Breve y sintética historia de la caridad/diaconía en la Iglesia

Dos milenios de compromiso social

 

Diác. Albino Mauro, pssg

Referente Nacional del CIDAL en Guatemala

Guatemala, 5º de enero de 2011

 

1. Un Dios apasionado por la justicia

Yahvé siente pasión por la justicia. En el Antiguo Testamento:

v  Se presenta como defensor del huérfano, de la viuda y del extranjero (Dt 10,18).

v  Proclama leyes e instituciones para garantizar los derechos de los más débiles y evitar la excesiva concentración de riquezas: el diezmo (Dt 26,12-13); la protección de los esclavos (Ex 21,1-4); la limosna para los pobres (Lev 19,19; Tob 4,7-11); el año sabático (Ex 23,10-12).

v  Envía profetas para recordar la justicia de Dios y exigir su cumplimiento: (Is 1,11-17; Jer 22,3).

v  Declara con contundencia que prefiere la misericordia a los sacrificios (Os 6,6; Mt 9,13). Los que vivan de este modo serán bendecidos por Dios (Prov 22,9; Jer 7,5-7); los opresores, no quedarán impunes (Is 10,1-3; Ez 16,49ss).

 

2. Cristo, ejemplo de caridad

 

Toda la vida de Cristo es expresión de profunda solicitud por los pobres:

v  Las numerosas curaciones y su voluntad de reconocer a los excluidos como Hijos de Dios (Lc 17,11-19).

v  Sus intensas llamadas al amor al prójimo y a asumir responsabilidad por los débiles (Lc 16,19-31).

v  Sus críticas a los poderosos y a los maestros de la ley por exigir a otros lo que ellos no estaban dispuestos a cumplir (Mt 23,4).

v  La multiplicación de los panes, que ilustra su deseo de no dejar a nadie fuera de la mesa común (Jn 6,1-15).

v  Su generosa entrega en la Cruz por nuestra salvación. Con Jesús se inaugura un tiempo nuevo, el reinado de un Dios que es Buena Noticia para los pobres, los cautivos, los ciegos y todos los que sufren cualquier tipo de opresión (Lc 4,18-21).

 

3. Inaugurando una nueva fraternidad

 

La Iglesia quiere ser una “nueva fraternidad” que aspira a transformar las relaciones sociales, al menos en el interior de la comunidad:

v  En Cristo ya no hay ni judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer (Gal 3,26-28).

v  La propiedad privada se relativiza y los bienes se distribuyen según las necesidades (Hch 4,32-35).

v  Las comunidades ricas hacen colectas para ayudar a las más pobres (1Cor 16; 2Cor 8).

v  Muchos textos exhortan a practicar la solidaridad (Hb 13,2-3); en alguno se hacen duras advertencias a los ricos (St 5,1-6); y, en todo caso, la Cena del Señor es incompatible con comportamientos egoístas de los más afortunados (1Cor 11,17-22).

 

4. La institución de la diaconía en la Iglesia primitiva

 

“A medida que la Iglesia se extendía, resultaba imposible mantener esta forma radical de comunión material. Pero el núcleo central permanece: en la comunidad de los creyentes no debe haber una forma de pobreza en la que se niegue a alguien los bienes necesarios para una vida digna” (DCE 20).

 

Para articular este compromiso, los apóstoles instituyen la diaconía (Hch 6,1-6) o servicio organizado de la caridad que la comunidad ejerce a partir de ahora de modo orgánico (DCE 21). “Con el paso de los años el ejercicio de la caridad se confirmó como una de sus tareas esenciales, junto con la administración de los Sacramentos y el anuncio de la Palabra.

La Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra” (DCE 22).

 

El impacto social de estas prácticas cristianas lo confirma Juliano el Apóstata. Este emperador intentó restaurar la antigua religión romana tras reformarla introduciendo un servicio de caridad similar al de los cristianos porque, según él, esa era la razón que explicaba la popularidad de los “Galileos” (DCE 24).

 

5. Monasterios medievales y servicio a los pobres

 

Poco a poco el servicio diaconal se va estructurando y fortaleciendo (DCE 23):

v  Primero, a partir del siglo IV, en las nuevas comunidades monásticas que surgen en Egipto, se establece la “diaconía” o ministerio encargado de toda la actividad asistencial que ellas desarrollan.

v  Más adelante no solo los monasterios sino también las diócesis, tanto en oriente como en occidente, organizan en “diaconías” el servicio a los pobres.

v  A partir del siglo VI y durante toda la Edad Media, los grandes monasterios juegan en Europa un papel social esencial, asumiendo, entre otras funciones, la atención organizada a pobres y necesitados.

