Carta pastoral a nuestros hermanos que disciernen su vocación al diaconado permanente

Carta pastoral a nuestros hermanos que disciernen su vocación
al diaconado permanente

+ Marcelo Daniel Colombo
Padre Obispo de la Nueva Orán
San Ramón de la Nueva Orán, Salta, Argentina, 30 de mayo de 2010

Queridos amigos lectores del CIDAL, les envío una carta pastoral que escribí con relación al diaconado permanente que he reestablecido en la diócesis luego de 24 años de haberse cerrado la escuela respectiva. Un gran abrazo.

A los hermanos que participan del año propedéutico de discernimiento de la vocación al Diaconado Permanente, a sus esposas y familias.

A los Pbros. Martín Alarcón y Julio Velázquez, directores de las sedes de Orán y Tartagal, de la Escuela de Diaconado “San Esteban”.

A los presbíteros, diáconos permanentes, religiosos, religiosas, y seminaristas.

“La consagración como Obispo fue en diciembre del ’70… Pensé que como obispo tenía más oportunidades para poder promover el diaconado. ..Me voy a Orán. Dos iniciativas me parecieron importantes: la Catedral física, y el diaconado permanente, pero en el contexto de un plan pastoral, basado en el Concilio Vaticano II, en lo catequístico, en la liturgia, en lo caritativo, y luego en lo organizativo, dándole oportunidad a todos… La dificultad no estuvo en lo interno de la Iglesia. ¿Cuál era? Las distancias geográficas… Era claro que el proyecto no podía limitarse a la ciudad de Orán, se hubiera reducido, hubiera perdido riqueza, tenía que pensarse para la diócesis.”

Mons. Manuel Guirao, entrevistado en 1995, para el libro Los diáconos permanentes en la Argentina, de Beatriz B. de Tagtachián, Educa, Buenos Aires, 1998, págs. 95-97.

Mis queridos hermanos y hermanas,

En el marco de la Solemnidad de la Santísima Trinidad, me vino el deseo de compartir con Uds. un manojo de reflexiones que considero importantes para acompañarlos en esta etapa que están viviendo. Lo sentí como un fuerte impulso espiritual, el de poner por escrito mi pensamiento en relación con el diaconado permanente y la formación para su discernimiento y maduración.

Las palabras de nuestro segundo Obispo, Mons. Guirao, denotan la emoción pionera de quien se dejó guiar por el Espíritu de Dios y pudo visualizar de inmediato la necesidad de responder en Orán al restablecimiento del diaconado permanente en toda la Iglesia, a partir del Concilio Vaticano II.

A través de los Padres Martín y Julio me llegan noticias muy alentadoras de su participación en los encuentros preparados en nuestras sedes de Orán y Tartagal. Los he visto asistir entusiastas a estas reuniones, en una de mis visitas a Tartagal. ¡Cómo nos ayuda el testimonio que Uds. nos dan, al vivir con docilidad espiritual la participación de una nueva etapa de formación! En las cosas de Dios, siempre estamos empezando como aprendices aunque vamos sumando a la vez, nuestras propias experiencias y las de los demás hermanos y hermanas. En este nuevo aprendizaje de Uds., crecemos todos en nuestras propias opciones de vida, y crece nuestra Iglesia diocesana, que puede ver desplegados en su vida pastoral, todos los carismas eclesiales.

Ministerio del servicio…

Dios nos ama gratuitamente y nos derrama sus dones y carismas también gratuitamente. La Iglesia tiene la responsabilidad de discernir esos regalos y convocarnos para las distintas misiones. Así ha sido con nosotros los sacerdotes, con los religiosos y religiosas y lo es con Uds. ahora.

Antes de llamarlos a ejercer un ministerio sagrado en la Iglesia, necesitan un tiempo de discernimiento y maduración vocacional, que implica oración, formación y práctica pastoral, para que Uds. y nosotros, llegado el momento, con la ayuda de Dios, en obediencia a los criterios eclesiales, tomemos la decisión adecuada.

Muchas veces se ha pensado el diaconado permanente como la salida a la falta de sacerdotes, casi como una respuesta forzada para abarcar todas las exigencias pastorales de la realidad. Nada más equivocado que esto. Sería muy interesado y utilitario de nuestra parte y muy injusto con Dios, magnánimo y generoso con sus dones. Los diáconos permanentes, como todas las vocaciones en la Iglesia, definen su importancia por el amor que las anima. En otras palabras, importa lo que somos, lo que amamos, no lo que hacemos. El diaconado permanente expresa de un modo estable, constante, el carisma de Cristo servidor. Los diáconos permanentes le recuerdan a la Iglesia cuánto nos ha amado Jesús que se hizo servidor de todos y todas. En el marco de la Última Cena, Jesús lavó los pies a Pedro y le enseñó la importancia del servicio, comenzando por Él mismo, arremangado a los pies de los apóstoles. Una Iglesia discípula nacida de la mano del Maestro, con ese espíritu diaconal, se hace servidora de todos y todas, anunciando de muchas maneras cuánto nos ama Dios.

