Fanatismo y seducción

Diác. Federico Cruz Cruz

Referente Nacional del CIDAL en Costa Rica
San José, Costa Rica, 4 de agosto de 2010

Está de moda acusar a los cristianos de fanáticos, ante actitudes más o menos fuertes de seguimiento del Señor Jesucristo. Así, por ejemplo, un creyente que va a Misa todos los días, para algunas personas es un fanático. O alguien que diga que quiere orientar su vida de acuerdo con el Evangelio, para algunos es una persona fanática religiosa; o alguien que lee diariamente la Sagrada Escritura, es para otros un fanático. ¿Realmente estas personas son fanáticas? ¿No son simplemente consecuentes, coherentes, con lo que creen?

¿Acaso existe alguna persona que no crea en algo o en alguien? ¿Acaso no somos todos un poco fanáticos de algo? A alguien le gusta el fútbol hasta para llegar a pelearse con otros; a otros les gusta el licor hasta llegar a hacerse alcohólicos y perder trabajo, familia, etc.; a otros les gusta correr con su vehículo hasta poner en riesgo su vida y la de otras personas; a otros les gusta tanto la televisión que sacrifica su futuro y no estudia con tal de ver tele; a otra persona le gusta la moda hasta hipotecar su casa con tal de andar a la moda… ¿No son fanáticos estos también? A estas alturas de la reflexión, podemos asegurar que el problema no es «ser fanático» o no serlo; pues todos somos fanáticos de algo (algunos son fanáticos del antifanatismo). La cuestión es: ¿De qué vale la pena ser fanático?: ¿De la vida o de la muerte? ¿De lo humanizante o de lo deshumanizante? ¿Del bien o del mal? ¿De lo pasajero o de lo eterno?

Como podemos apreciar, hay fanatismos que vale la pena asumir, pues apuntan a los más altos valores e ideales de la Humanidad: el amor, la esperanza, la fe, la trascendencia (metahistórica), la espiritualidad, la honradez, la fidelidad…; y fanatismos que hay que superar o suprimir, pues degradan a los seres humanos, seduciéndolos con falsas promesas y esperanzas de grandeza que terminan en el placer por el placer (hedonismo), en «todo se vale» (relativismo), «los otros son enemigos» (espiral de la violencia)… Yo adelante, en el centro y atrás (egocentrismo).

Hoy se percibe cómo personas bautizadas, que tienen poca formación bíblica y doctrinal, caen en la seducción de ciertas corrientes de pensamiento y de «espiritualidad» que les ofrecen un «seguimiento» de Jesús fácil, tibio, sin sacrificio, sin cruz. Propuestas que se quedan en «meditaciones», ejercicios de yoga, aromaterapias, búsqueda egocentrista de la paz interior, «limpiezas» orgánicas, etc., pero que evitan la interrelación, la interacción, el compromiso con los otros, que es el único camino para construir la comunidad, la Iglesia y para vivir la comunión.

Como a los mártires de todos los tiempos los quisieron seducir con «premios», -evitar el martirio, por ejemplo-, si apostataban de su fe, si negaban a Jesucristo, así hoy, a los cristianos se nos quiere seducir con «premios», -por ejemplo, evitar ser tildados de fanáticos-, a cambio de manifestar conductas tibias, sin compromiso; a cambio de vivir un «cristianismo light». Pero como San Pablo, estamos llamados a decirle al mundo: «Nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor…Todo lo tengo por estiércol con tal de ganar a Cristo y vivir unido a Él» (Flp 3, 8-9). Esto es fanatismo del bueno; es coherencia, es convicción de fe. Es dejarse seducir por el Señor de la Vida.

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