Escrito por G. Martín Sáenz Ramírez. Diácono Permanente de la Arquidiócesis de San José, Costa Rica.
La vocación al diaconado se configura a partir de la llamada de Dios y de la respuesta del que se siente llamado, verificadas por la elección pública de la Iglesia y la ordenación sacramental.
Los candidatos al diaconado permanente deben ser varones probados e irreprensibles, sinceros y dignos, íntegros para guardar el tesoro de la fe, generosos, compasivos, y capaces, si la tuvieren, de guiar a la propia familia.
Se nos pide la madurez necesaria (la responsabilidad, el equilibrio, el buen criterio, la capacidad de diálogo, etc.) y la práctica de las virtudes evangélicas (la oración, piedad, sentido de Iglesia, espíritu de pobreza y obediencia, celo apostólico, disponibilidad, amor a los hermanos, comunión fraterna, etc.)
En qué consiste el discernimiento del llamado? El mismo comprende tres importantes áreas:
1- Discernimiento personal:
Las primeras señales de la vocación al diaconado se perciben en el ámbito personal y por lo general comienzan con la búsqueda de información sobre el diaconado y su formación.
Aquí fue donde muchos de nosotros iniciamos a buscar información con nuestros amigos sacerdotes, la orientación de nuestro acompañante espiritual o por la motivación de nuestro cura párroco y en algunos casos empujados por nuestras esposas y resto de la familia para reflexionar sobre la naturaleza de lo que se percibe como un llamado.
2- Discernimiento familiar:
En nuestra condición de hombres casados, el apoyo y consentimiento de nuestras esposas han sido necesarios, para asegurarnos a comprender claramente el significado de ese apoyo y consentimiento, aún en esta temprana etapa de discernimiento.
3- Discernimiento de la Comunidad:
La solicitud y la aplicación para entrar a la formación diaconal no es solamente una jornada personal y familiar, y la parroquia ha sido vital para invitarnos a servir como ministros ordenados de la Iglesia.