Cuando Fernando Lozano se presenta dice que está casado, con dos hijas, que tiene 47 años y que es funcionario del Ayuntamiento de Zaragoza. Pero desde junio pasado su currículo personal recoge otra faceta, la de diácono permanente, la figura que en la jerarquía de la Iglesia católica está inmediatamente por debajo del sacerdote. Como él hay otras 13 personas en Zaragoza, entre diáconos ordenados y aspirantes que están «en primera línea».

«Es un número insuficiente, harían falta muchos más», explica Lozano, que ayuda en la parroquia del Oliver y que, además de celebrar los sacramentos a los que está autorizado (bautizos y bodas), oficia funerales en Torrero.

«Decidí hacerme diácono porque sentí la llamada de la fe, que me invitaba a ponerme al servicio de Dios y de la Iglesia», afirma. Pero antes de ser ordenado por el obispo requirió el consentimiento de su esposa, pues sus funciones afectan a la vida familiar. «Nuestro quehacer moviliza realmente a toda la familia», resume.

«Somos pocos»

«Somos pocos», dice Lozano. «Quizá porque nuestra labor es muy sacrificada y complicada en una sociedad que cada vez se aleja más de la Iglesia», lamenta el diácono zaragozano, que también realiza una «acción de caridad» en Cáritas y el Banco de Alimentos, la otra actividad «fundamental» en su ministerio.

Su triple dedicación a la vida laboral, familiar y eclesial hace de los diáconos unas figuras clave entre la Iglesia y los fieles. «Somos un nexo de unión con la población en general, dado que, al tener un trabajo al margen del que desarrollamos para la Iglesia y estar casados, estamos mucho más cerca de las familias», señala Lozano.

«No podemos confesar ni consagrar, pero sí celebrar la palabra, que es una misa sin la consagración», precisa Lozano. La ordenación de diáconos es una potestad del obispo de la diócesis, de forma que es una función que ha llegado antes a unos lugares que a otros.

Un espíritu optimista

«En Zaragoza no hubo diáconos permanentes hasta el año 2016, pese a que hay mucho trabajo», manifiesta Lozano, que está convencido de que el diaconado es «una fórmula con futuro».

«Muchos sacerdotes están enfermos y son muy mayores y sé de sitios, como Alquézar, donde nadie abrió la puerta de la iglesia durante una semana entera», comenta. Con todo, agrega, en el conjunto de España «solo ejerce medio millar de diáconos permanentes».

Lozano reconoce que pasa por momentos de desánimo al ver que va contracorriente en una sociedad secularizada que «cada vez vuelve más la espalda a la Iglesia». Pero no se deja vencer por el desaliento y contempla el presente y el futuro «con optimismo». Al fin y al cabo, se dice, el cristianismo, que salió de las catacumbas hace 2.000 años, se crece en medio de las dificultades. Y eso solo es ya para él una permanente invitación a la esperanza.

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