramento del bautismo, llevar el viático a los enfermos y, en su caso, presidir la celebración dominical, aunque no consagrar la Eucaristía.
Muchas felicidades a los nuevos diáconos y a sus familias. Nuestra Iglesia diocesana está de enhorabuena. Damos gracias a Dios con ellos y por ellos e imploramos la protección de la Virgen del Pilar para todos nuestros diáconos permanentes.
+ Carlos Escribano
Arzobispo de Zaragoza