El servicio del diácono permanente en la pastoral misionera de la Iglesia

Diác. Héctor Muiño, Director Diocesano de OMP – de la Prelatura de Deán Funes

Especial para el Informativo del CIDAL

Deán Funes, Córdoba, Argentina, 1º de diciembre de 2010

 

Una de las cuestiones que se plantea en el diaconado permanente (Di.P.) y que también muchas personas cuestionan, es si su servicio dentro de la Iglesia se circunscribe solamente a suplir la tarea del sacerdote en lo que se refiere a la administración del sacramento del Bautismo y Matrimonio; o bien, ser el “acólito oficial” del Obispo o párroco en las celebraciones litúrgicas; o bien, coordinar algún grupo de catequesis familiar; o bien, otras tantas tareas que, por supuesto, tienen un valor insustituible dentro de la “actividad pastoral ordinaria” de una diócesis o parroquia, y de las cuales numerosos Di.P. ofrecen desde el ministerio, su tiempo y esfuerzo para llevar a cabo la evangelización junto a sus familias.

 

Ahora bien, esta actividad pastoral ordinaria diocesana o parroquial, se encuentra previamente atravesada por lo que damos en llamar “pastoral misionera” de la Iglesia, la cual tiene carácter fundante de aquella pastoral ordinaria que, podríamos decir, es consecuencia; por ser, la pastoral misionera, la esencia y naturaleza misma de la Iglesia.

 

A este dinamismo misionero está llamado el Di.P., ya que toda la espiritualidad y accionar, que lo identifica, hunde sus raíces más profundas en la opción preferencial por los más alejados de la fe, por los marginados y excluidos, por los de la periferia, acompañando la formación de nuevas comunidades eclesiales, especialmente en las fronteras geográficas y culturales, donde ordinariamente no llega la acción evangelizadora de la Iglesia” (1)

 

De acuerdo a Aparecida, ya estamos hablando de un diaconado o servicio misionero permanente (Di.mi.P.), en donde el Di.P. se identifica con la actividad fontal de la Iglesia. Es así que el Di.mi.P. establece un itinerario misionero permanente en aquellos pueblos o grupos humanos que le han sido confiados. Y la pregunta que surge es: ¿cuál es ese itinerario misionero permanente?

 

Lo primero es “convertir” el corazón en un corazón misionero universal, capaz de acoger al “otro” y a los “otros”, que piensan distinto, que sienten distinto, que actúan distinto, que poseen las semillas del Verbo y de un Reino que supera el marco eclesiológico, en el que hemos sido formados, al que estamos acostumbrados y en el cual nos movemos a diario.

 

Luego, el Di.mi.P., está convencido de que ya no es voz de los que no tienen voz, sino que busca denodadamente los espacios de protagonismo y decisión de las personas o grupos humanos, para que acompañando y moderando respetuosamente sus procesos, vayan haciendo ellos mismos, una lectura espiritual y teológica inculturada del Evangelio en el contexto cultural que les toca vivir. Es internalizar aquello que nos dice Aparecida de “acompañar” (2). El Di.mi.P. está llamado a “acompañar procesos” y “no, imponer procesos”, tanto personales, grupales o comunitarios, para que el diálogo Fe-cultura, Evangelio-cultura, Iglesia-cultura ya no sea un camino de imposición sino más bien una propuesta acogida, madurada y vivida.

 

Una vez concebido, en su interior, los dos puntos anteriores, el Di.mi.P., continúa con el itinerario misionero permanente propuesto, ya en relación directa con personas o grupos que se le han confiado y siguiendo de alguna manera el esquema pedagógico de Jesús de acuerdo a los siguientes pasos:

 

Ø Paso de NO PERSONA A PERSONA

“Nuestra fidelidad al Evangelio nos exige proclamar…la verdad sobre el ser humano y la dignidad de toda persona humana” (3)

En este nuevo milenio, emergen nuevos rostros y realidades de seres humanos que han perdido lo esencial para lo que fueron creados: ser persona digna creada y amada por Dios. Son los eternos excluídos que están sentados a la orilla del camino (crf. Mc. 10,46).