 

6. La “pobreza de Cristo” y la renovación de la Iglesia

 

A partir del siglo XII surgen líderes y grupos de laicos que consideran necesario renovar la Iglesia:

v  Se constituyen nuevas órdenes religiosas, llamadas “mendicantes” (Franciscanos y Dominicos) cuyos miembros aspiran a vivir con sencillez y radicalidad la pobreza evangélica.

v  Otros grupos se rebelan con violencia contra la autoridad eclesial y política (Cataros y Albigenses en Francia e Italia, Thomas Müntzer y su revolución campesina en Alemania … )

v  Muchos, por unos u otros medios, aspiran a que la Iglesia se reforme según el ejemplo de Cristo pobre.

 

7. El papel de los carismas religiosos

 

A partir de la Edad Media, el servicio de la caridad floreció de manera admirable en numerosas órdenes religiosas fundadas por conocidos santos. Cada una de ellas surgió como la respuesta admirable de un carisma específico, a la necesidad de un grupo de personas en un momento histórico concreto: enfermos, niños y jóvenes pobres, ancianos, emigrantes, víctimas de la violencia y de la guerra.

Se podrían señalar innumerables ejemplos. Además de los mendicantes ya citados, recordaremos a Vicente de Paul y Camilo de Lelis, que dedicaron sus vidas a la atención de los enfermos; Juan Bosco y Bautista de la Salle, que asistieron a niños abandonados, dándoles refugio y educación; el P. Damián, de los Sagrados Corazones, que murió junto a sus queridos leprosos de Molokai; Monseñor Scalabrini, obispo italiano, apóstol de emigrantes y fundador de una orden dedicada a este servicio; Madre Teresa de Calcuta, fundadora de una congregación para atender a los más pobres en India y que se ha extendido por todo el mundo.

 

8. El aporte de América Latina

 

En contraste con la violencia de la conquista, pronto encontramos el testimonio de una caridad comprometida con la dignidad humana de los indios. Destacamos, entre otros, el compromiso del dominico Fray Bartolomé de las Casas, así como la experiencia de las “reducciones jesuíticas” en la cultura Guaraní.

 

Posteriormente y a lo largo de cinco siglos, decenas de congregaciones religiosas fundaron y sostuvieron en toda Latinoamérica escuelas, hospitales y servicios esenciales de promoción humana y atención a los desfavorecidos.

 

Recientemente, a partir del Concilio Vaticano II, el aporte más significativo de la Iglesia continental ha sido el desarrollo teórico y práctico de la “opción preferencial por los pobres.” Ello se ha reflejado:

 

En una doctrina y reflexión teológica originada entre nosotros que, recogida por las sucesivas Conferencias Episcopales Latinoamericanas (Medellín 1968, Puebla 1979, Santo Domingo 1992, Aparecida 2007), ha inf
luenciado el pensamiento y la práctica social de toda la Iglesia Católica.

 

En innumerables testimonios de personas (laicos y religiosos) plenamente entregadas a la lucha por la justicia y la defensa de los derechos de los pobres. Limitándonos al episcopado latinoamericano y a los nombres más conocidos podemos señalar a Mons. Oscar Romero en El Salvador, a Mons. Girardi en Guatemala, a Enrique Angel Angelelli  de Argentina, a Mons. Hélder Cámara en Brasil y a Mons. Leónidas Proaño en Ecuador.

 

“Alabamos a Dios por los hombres y mujeres de América Latina y El Caribe que, movidos por su fe, han trabajado incansablemente en defensa de la dignidad de la persona humana, especialmente de los pobres y marginados. En su testimonio llevado hasta la entrega total, resplandece la dignidad del ser humano” (AP 105).

 

9. La Red de Caritas Internacional

 

“La Iglesia nunca puede sentirse dispensada del ejercicio de la caridad como actividad organizada de los creyentes” (DCE 29).

 

“Las organizaciones caritativas de la Iglesia, comenzando por Caritas (diocesana, nacional, internacional), han de hacer lo posible para poner a disposición los medios necesarios y, sobre todo, los hombres y mujeres que desempeñan estos cometidos” (DCE 31).

 

Caritas está presente en América Latina y el Caribe a través de una red de comunión y cooperación conformada por las Caritas de la región que en algunos países se denominan Pastorales Sociales. El fin de esta organización es construir un continente justo y solidario desde el amor preferencial por los pobres. Caritas es la organización que en muchas parroquias, diócesis y países, articula, coordina y promueve de manera oficial la acción caritativa y social de la Iglesia Católica.

