Hace seis días celebrábamos la festividad de San Esteban diácono y protomártir, la felicitación que con este motivo publicaba nuestra Redacción recogía el ultimo párrafo de la crónica –«Reflexión desde el contexto actual»-, que Francisca Abad Martín hacía sobre el protomártir, terminando de esta manera: «San Esteban viene a ser también ese diácono emblemático en el que se ven reflejados quienes actualmente cumplen esta misión ministerial en la Iglesia y de quienes casi nadie se acuerda».
Envuelto en este tiempo de Navidad las palabras de Francisca me sugerían dos preguntas: ¿podemos afirmar los diáconos que con nuestro ministerio somos reflejo del testimonio martirial de San Esteban?, ¿es verdad que casi nadie se acuerda del ministerio diaconal?.
Si nos atenemos al significado de la palabra mártir: «Muerte o sufrimientos que se padecen por creer en una doctrina y defenderla, especialmente si esta es religiosa», a nadie se le puede exigir el acto heroico de la donación y pérdida de la propia vida en un acto tormentoso, acto que además supone una total acción de Dios, más que un esfuerzo humano.
Pero el seguimiento de Jesucristo, por parte de cualquier persona bautizada, si conlleva una visión martirial de la propia vida, una entrega cotidiana, progresiva, una experiencia vital de «expropiación» de la vida en favor de los demás, que en momentos concretos produce sufrimientos, en este sentido me pregunto, ¿podemos los diáconos afirmar que el ejercicio de nuestro ministerio tiene esta dimensión martirial? ¿es posible vivir el ministerio diaconal sin percibir ese «martirio» cotidiano?
Como en la vida de San Esteban, el ejercicio del ministerio diaconal nos exige responder con valentía como seguidores de Jesús, sirviendo en medio de la familia, de la iglesia, de la sociedad y del mundo. Y en este sentido el sentimiento de «expropiación» en favor de los demás genera, muy probablemente fruto de la madurez y de la generosidad de la entrega un a doble vivencia: un cierto sufrimiento por tener que poner por delante de los propios intereses los de quienes por cualquier razón necesitan ser atendidos, acompañados, apoyados en la recuperación de su dignidad… en cualquier caso amados, pero también la satisfacción que produce saber que has estado en el momento y lugar adecuado ante quien te necesitaba, esa vivencia de que la vida es para entregarla en el servicio.
El sufrimiento martirial que se vive en la familia se asume como algo inherente al sagrado ministerio de la educación y el crecimiento personal en el ámbito familiar. El sufrimiento que se genera en medio de la sociedad y en el mundo supone una determinante unión a Jesucristo, un discernimiento cotidiano para comprender cómo desea el Señor que actuemos en medio de este mundo, en todas las relaciones humanas y sociales, siendo conscientes que en muchas ocasiones se deberá remar contracorriente en mares agitados y turbulentos.
En ocasiones los diáconos experimentamos un sufrimiento especial, el que se genera dentro de la comunidad eclesial, cuando tras un adecuado discernimiento evangélico, se procede a responder a las personas que menos cuentan, a las últimas, y el diácono se siente incomprendido por algunos de sus propios hermanos y hermanas de comunidad. El sufrimiento es mayor cuando esas acciones suponen un revulsivo para recuperar la dimensión diaconal de toda la Iglesia y se percibe que las palabras van por un lado y los hechos por otro.
También es cierto que cuando el discernimiento es comunitario, ese sufrimiento es menor, o al menos tiene un horizonte más esperanzador, valgan dos sencillos ejemplos de esta última semana en la que hemos celebrado el nacimiento de Jesucristo para ilustran esta doble experiencia: una persona que atiende la sacristanía de una parroquia me decía «he quitado el cartel de la campaña de Cáritas de esta Navidad, porque desluce el mantel nuevo que hemos colocado en el altar», pensé para mí ¿Qué he hecho mal en estos años en los que llevo como diácono en esta parroquia? Unos días después una abuela de otra comunidad me decía «cuenta conmigo para el hogar de acogida de inmigrantes que vamos a hacer en los locales que no se usan de la parroquia, es lo que quiere Jesús y lo que nos pide el papa Francisco».
Queda otra pregunta en el aire: ¿es verdad que casi nadie se acuerda del ministerio diaconal? Hay un sentimiento agridulce en la respuesta. Cuando los diáconos comentamos nuestras experiencias siempre hay una coincidencia en afirmar el gozo que se vive cuando el ministerio diaconal está presente en la comunidades. Es cierto que siempre hay problemas y tensiones, pero en general los diáconos nos sentimos acogidos y reconocidos por los miembros de las comunidades de las que formamos parte, también por parte de los obispos y presbíteros. Este agradecimiento tiene a veces manifestación implícita, otras veces, de forma explícita se manifiesta la riqueza que supone para la vida de la comunidad la presencia del servicio de un diácono, en la mayoría de las ocasiones casado. Faltaríamos a la verdad diciendo que nadie se acuerda del ministerio diaconal.
