Apoyo de la esposa en el ministerio diaconal: Los dos se hacen uno
Hace doce años nos mudamos de la Arquidiócesis de Galveston-Houston a Austin. Entonces conocimos a nuestros nuevos vecinos, que tenían dos hijos, uno que apenas hablaba y a quien mi marido, Ray, fue presentado como Diácono Ray. El pequeño no sabía cómo llamarme, por lo que después de un tiempo, decidió llamarme señora Diácono. He pensado en lo que eso significaba en los últimos años. Para mí es un signo de la unión no sólo por nuestro sacramento del matrimonio, sino por nuestro testimonio como pareja diaconal. Durante cincuenta años he sido una educadora religiosa en la Iglesia. Mi llamado de bautismo era hacia este ministerio, no hacia el diaconado. Pero cuando mi marido decidió convertirse en diácono, yo tuve que dar mi consentimiento, no sólo para su ordenación, sino para participar en el viaje del ministerio del diaconado con él. Sin embargo, yo ya estaba involucrada en diferentes tipos de ministerio mientras él estaba en formación y después de su ordenación, yo participaba en ministerios litúrgicos (como lectora, Ministro Extraordinario de la Eucaristía), en ministerios de servicio (visitando a los enfermos en el hospital, como trabajadora de la despensa de alimentos, y sirviendo en el ministerio a los pobres), en ministerios de formación (educación religiosa ((DRE y eventualmente Directora Diocesana de Educación Religiosa de la Arquidiócesis de Galveston-Houston)), en la formación de adultos, como Directora de RCIA, en la preparación para el Matrimonio y para el Bautismo, como directora espiritual, trabajando en el Tribunal en lo referente a anulaciones) y muchos, muchos ministerios más. Mi trabajo en la Iglesia me ha llevado por todo el mundo para asistir a conferencias y dar presentaciones, así como me ha llevado a escribir artículos y capítulos en revistas y libros. He tenido un ministerio rico y variado en la Iglesia. Ray ha sido diácono por cuarenta años y ha tenido su propio camino. Parte de ese camino camina conmigo, y parte de él vamos separados. Cada uno tenemos diferentes dones. Pero esa soy yo. Y ese es mi marido el diácono. Existen maneras diferentes de compartir el ministerio del diaconado, tal como existen diferentes parejas diaconales. Algunas de las mujeres, al igual que yo, tienen su propia participación en el ministerio, ya sea con o sin su marido. Algunas de las mujeres tienen trabajos de tiempo completo y niños que cuidar o tienen niños muy pequeños que demandan su atención. Algunas de las mujeres participan en algo de la formación, mientras que otras asisten a toda la formación. Existe suficiente flexibilidad en la formación diaconal para cada manera. Sin embargo, lo esencial es nuestro testimonio de fe, nuestro sacramento del Matrimonio y nuestro compromiso de recorrer por el camino del Señor en nuestra vida cotidiana. Conocer las enseñanzas de la Iglesia, vivir las enseñanzas de la Iglesia y dar testimonio de esas enseñanzas es fundamental como diácono y esposa de un diácono. He conocido, en los últimos años a personas que interpretan las enseñanzas de la Iglesia a través de su propia lente. Para mí eso es una abominación. Como pareja diaconal tenemos la responsabilidad de promover la agenda de la Iglesia, no la nuestra. Cuando nos encontramos con la gente, ya sea en un entorno de Iglesia o en el supermercado, somos responsables de dar testimonio de nuestra fe a través de nuestro comportamiento y de responder a sus preguntas de acuerdo a las enseñanzas de la Iglesia, no de acuerdo a nuestras propias enseñanzas. Así que mi marido y yo leemos, escuchamos, estudiamos y dialogamos para ser Católicos informados por la Iglesia, no por nosotros mismos. En los tiempos actuales, esto es difícil de hacer. La oración es un componente importante en nuestro ministerio y en nuestra relación. Tenemos diferentes tipos de personalidad y, por tanto, no oramos de la misma manera. El compartir la Eucaristía es primario. Ray reza el rosario y la Liturgia de las Horas. A mí me gusta orar y reflexionar sobre la Escritura. Oramos juntos a la hora de comer, cuando existe una situación crítica y por la necesidad de alguien. Somos diferentes y eso está bien. Nuestros cuatro hijos son adultos de mediana edad y nuestros nietos son universitarios/ personas casadas que han elegido su propio camino de fe. Los apoyamos y oramos por ellos, pero no podemos vivir sus vidas. Todo lo que podemos hacer es dar testimonio del amor y el cuidado del Señor. En nuestros años setentas, ahora, Ray y yo sabemos a través de nuestras vidas que las dos pueden convertirse en una.