 

El Documento de Aparecida elenca un buen número de situaciones que viven muchos hombres y mujeres (4) que han perdido su dignidad de ser personas y a los cuales, el Di.mi.P., debe especial atención, sobre todo en reconocer la presencia de Dios y de su amor en sus vidas, invitándolos a recuperar su dignidad y a respetarla.

 

Ø Paso de PERSONA A COMUNIDAD

El favorecer que el ser humano se recupere integralmente como persona digna es un gran logro, pero no basta. El hombre (varón, mujer) se desarrolla como  persona cuando está en relación con los demás. Es allí donde el Di.mi.P. acompaña y auspicia los espacios de protagonismo y decisión de las nuevas comunidades, en donde éstas analizan, discuten, se proyectan y ejecutan nuevas formas en el  mejoramiento de su calidad de vida.

 

Recuperar al ser humano “en y para la comunidad”, (cfr. Lc. 17,11-14; Mc. 1,29-31)

 

Ø Paso de COMUNIDAD A PUEBLO DE DIOS (Comunidad Eclesial)

Con el presente paso llegamos al final del esquema propuesto para este itinerario misionero permanente, animado, moderado  y sostenido por el Di.mi.P.

 

Los dos pasos anteriores preparan, de alguna manera, el corazón del  hombre (varón, mujer) para recibir el anuncio kerigmatico que lo llevará a vivir una experiencia comunitaria distinta: una experiencia de fe (cfr. Hech 2,41-47) fundada en la Palabra, los Sacramentos, en el testimonio y servicio misionero que lo harán verdadero discípulo – misionero de Jesús, con quien comparte su presencia viva junto a los demás miembros de la comunidad eclesial, (cfr. Mt.18,20) (5)

 

Es muy importante que el Di.mi.P. tenga en cuenta que, si bien este itinerario respeta los distintos procesos graduales del hombre (varón, mujer) para llegar al objetivo final de vivir la experiencia en la comunidad eclesial, los mismos no se dan a la manera de compartimentos estancos. Todo depende de las personas o grupos humanos con quien se encuentra: su cultura; su cosmovisión, o sea su relación con Dios, con los demás, con el mundo, consigo mismo.

 

Pongamos algunos ejemplos: muchas veces nos encontramos con comunidades eclesiales   en donde sus miembros viven realidades muy duras que no le permiten crecer como persona (obreros con salarios en negro, etc) , o viven una religiosidad muy individualista que no les permite desarrollarse con objetivos concretos a nivel comunitario. O sea, estamos frente a una comunidad que “teóricamente” está en el tercer paso, pero  aún no ha madurado los dos pasos anteriores.

 

Puede ser que nos encontremos con personas o grupos humanos recuperados en su dignidad, con una experiencia de comunidad eclesial muy enraizada en la fe, pero que a la hora de proyectarse en su organización política o social, no saben cómo enfrentar la problemática y culminan sectorizando su realidad comunitaria. Aquí la fe no ilumina la vida. Entonces tenemos una comunidad que vive el primer y tercer paso pero no ha tomado conciencia de la importancia del segundo.

 

Luego, podemos encontrar personas o grupos humanos que viven, según su cultura, valorados como personas, organizados política y socialmente como verdadera comunidad humana y con una experiencia religiosa distinta. Aquí se vive el primer y segundo paso, por lo tanto habrá que aprovechar su realidad para iniciar un camino misionero de acompañamiento que lleve a un diálogo inculturado entre Cristo-cultura; fe–cultura; Iglesia–cu
ltura.

 

Para concluir podemos decir que el servicio del Di.mi.P. en la pastoral misionera de la Iglesia lo debe llevar a preguntarse permanentemente lo siguiente: ¿Cómo estoy viviendo y acompañando este itinerario misionero permanente con aquellas personas o grupos humanos que me han sido confiados?

 

1- D.A. 205

2- Idem

3- D.A. 390

4- D.A. 402

5- D.A. 178, 179, 180

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