Otra cuestión es si en otros ámbitos eclesiales el ministerio diaconal está reconocido, o «nadie se acuerda» del mismo. Nos cuesta a los diáconos responder a esta pregunta. Nos cuesta porque hemos sido educados para pasar desapercibidos en el desarrollo del ministerio, para servir sin reconocimiento alguno, al estilo del Señor, y este objetivo es totalmente evangélico y orientador del ministerio diaconal. Pero también es cierto que en muchas ocasiones, en planes pastorales de la Iglesia universal o de las Iglesias locales, en celebraciones litúrgicas y en homilías, en programas pastorales donde hay diáconos interviniendo, en… no se encuentra ni una sola referencia al ministerio diaconal. Cuando esto sucede el mecanismo mental supone, por un lado, reactivar la humildad propia del ministerio, y por otro, desear que el ministerio diaconal esté mas integrado en la pastoral de conjunto, junto el resto de servicios y ministerios de la Iglesia. Cuando algo no se nombra puede darse la sensación de que no existe, una cosa es vivir la humildad y otra «acordarse» de que el ser del ministerio diaconal es promover, al ritmo del Espíritu, la dimensión diaconal de la Iglesia.
Hoy celebra la Iglesia la 55 Jornada Mundial de la Paz, con esta razón publicamos el Mensaje que el Papa ha dirigido con este motivo bajo el título «Diálogo entre generaciones, educación, trabajo: instrumentos para construir una paz duradera». Se adjunta también el Discurso del Papa Francisco a la Curia romana con motivo de la felicitación navideña, de interés para aquella curia y para todas las curias diocesanas.
En Brasil se ha inaugurado, en el Santuario de María Reina, de Garanhuns, el monumento al diácono en proceso de beatificación João Pozzobon. En ese mismo país se ha llevado a cabo la primera Asamblea diaconal de la archidiócesis de Paraíba, así como el Encuentro vocacional al diaconado permanente en la arquidiócesis de Vitória
Desde Paraguay nos llega la noticia de la ordenación de 31 nuevos diáconos. Junto a esta ordenación, en este último mes del año se han celebrado muchas más, y muy numerosas: en Brasil destacan los 20 ordenados de la archidiócesis de Belo Horizonte en Brasil, los 16 de la diócesis de Santo André. En Costa Rica los 6 ordenados de la diócesis de San Isidro en Costa rica, o los 6 de la archidiócesis de Miami en EEUU.
Publicamos la crónica redactada por el diácono Aurelio Ortín sobre el XXXVI Encuentro de diáconos de las diócesis españolas. Desde este país nos llega también un artículo de Montserrat Martínez sobre la «Relación obispo-diacono. Memoria y plegaria por el arzobispo cardenal Jubany», en el aniversario de quien fue uno de los promotores de la recuperación del ministerio diaconal permanente tras el Concilio Vaticano II.
En el apartado de «diaconías» se informa del nombramiento como canciller de la Curia de la archidiócesis de Santa María en Brasil
En el área «Conociendo una escuela diaconal» proporcionamos las características de la Escuela «San Lorenzo» de la archidiócesis de Medellín en Colombia
Se ha publicado el libro «El apostolado del mar, una pastoral de Iglesia en salida» del diácono de Barcelona -España- Ricard Rodríguez-Martos, fruto de su experiencia en la Delegación diocesana del Apostolado del Mar.
El diácono portugués Joaquim Armindo continúa con sus habituales colaboraciones, y el diácono chileno Miguel Ángel Herrera Parra aporta una nueva serie de nuevas poesías.
Continúan produciéndose celebraciones de 50 aniversario de ordenación, en este cado el del diácono chileno Carlos Rojas.
Al comenzar este nuevo año de 2022, deseamos a quienes habitualmente leen Servir en las periferias, a sus familias y comunidades, la experiencia gozosa de vivir un año en la presencia de Dios y en el servicio a los hermanos y hermanas, valga para expresar este deseo la palabras con las que San Gregorio de Nisa unió la memoria de la Navidad -Dios con nosotros- y la de San Esteban -una vida para el servicio-:
«¡Mirad, amados! Celebramos una fiesta tras otra. Ayer el Señor del Universo nos dio alimento, y hoy el seguidor de Cristo nos alimenta. ¿Cómo es eso? Cristo baja a los hombres, Esteban sube a Cristo. Cristo entra al valle de la vida, Esteban salió de ella. Cristo fue envuelto en pañales por los hombres, y Esteban fue cubierto de piedras por Cristo«.
En nombre del Equipo Coordinador y Redactor, un abrazo fraterno.
Gonzalo Eguía