Cartas de un Párroco a su hermano diácono VI

Enviado por: José Espinós

 

Cartas de un Párroco a su hermano diácono

Pbro. Aldo Félix Vallone, Mendoza, Argentina

Dice el autor –Licenciado en Teología Espiritual y Director de la Escuela Arquidiocesana de Ministerios San José-: “agradezco a Mons. Cándido Rubiolo, el obispo que me ordenó diácono y presbítero; quien, en vida, desde mi último año del Seminario me impulsó, me animó y acompañó en el estudio del diaconado y los ministerios confiados a los fieles laicos. A Mons. José María Arancibia por haberme confiado durante cinco años la dirección de la Escuela Arquidiocesana de Ministerios y el acompañamiento de los diáconos permanentes; y por permitirme realizar este magnifico camino de ser párroco con la colaboración de diáconos, acólitos y lectores instituidos”.

Ayer me lo encontré

Querido hermano:

Hemos estado hablando con tu hijo mayor. Nos encontramos por casualidad e intercambiamos algunas palabras.

“Vea, padre, ya no soy más Juan. Ahora todos me tratan como al hijo del diácono. Si hago algo me valoran por lo que es mi papá, si dejo de hacerlo, también… Es como estar siempre visto desde el mismo espejo. A veces pienso que, aunque me digan que no, la Iglesia me lo ha quitado un poquito y limita mis posibilidades de ser yo mismo”.

¡Es inevitable que el pobre Juan se vea interpelado así por la comunidad!, pero ¿es justo?

Él también tiene derecho a una identidad, a una vocación y a una misión propia y particular. Dios no lo pensó sólo para ser el hijo del diácono, sino para ser alguien singular en un hogar con un diácono.

Le pedí disculpas por esta inmadurez de la comunidad. A la vez, le rogué comprensión hasta tanto pudiésemos revertir la situación con una catequesis apropiada; no sin dejar de recordarle: “Formas parte de un hogar –una iglesia doméstica– y una parroquia donde cada uno de los miembros tiene un rol activo…” que comienza por la valoración de los dones, carismas y responsabilidades con las cuales Dios enriquece al otro.

Le pregunté cuánto sentía él tu ausencia. Te pregunto: ¿has estado mucho tiempo sin compartir con tu hijo?… ¿Cuánto hace que no lo invitas a ir a ver un partido de futbol o a pescar juntos?… ¿Te has acercado a él para saber cómo se siente en el colegio… con los amigos…? Hazlo. Él y la comunidad parroquial te lo agradecerán.

Si alguno se queja porque estás mucho con él o dejas actividades por estar con él –aunque sea yo mismo–, no le hagas caso; estás ejerciendo la diaconía de Cristo: la común de los fieles y la del sacramento del Orden, contribuyendo, así, al bien de todos.

Vos y yo lo hemos visto, cuando un diácono une paternidad y ministerio diaconal, con una fe viva que despierta la esperanza y se hace operante por la caridad, se alimenta la vida cristiana de los hijos, surgen hermosas vocaciones sacerdotales, diaconales, matrimoniales…

De mi parte ya le manifesté: “Juan, cuentas con un lugar en la Parroquia; ese que Dios preparó para Juan. Espero de corazón que la fe y el ministerio de tu padre sean un estímulo para vos, no una carga”.

Tu hermano párroco

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