Sra. Maritxu Ulibarrena
Bilbao, España, 10 de febrero de 2010
La autora es esposa de Alberto Jáimez, Candidato al diaconado permanente de la Diócesis de Bilbao. Ambos participaron del IVº Retiro de Diáconos y Candidatos de las Diócesis del País Vasco y Navarra que se realizó del 29 al 31 de enero de 2010, del que se informa en la sección Información General de este Informativo.
Hace mucho tiempo que no me preguntaba por mi vida, y mucho menos por mi vida cristiana. Hace mucho tiempo que no me preguntaba por mi encuentro con Cristo, y mucho menos me he preguntado últimamente por mi opción adulta de seguirle. Me casé en 2002 con Alberto, y nunca imaginé que aquel chico, que conocí en 1995, me iba a traer tantas preguntas. Nunca he sabido lo que era un Diácono, y si me hubieran dicho entonces lo que esta palabra iba a significar en mi vida, no me lo hubiera creído. Puede ser que haga 20 años que no me preguntaba cómo es mi encuentro con Jesús, o en qué o en quién lo reconozco, y mucho menos me había preguntado nunca por mi futuro como cristiana o como esposa de un futuro diácono.
¿Cuál es mi sueño, nuestro sueño? Ante todo, mi sueño es un mundo lleno de buenas personas, un futuro al encuentro de la esperanza. El IV Retiro del Diaconado del País Vasco y Navarra, que celebramos el fin de semana entre el 29 y 31 de enero de 2010 ha sido mi primer encuentro con el mundo para el que Alberto ha sido llamado. Por fin puse cara a unos cuantos nombres, y por fin puse voz y oídos a un montón de dudas y de preguntas. He de admitir que no me lo había pasado tan bien en mucho tiempo, como dijo una de nosotras, fue un respiro, una bocanada de aire, como abrir la ventana para respirar el aire fresco de una noche de verano.
Tras todas las dificultades por las que hemos pasado Alberto y yo, y con la conciencia de que todavía quedan muchas cosas por solucionar, el encuentro me permitió el privilegio de ponerme frente a Montse Martínez Deschamps, mirarla a los ojos y preguntarme a mí misma por mi presente, por mi cansancio, por mi entusiasmo, por mi pequeña familia, por las dificultades que sé que me pondrá la vida y que ya me está poniendo. Sentirse al principio de un camino como el de la diaconía de mi marido es como dice él “ser una página en blanco”, queda tanto por hacer… quedan tantas cosas que deben ser dichas para que no queden en ese limbo de las palabras que por darse por supuestas nunca se dicen…
Pero si hay algo que me ha dado este encuentro es esperanza en el futuro, esperanza en la gran familia que forma el mundo de los diáconos. Qué sorpresa me he llevado cuando entendí que en esta pequeña Iglesia dentro de la gran Iglesia, sí, hay diáconos, pero también hay unas mujeres que han aceptado que su matrimonio sea cosa de tres, que han consentido meter a Cristo en medio de sus vidas, con todo lo que eso significa… y por cierto, la familia de los diáconos está llena de niños, de pequeñas mariposas que revolotean entre las canciones de unos padres que a veces tienen que compartirlos con los hijos pobres de aquellos que son pobres entre los pobres.
Hace mucho tiempo que no me preguntaba por mi vida cristiana, y mucho menos si todavía seguía siéndolo. Hace mucho tiempo que me di cuenta de que muchos de los que se creen cristianos no lo son realmente. Ahora sé que no voy simplemente detrás de mi marido, voy en busca de mi propia fe, voy rebuscando entre las imágenes que destapa mi marido con sus estudios teológicos, pero sobre todo voy buscando con la añoranza de que estas cosas no pasan cuando uno quiere sino cuando menos te lo esperas. Todo esto ocurría mientras ponía una pausa en mi rutina, un paréntesis que no por ser simbólico resultó menos intenso.
He de admitir que hasta el martes de la semana que comenzaba no fui capaz de volver a la realidad, no pude aterrizar, no pude enfrentarme, con los escudos habituales, a la rutina del día a día. Tardé todo un lunes en colocarme las máscaras que te impone la sociedad, tardé todo un lunes en pasar la embriaguez de felicidad que me había dejado indefensa contra el mundo.
Las sensaciones experimentadas el fin de semana fueron tan vivas que provocaron en mí la extraña sensación de que la vida diaria no era importante, todas mis preocupaciones desaparecieron. Quiero pensar que los Apóstoles se sintieron así la primera vez que vieron a Jesús, con la sensación de haber perdido el miedo, con la sensación de que merecía la pena seguir a aquel hombre de Nazaret, con la sensación de que junto a Jesús lo demás no es tan importante.
He dejado pasar varios días para escribir estas líneas y estoy mucho más tranquila, los problemas vuelven a ser los mismos que antes, yo soy la misma, aparentemente nada ha cambiado, pero mientras conversaba con mi marido sobre la redacción de esta confesión me he sorprendido a mí misma diciéndole, mientras señalaba una pequeña imagen de la Santa Faz de Cristo de la Sábana Santa de Turín que tiene en su mesa de estudio, que a “ese” sí merece la pena seguirle. Entonces me di cuenta que quizás he empezado a notar a ese tercero que ha entrado en nuestras vidas.
Es muy fácil decir que seguimos a Cristo pero hay que ser conscientes que lo difícil no es decirlo sino hacerlo y hacerlo con todas las consecuencias. Aún me encuentro muy lejos de estar a la altura de mis nuevas compañeras -esposas de diáconos y de candidatos-, y aún tengo mucho que aprender, aún queda mucha página en blanco.