… vivido junto a los hermanos y hermanas…

Ese carisma de Cristo servidor, presente en los diáconos, nos comunica el extraordinario amor de Dios, desplegado también en las otras vocaciones: El carisma de la paternidad espiritual del presbítero, que a imagen de Jesús, el buen Pastor, guía a sus hijos en el crecimiento en la fe y los alimenta con el Pan de Vida; el carisma de los religiosos y religiosas que han optado radicalmente por los valores del Reino de Dios y lo hacen experiencia de vida, oración y misión entre los hombres y mujeres, apostándolo todo por Cristo, pobre, casto y obediente; y el carisma de los laicos y laicas, llamados a impregnar la vida de todos los días con el evangelio de Jesús, testimoniándolo con su amor matrimonial y familiar, en sus quehaceres laborales y profesionales, en la misma comunidad cristiana y ante la sociedad política.

Como pueden ver, nada en el diaconado permanente, ni en ninguna otra vocación, nos habla de poder, de lugares de privilegio, de prestigio y de honor, excepto el de la autoridad que da vivir servicialmente como Cristo. Estos años de formación y maduración vocacional, los ayudarán a reconocer los aspectos más importantes de la vocación diaconal y a desarrollarlos en Uds. en vistas a que un día la Iglesia, a través del Obispo, les imponga las manos para el servicio de la comunidad.

…en continuidad con la opción de vida matrimonial y familiar.

La mayoría de los hombres que piden discernir su diaconado en nuestra diócesis, son casados y con hijos. La Iglesia nos pide en el caso de que se trate de candidatos célibes, un discernimiento especial. En esta carta, pienso fundamentalmente en nuestros candidatos casados y con hijos.

Como Uds. saben, les pedimos desde el comienzo, la conformidad de sus esposas para iniciar este proceso de discernimiento y formación. Es más, en este primer año propedéutico, uno de los encuentros quincenales cuenta con la participación de ellas, para compartir la jornada espiritual de oración y reflexión. Este acento continuará con alguna adaptación, en los próximos años. Si bien un día, si Dios quiere, Uds. recibirán el ministerio del diaconado en forma personal, su familia vivirá con Uds. el impacto natural de la ordenación. El carácter de hombres casados les con
fiere una riqueza muy particular y una responsabilidad muy importante.

La riqueza se relaciona con la experiencia de vida de edificar junto a sus esposas, una familia. Esto los ayudará a ver siempre en la comunidad cristiana, una familia, la de los hijos de Dios. Saben de las dificultades de los comienzos, de la lucha por el pan de cada día, de la necesidad del perdón y de la reconciliación para empezar cada día siguiente con nuevas fuerzas de vida, de manifestar creativamente el amor todos los días. Esto les permitirá entender a sus hermanos y hermanas, a ser indulgentes con sus problemas, a renovar permanentemente su fidelidad a Cristo servidor, no obstante las ingratitudes y los momentos de prueba. Confortarán a sus sacerdotes en ese itinerario y serán sus consejeros en temas tan difíciles y sagrados como el amor matrimonial y familiar.

Una especial responsabilidad que Uds. contraen, tiene que ver con el cuidado de su propia familia, durante este tiempo de formación y más tarde, Dios mediante, en el ejercicio del ministerio diaconal. Uno de los criterios que hemos aplicado al convocarlos, era el de pedirles que sus hijos e hijas no fueran pequeños. No nos guían criterios discriminatorios sino la comprensión de que la vida familiar tiene sus leyes internas, y una de ellas exige darle al crecimiento y la educación de los hijos, el tiempo necesario de presencia.

Este respeto por la familia, sus tiempos y ritmos, nos seguirá acompañando durante el ciclo de formación y más tarde cuando ejerzan el ministerio. Ningún obispo ni sacerdote podrá pedirles más de aquello que Uds. puedan dar. Nunca el ejercicio del ministerio diaconal podrá implicar el abandono de la familia durante todo el fin de semana o la imposición de una obediencia que los traslade o asigne a destinos pastorales lejanos de su domicilio. Habrá tiempos pastorales más exigentes en cuanto a presencia en la parroquia o en los servicios que presten, pero nunca deberán superar lo razonable y constituir un descuido de su vida familiar. Cuando algún servicio pastoral requiera una disponibilidad mayor de tiempo, sólo podrán hacerlo después de charlarlo en casa y con el acuerdo de sus esposas. Lo podrán entonces dialogar con el sacerdote de la comunidad o con el Obispo que sabrán comprender sus dificultades. Quédense tranquilos y tranquilas, no puede haber oposición entre Iglesia y familia porque la misma Iglesia es una familia donde el amor de Cristo no deja a nadie afuera.

Al concluir estas líneas, les reitero mi total disposición a acompañarlos. Cuento con la invalorable ayuda de los Padres Martín y Julio, que van haciendo camino conmigo en este arte difícil y maravilloso de animar esta formación que hemos comenzado. Nos apoyamos en la experiencia de la Iglesia universal y argentina. Las palabras de Mons. Guirao nos hacen ver que en Orán tenemos una tradición muy antigua y valiosa en este campo. Se trata de volver a comenzar en un camino trazado por el Señor a su Iglesia en el Concilio Vaticano II. No queremos apurar tiempos ni procesos educativos, sino ir madurando con la ayuda de Dios, los dones que hay en Uds. y que queremos ver florecidos en nuestra vida pastoral de amor y de servicio al Pueblo de Dios.

Los bendigo afectuosamente en Cristo, el servidor bueno y fiel.

En San Ramón de la Nueva Orán, a los treinta días del mes de mayo de dos mil y diez, solemnidad de la Santísima Trinidad, modelo y meta de la Iglesia comunión-familia.
 

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