"Las diaconisas"

Santiago Correa Rodríguez, sacerdote diocesano y profesor de Historia de la Iglesia.

El tema es de actualidad. El papa Francisco ha dispuesto que se abra una comisión que analice y que estudie a fondo lo que fue en la historia el diaconado femenino, dada la importancia de la mujer en la Iglesia de todos los tiempos.

Los manuales de Historia de la Iglesia son muy parcos a la hora de analizar en profundidad lo que fue el diaconado femenino. Y lo cierto es que su existencia se remonta a la época de san Pablo. En su carta a los Romanos, cap. 16, 1-2 dice: “os recomiendo a Febe, nuestra hermana, diaconisa (al servicio) de la Iglesia de Cencreas, para que la recibáis como conviene a los santos…” En 1 Tim. 5, 9 ss., san Pablo habla de viudas dedicadas a los pobres, los enfermos y los viajeros. Posteriormente, las viudas formaron una orden especial y tomaron el nombre de diaconisas.

La función de estas mujeres era muy variada. En la administración del sacramento del bautismo de las mujeres, después de la unción del obispo, la diaconisa ungía las diversas partes del cuerpo de la neófita; no bautizaban, ésta era una función del obispo. Después del bautismo, instruían a las bautizadas en las verdades de fe. Prestaban asistencia material a las necesitadas. Cuidaban de las enfermas. Amortajaban a las difuntas. Vigilaban la puerta de entrada de la iglesia, para impedir el paso a las mujeres que no pertenecían a la comunidad. Se encargaban de recoger las ofrendas de los fieles en la celebración de la Eucaristía.

A partir del s. II es cuando las diaconisas adquieren mayor importancia. Su existencia perduró varios siglos. Pero no se extinguieron al mismo tiempo. En el Oriente se mantuvieron hasta bien entrada la Edad Media. En Occidente desaparecieron mucho antes. Es necesario recordar que la mayor parte del diaconado femenino provenía de la institución de las viudas y, posteriormente, de las vírgenes consagradas a Dios.

Pero, las diaconisas ¿estaban ordenadas o no? Ciertamente, no formaban parte de la jerarquía de la Iglesia, que estaba constituida por obispos, presbíteros y diáconos. Así lo confirma san Ignacio de Antioquía (35-110). Un escritor clave fue el autor de la “Tradición Apostólica”, Hipólito de Roma (170-235), buen conocedor del Oriente y del Occidente, en el cap. 10 de la 1ª parte dice: “la viuda será instituida sólo por la palabra… No se le impondrá la mano, pues ella no ofrece la oblación ni tiene servicio litúrgico”. Es decir, son instituidas pero no ordenadas.

Sin embargo, Clemente de Alejandría (150-215) y Orígenes (165-253) incluyen a las viudas en la jerarquía y su función era la oración y la visita a los enfermos. Testimonio de gran importancia es la “Didascalía de los Apóstoles” (s. III). Las diaconisas están llamadas a reemplazar a los diáconos en los ministerios entre mujeres: participan en la unción bautismal, instruyen a las neófitas, visitan a las enfermas. Es decir, ejercen una labor asistencial. Otro importante documento y digno de ser estudiado son “Las Constituciones Apostólicas” (hacia el 380) cuyo lugar de origen fue Siria o Constantinopla. Hay historiadores que sostienen que en alguna diócesis oriental hubo ordenación de diaconisas con imposición de manos, pero no consta que presidieran la Eucaristía.

El conjunto de estos documentos puede llegar a conclusiones interesantes, aunque con dificultades motivadas por la terminología y el lenguaje, a veces confusión de los textos, para aclarar el papel significativo e importante de la mujer en la Iglesia primitiva y que puede ser restablecido y con creces en la Iglesia actual.

Tomado: http://www.diocesismalaga.es

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