Mirada de los diáconos, en medio de una Iglesia sinodal.
En un extracto del Informe de Síntesis de las Jornadas de escucha y reflexión pastoral 2020 (en las que participaron laicos y consagrados), del Arzobispado de Santiago. Vicaria para la Pastoral, se señaló lo siguiente:
“Gozo, esperanza, credibilidad, confianza, heridas, daños, divisiones, malestar, conversión, crisis, posibilidad, unidad y un largo etcétera, son expresiones que abundan en el documento. Esto, sumado a la amplitud de temas, la hondura de algunas reflexiones y la gravedad de otras, componen un escenario que, a juicio de esta comisión, apuntan a problemas complejos y varios de ellos urgentes. En unos casos se trata de estructuras eclesiales, en otros de la forma como se acompaña a laicos, mujeres, jóvenes, clérigos, etc., con la consecuencia de divisiones, odiosidades, daños, alejamiento de la Iglesia o del ministerio. Otras apuntan al estilo de gobierno, discernimiento y toma de decisiones, y por último también a la forma y orientación de la evangelización.
La voz de los consultados no nace de la desesperanza, pues el ambiente general es propositivo, entusiasta y esperanzado. No obstante, sí se observa un desánimo y molestia respecto de cómo se han llevado algunos aspectos de la vida eclesial. Visto esto, la comisión sugiere dos cosas.
a. Reconocer y acoger la voz del Pueblo de Dios. Disponemos hoy de un diagnóstico franco, sincero, libre, a veces doloroso, de nuestra vida eclesial en su conjunto. La voz del Pueblo de Dios –laicos(as) y consagrados– pide transformaciones más profundas y lo hace desde un ánimo esperanzado, propositivo y fiel, aunque sin ocultar molestias, demandas y anhelos de cambio. Sugerimos abrir un proceso amplio de diálogo y trabajo que responda a este deseo y asuma los grandes temas planteados.
b. Un nuevo estilo de trabajo. Esta puede ser la ocasión para iniciar un estilo de trabajo diferente al que estamos acostumbrados con estos procesos. Hasta ahora suelen ser en su inicio amplios y participativos, avanzando escalonadamente hacia diálogos más jerárquicos y menos representativos. Las reflexiones y propuestas amplias y diversas suelen darse entre grupos cada vez más pequeños, de menor representación eclesial, compuestos, si no en su totalidad, mayoritariamente por clérigos. Sugerimos un trabajo donde participen los diversos miembros del Pueblo de Dios, con una metodología horizontal o sinodal que, sin olvidar la diversidad de ministerios y responsabilidades que implican, más un apoyo especializado, ayude a abordar los dilemas y necesidades actuales. Afín a esta intuición es que esta comisión solo ha hecho una síntesis de lo recogido, esperando que el discernimiento y la aplicación sean ampliamente realizados”.
Refiriéndome específicamente a los diáconos permanentes, en este contexto eclesial de crisis y de esperanza, se puede constatar que hay un número importante de diáconos que, en los últimos cinco años, se han sentido desbordados o desencantados de la jerarquía eclesial, e incluso algunos han abandonado el ministerio o han sido invitados a dar un paso al costado.
También ha habido un número importante de diáconos de Chile y de otras diócesis que han fallecido, luego de sufrir experiencias dolorosas -en algunos casos- de sentirse solos y abandonados por sus respectivas comunidades eclesiales.
Los diáconos permanentes siempre recordamos que somos parte del Pueblo de Dios, al que servimos, con mucho cariño, y queremos que se cree un nuevo estilo de trabajo en nuestra Iglesia, que sea más sinodal, que se escuche el clamor de los laicos y de las mujeres, de los jóvenes, de las minorías y de los excluidos, que son parte de las periferias geográficas o existenciales, a las que nos desafía a servir el Documento de Aparecida (CELAM, 2007)
Los diáconos debemos ser “Apóstoles, en las nuevas fronteras”, según la invitación que nos hicieron los obispos latinoamericanos reunidos en Aparecida.
Sin embargo, el peso de un sector de la iglesia, que es jerarcológica y verticalista, obstaculiza nuestro ministerio, ya que solamente nos ven como acólitos adultos que sirven en el altar.
Hay muchos diáconos que han sido maltratados o invisibilizados por sus párrocos, quienes no han sabido reconocer en ellos unos genuinos colaboradores de su labor pastoral. Estos conflictos entre párrocos y diáconos muchas veces han terminado con fuertes retos, sanciones y advertencias (de obispos y de vicarios episcopales) para los diáconos y con el conocido “cambio de párroco a otra parroquia”, donde éste podrá seguir ejerciendo su labor pastoral tranquilo, ya que no se encontrará con diáconos “molestosos”.
La verdad, es que el clericalismo y el autoritarismo tienden a destruir a la Iglesia y si no se hacen denodados esfuerzos por erradicarlo en toda la Iglesia, puede terminar dañando gravemente a toda la comunidad de creyentes. Por el momento, el clericalismo está erosionando las bases de nuestra identidad diaconal. ¿O -para no tener problemas con la curia- se espera que todos seamos ministros clericalistas y autoritarios frente al Pueblo de Dios?
Nuestra esperanza surge en Jesús que nos invita a no tener miedo, y que nos invita a seguir sirviendo a los que sufren, frente a la realidad siempre cambiante y desafiante de nuestras diócesis.
Miguel Ángel Herrera Parra