 

Para Caritas el servicio a la caridad no es solo asistencia que a veces resulta imprescindible. También supone un importante trabajo de promoción humana y de colaboración en el desarrollo de los pueblos, así como de animación de la sensibilidad y el compromiso comunitario en todos estos aspectos. Por eso los estatutos de CI, en su art. 2, afirman que la organización “tiene por objeto ayudar a sus miembros a irradiar la caridad y la justicia social en el mundo.”

 

Desde 1950 las Caritas Nacionales se organizan mundialmente en una Confederación que a partir de 1957 se denomina “Caritas Internationalis (CI).

 

Hoy Caritas tiene una presencia cada vez más sólida en los cinco continentes, articulando y coordinando una de las redes humanitarias más amplias de un mundo crecientemente global, con 162 miembros que operan en más de 200 países.

 

10. Actualizar la respuesta del buen samaritano

 

No queremos olvidar a las víctimas abandonadas por una mayoría indiferente, centrada en su propio bienestar. Esta larga historia que solo hemos podido esbozar, refleja la búsqueda de la Iglesia por aprender de la parábola del Buen Samaritano (Lc 10,25-37) y poner en práctica sus enseñanzas:

Cuando la historia parece habernos convencido de que el mal constituye la última palabra y que la situación es fatalmente irremediable, se abre una pequeña luz en el cielo: “pero llegó un samaritano” (v.33).

 

Nos preguntamos por este pequeño “pero”: ¿qué puede representar ante la fuerza de un mundo que marcha en otra dirección? El “pero” es, al mismo tiempo, pequeño y muy grande. Nos habla de cómo mira Jesús la historia, de su increíble capacidad para verla con una permanente, y solo aparentemente débil, capacidad para resistir y confiar.

 

Y entonces hacemos un gesto mínimo e inmenso de aproximarnos al hombre caído. La inquietud por la vida amenazada de otro se antepone a nuestros propios planes y hace emerger lo mejor de nuestra humanidad: un yo liberado de sí mismo.

 

Cambiar nuestro itinerario y arrodillarnos ante otro ser humano, “curar” sus heridas derramando en ellas aceite y vino sin medida, actuar como Jesús que con su vida se “derrama”, se “entrega” (Lc 22,19-20), se “pierde” (9,24), se “reparte” (18,22), se “deja” (18,29)… ¿Y si en este derramarse, en esta propuesta de pura alteridad, se encerrara el secreto de nuestra identidad cristiana más honda?

 

En la reacción del samaritano se revela la obstinada lógica de Jesús: no midas, no calcules, deja que el amor te despoje; los otros te devolverán tu identidad, justo cuando tenías la impresión de que estabas perdiendo la vida.

 

11. De la diaconía antigua a las diaconías de tercer milenio

 

Son tantos hombres y mujeres de América Latina que cada día han estado y están dispuestos a que el Reino de Dios se manifieste. Son los pobres los que nos enseñan que Dios no está en el cielo, ni está lejos de la tierra. Dios es el Dios de la historia, es el Dios que camina con nosotros, es un Dios que se hace diacono, es decir que se hace servidor, que devuelve la dignidad.

 

Es por eso, que el milagro de la Diaconía, ha caminado a pasos lentos a lo largo de la historia y ha estado allí tentada a descubrirse, pero ha dejado que con nuestra propia vida la vayamos descubriendo.

 

En un mundo donde la vida se ha vuelto “tan vulnerable”, devolver la dignidad quiere decir recuperar el sentido de la ilusión, de la alegría, del compromiso y de la radicalidad en la entrega. Solo en Jesús Siervo y diacono podremos encontrar la fuerza para hacernos verdaderos samaritanos de los últimos, de los más pobres.

 

La diaconía nació y cobró vida y sentido al interno de las pequeñas comunidades: María en la familia de Nazaret, los primeros siete en el servicio de las viudas y de los huérfanos,  los diáconos y los religiosos atentos a los problemas del tiempo y a las necesidades de la humanidad.

 

Hoy también la diaconía tiene que desarrollarse en las pequeñas comunidades, especialmente en América Latina donde las Comunidades Eclesiales de base tienen un lugar privilegiado en la pastoral. La presencia del diácono tiene que dar fuerza, sanar heridas, acompañar la vida, instaurar nuevas relaciones, ser el “samaritano” de los últimos y de los pobres, como Jesús que pasó haciendo el bien. No son las grandes estructuras, ricas de medios y de organización, que pueden cambiar la Iglesia de hoy, sino el espíritu de servicio que hace sentir cercana la maternidad de la Iglesia porque atenta e interesada en la vida y en los problemas de los hombres en el cotidiano.

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