Homilía en la Misa Exequial de Mons. Samuel Ruiz García

 

El 24 de enero de 2011, a las 10 horas, Mons. Samuel Ruiz García, Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas, terminó su peregrinación en la tierra y pasó a la Vida plena.

Falleció en la ciudad de México, donde estaba internado durante las dos últimas semanas, debido a deficiencias pulmonares y renales, problemas en las coronarias y en las carótidas, y una prolongada diabetes. Ordenó a más de 300 diáconos permanentes.

+ Felipe Arizmendi Esquivel

Obispo de San Cristóbal de Las Casas

San Cristóbal de las Casas, México, 26 de Enero de 2011

http://www.diocesisancristobal.com.mx

 

Celebramos esta Eucaristía para dar gracias a nuestro buen Padre Dios, corazón del cielo y corazón de la tierra, por la vida y por el ministerio episcopal de jTatik Samuel, para pedir para él el descanso de la paz eterna, para despedir sus restos mortales, pero sobre todo para fortalecer nuestro caminar y seguir las huellas evangélicas que nos dejó a su paso entre nosotros.

 

Ayer hizo un año que, en este mismo lugar, celebramos sus bodas de oro episcopales; en su homilía, dijo textualmente: “Al Señor, Trino y Uno, que ha creado todas las cosas con peso, número y medida, y que nos ha reunido por la encarnación, pasión y muerte y resurrección de su Hijo Jesús, damos infinitas gracias por habernos hecho hijos suyos y por habernos llamado como pastor de su Iglesia, para edificar y plantar su Reino de justicia, de amor y de paz”. Estas palabras finales de hace un año, han quedado grabadas en la lápida que pondremos en su tumba, para perpetua memoria.

 

Sí; uniéndonos a su oración de hace un año, te damos gracias, Señor, por haber dado la vida y haber hecho hijo tuyo a este tu siervo Samuel. Te damos gracias por haberlo llamado como pastor de esta Iglesia, donde desgastó su vida. Y te damos gracias también a ti, hermano obispo Samuel, pues estamos seguros de que nos escuchas desde el corazón de Dios donde ya descansas. Gracias por tu entrega sacrificada en estas tierras a veces tan llenas de lodo y de piedras, físicas y humanas, sociales y eclesiales. Gracias por haberte encarnado en estas realidades y por haber hecho tuyos los dolores y las esperanzas de estos pueblos. Gracias por los senderos que abriste y que nos señalan el camino de Cristo que debemos seguir.

 

Damos gracias a Dios y a ti por tu compromiso liberador de las cadenas que por siglos han esclavizado a la mayoría de los hermanos indígenas. Damos gracias a Dios y a ti por tus permanentes denuncias proféticas contra las situaciones injustas que han padecido nuestros pueblos, no sólo en Chiapas y en México, sino en las estructuras globales generadoras de injusticia e inequidad en todo el mundo.

 

Es cierto lo que nos dijiste hace un año: “Será el juicio final ante el cual tengamos que dar las respuestas por nuestra vida de servicio, para ver si en la vida fuimos verdaderamente insertos en la masa y sal que trató de darle sabor al mundo, o si nos convertimos en algo carente de sabor para ser tirado y pisoteado en las calles”. Sí; será el juicio final el que nos dé la justa medida a cada quien; pero las filas interminables de quienes han querido darte su último adiós en tu féretro en estos dos días, sobre todo de tantos indígenas, mujeres y marginados, nos dan el juicio de los pobres. Su deseo y su empeño espontáneo y multitudinario de querer estar cerca de ti por última vez, nos demuestran claramente que fuiste luz y sal que trató de darle sabor al mundo, y que nos dejas un testamento y una herencia que debemos conservar y renovar. ¿Cuál es esta herencia?

 

Don Samuel escogió como lema episcopal las palabras del profeta Jeremías, que escuchamos en la primera lectura: “Desde hoy pongo mis palabras en tu boca, para que edifiques y plantes”. Comentando este texto, nos dijo hace un año: “Estas palabras estuvieron en mi escudo episcopal e iluminaron la trayectoria de mi ministerio pastoral. Bajo la iluminación y fuerza del Concilio Ecuménico Vaticano II, se generó un proceso de encarnación de la Iglesia en las culturas en un camino liberador avanzando hacia la construcción del Reino de Dios. Tengo que agradecer con una oración profunda ante mi pueblo al mirar los frutos y resultados de este plantar y construir, invitándolos a ustedes, hermanas y hermanos, a dar gracias al Señor por estos beneficios”.

 

¿Cuál es este proceso de encarnación de la Iglesia y cuáles son los frutos y resultados de este plantar y construir? Son muchas las semillas que deja sembradas en cada corazón; resalto, entre otras, la promoción integral de los indígenas, para que sean sujetos en la Iglesia y en la sociedad. La opción preferencial por los pobres y la liberación de los oprimidos, como signo del Reino de Dios. La libertad para denunciar las injusticias ante cualquier poder arbitrario. La defensa de los derechos humanos. La inserción pastoral en la realidad social y en la historia. La inculturación de la Iglesia, promoviendo lo indicado por el Concilio Vaticano II, que haya iglesias autóctonas, encarnadas en las diferentes culturas, indígenas y mestizas. La promoción de la dignidad de la mujer y de su corresponsabilidad en la Iglesia y en la sociedad. Una Iglesia abierta al mundo y servidora del pueblo. El ecumenismo no sólo con otras confesiones cristianas, sino con toda religión. Una pastoral de conjunto, con responsabilidades compartidas. La Teología India, como búsqueda de la presencia de Dios en las culturas originarias. El Diaconado Permanente, con un proceso específico entre los indígenas. La reconciliación en las comunidades. La unidad en la diversidad. La comunión afectiva y efectiva con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia universal.

 

¿Quién puede negar el sabor evangélico de la opción por los pobres? ¿Quién puede no involucrarse en la liberación integral de los marginados? ¿A quién le pueden dejar indiferentes las violaciones a los derechos humanos? ¿Quién voltear la cara y mantener frío su corazón, cuando vemos las injusticias contra los indígenas, contra la mujer, contra los diferentes, contra los excluidos? Que hay el riesgo de no guardar el equilibrio de la verdad y la justicia, es cierto; pero el juicio final condenatorio ante el trono de Dios es contra el egoísmo, la apatía, la indiferencia, la cobardía ante los que sufren. ¡Cómo necesitamos la luz y la gracia del Espíritu, para ser fieles al proyecto del Padre, encarnado en Jesús, y enunciado tan radicalmente en el Sermón de la Montaña, sobre todo en las bienaventuranzas, que escuchamos en el Evangelio!

 

Gracias, jTatik Samuel, por haber hecho conciencia, desde 1975, que quien no asuma esta opción por los pobres, no tiene lugar en esta diócesis. Ser fieles al Evangelio de Jesucristo, es servir integralmente a los pobres, aunque esto traiga persecuciones e incomprensiones, como tantas que tú sufriste. Que ahora, inmerso en el corazón de Dios, perdones y ores por quienes te hayamos hecho sufrir. Que goces ya de la bienaventuranza prometida por Dios para los pobres de espíritu, para los que lloran, para los sufridos, para los que tienen hambre y sed de justicia, para los misericordiosos, para los limpios de corazón, para quienes trabajan por la paz, para quienes son perseguidos por causa de la justicia. ¡Alégrate, jTatik Samuel, y salta de contento, porque tu premio es grande en los cielos!

 

Leer el texto completo en el sitio oficial del Obispado

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